lunes, 28 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 35 –Una fresca muy fresca.

La playa de Dulcinea
35 –Una fresca muy fresca.

El verano está llegando al punto más álgido, las temperaturas son muy altas, tanto de día como de noche, las playas y terrazas están llenas las veinticuatro horas y un grupo nuevo de personas vienen a la playa con no se sabe qué oscuras intenciones. Ya no es el lugar familiar en el que pasar tranquilos el día, rodeados de vecinos más o menos conocidos. Todo ha cambiado en la playa, hay gente extraña, gente que observa sin disimulo durante horas desde el mirador y personas, de ambos sexos, que parecen venir solo a exhibirse con el consabido escándalo de las jóvenes mamás que quieren proteger a sus niños, y no tan niños, de estos espectáculos gratuitos y difíciles de explicar a un pequeño que mira asombrado como una, para él, señora, hace posturitas y sonríe a los hombres que toman tranquilamente el sol. Hoy hay tres chicas así, han llegado juntas en el autobús, (las vi bajarse cuando esperaba a que el semáforo cambiara de color), la más mayor, que ya tiene edad para haber sido “Madame” unos cuantos años en el siglo pasado, les da consejos a las otras dos, que aceptan con risas. Mientras camino detrás de ellas no me doy cuenta de sus intenciones hasta que se paran en el  mirador y se dividen la playa, luego deciden que su entrada triunfal va a ser más apoteósica si lo hacen saliendo del ascensor de puertas transparentes. Se quedan esperando que suba el elevador mientras yo bajo por las escaleras con la sensación de que están tramando algo que no nos va a gustar a casi nadie. A otros sí, un montón. Llego antes que ellas y, mientras extiendo la toalla cerca de la orilla, veo como los primeros candidatos han olfateado la presencia de hembras dispuestas a todo y dejan de leer y de tomar el sol, luego se atusan el pelo, los que aún tienen, y hacen verdaderos esfuerzos para esconder la barriga que tienen morena a rayas.
Observo a las recién llegadas mientras floto en el agua que ya no es tan fresca y veo como se han puesto cada una cerca de un hombre maduro que está acompañado por el aburrimiento o por una mujer con la que convive desde hace décadas y con la que ya ha perdido hasta las ganas de hablar. Las tres actúan igual, ponen la toalla exagerando los movimientos a cuatro patas, poniendo el culo frente a la nariz de sus víctimas, luego se desnudan poco a poco (solo les falta la música y la barra vertical para parecer que estamos en un club de alterne). Doblan la ropa con mucho cuidado, la guardan en la bolsa de la que sacan un libro que bien podría ser de cartón ya que parece que es solo un señuelo, sacan la crema y un espejo que les va a servir de retrovisor, por si llega a la playa algún candidato mejor y hay que hacer maniobras de acercamiento.
 Llega el momento de ponerse la crema protectora, para eso se quitan la parte de arriba del bikini y empiezan a masajear sus pechos como si en vez de crema estuviesen poniendo cemento. A estas alturas ya hay varios hombres, y alguna mujer, babeando sobre la toalla y otros que se acercan. Ellas sonríen con todos los dientes. Algún que otro niño ha dejado de hacer castillos de arena y mira, asombrado; en cuanto las madres se dan cuenta intentan despistarlos llevándoselos al agua o dándoles dinero para ir a comprar un helado que no todos quieren. Algunos se tocan el bañador que parece que se les ha vuelto, de repente, una talla más pequeño. Las madres hacen corrillos y comentan entre ellas, señalando, con disimulo, en dónde están las mujeres peligrosas que se atreven a hablar y hacer bromas con uno de los maridos que está de Rodriguez. Pobrecitos. Tienen que ir inmediatamente al rescate pero han de coordinar cómo hacerlo. Me río. Trago agua de mar y sigo nadando de espaldas a ese teatro. Puede pasar cualquier cosa.


Dedicado a todos los que han tenido tentaciones. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Si te gusta, compártelo con tus amigos. Todos los derechos reservados.  

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