viernes, 4 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 6 –Recuperando la calma

La playa de Dulcinea
6 –Recuperando la calma
Hace un calor sofocante, el bochorno y la humedad hacen que sientas todo el cuerpo pegajoso. La playa está repleta de niños que juegan a saltar pequeñas olas, pescan y, como no, juegan a las palas.
Estoy tumbada en primera fila, casi en la orilla, a mi lado hay una pareja joven que discute. Me da apuro oírles. Ella le dice que él es un novio fantasma y que no piensa tener hijos con él, él le dice que mejor, que no quiere hijos, él solo quiere viajar y disfrutar de la vida. Ella insiste y le chincha una y otra vez. Me siento incómoda a su lado, me tumbo boca abajo y veo a dos mujeres de unos treinta años que hablan y lloran. Les oigo como cuentan lo bueno que ha sido el vuelo y lo rápido que han llegado, solo quieren descansar y olvidar los malos ratos pasados en las tres semanas que han estado junto a su madre moribunda. A los cincuenta y cinco no se puede morir la gente -comentan-, pero sí, su madre a esa edad ha muerto. Hablan de las pocas veces que fueron a verla mientras estaba bien, de las pocas llamadas que le hicieron y de los nulos regalos que le mandaron mientras vivía. Ahora se arrepienten y lloran mientras una a la otra se ponen crema, en la espalda, para que el sol no les queme. Comentan lo divertida y dulce que les pareció su madre hace tres semanas, cuando la volvieron a ver después de siete años, y de las risas que echaron juntas en el hospital con sus ocurrencias. Luego hablan de la herencia y de todo lo que se pueden repartir y empiezan a reírse y a hacer planes. Pienso que si fuesen mis familiares no les dejaría ni el papel higiénico. Antes de cabrearme más miro hacia otro lado y veo a una pareja de chicos que se peinan y besan con ternura. El amor siempre es el amor sea en la versión que sea.
El mar me mira transparente, me llama, en sus frescas aguas diluyo todas las penas que me han rodeado esta mañana y mi cuerpo ha absorbido junto al sol. Noto la piel tirante. Me ducho, el agua sale caliente durante unos segundos y subo lentamente las escaleras notando como el pareo se me pega a las piernas. Deseo llegar a la sombra fresca de mi casa y oír las historias que me cuentan los pájaros que cantan en los jardines vecinos. Estas no me harán sufrir. No todos los días son buenos ni en el Paraíso, en mi playa tampoco.


P.D. Dedicado a todos mis amigos y lectores. Gracias por estar ahí. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. 

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