La
playa de Dulcinea
6
–Recuperando la calma
Hace un
calor sofocante, el bochorno y la humedad hacen que sientas todo el cuerpo
pegajoso. La playa está repleta de niños que juegan a saltar pequeñas olas,
pescan y, como no, juegan a las palas.
Estoy
tumbada en primera fila, casi en la orilla, a mi lado hay una pareja joven que
discute. Me da apuro oírles. Ella le dice que él es un novio fantasma y que no
piensa tener hijos con él, él le dice que mejor, que no quiere hijos, él solo
quiere viajar y disfrutar de la vida. Ella insiste y le chincha una y otra vez.
Me siento incómoda a su lado, me tumbo boca abajo y veo a dos mujeres de unos
treinta años que hablan y lloran. Les oigo como cuentan lo bueno que ha sido el
vuelo y lo rápido que han llegado, solo quieren descansar y olvidar los malos
ratos pasados en las tres semanas que han estado junto a su madre moribunda. A
los cincuenta y cinco no se puede morir la gente -comentan-, pero sí, su madre
a esa edad ha muerto. Hablan de las pocas veces que fueron a verla mientras
estaba bien, de las pocas llamadas que le hicieron y de los nulos regalos que
le mandaron mientras vivía. Ahora se arrepienten y lloran mientras una a la
otra se ponen crema, en la espalda, para que el sol no les queme. Comentan lo divertida
y dulce que les pareció su madre hace tres semanas, cuando la volvieron a ver
después de siete años, y de las risas que echaron juntas en el hospital con sus
ocurrencias. Luego hablan de la herencia y de todo lo que se pueden repartir y
empiezan a reírse y a hacer planes. Pienso que si fuesen mis familiares no les
dejaría ni el papel higiénico. Antes de cabrearme más miro hacia otro lado y
veo a una pareja de chicos que se peinan y besan con ternura. El amor siempre
es el amor sea en la versión que sea.
El mar
me mira transparente, me llama, en sus frescas aguas diluyo todas las penas que
me han rodeado esta mañana y mi cuerpo ha absorbido junto al sol. Noto la piel
tirante. Me ducho, el agua sale caliente durante unos segundos y subo
lentamente las escaleras notando como el pareo se me pega a las piernas. Deseo
llegar a la sombra fresca de mi casa y oír las historias que me cuentan los
pájaros que cantan en los jardines vecinos. Estas no me harán sufrir. No todos
los días son buenos ni en el Paraíso, en mi playa tampoco.
P.D.
Dedicado a todos mis amigos y lectores. Gracias por estar ahí. Un saludo. Amaya
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