La
playa de Dulcinea
32 –Un
caco en la playa
La
playa cada vez se llena antes, este calor obliga a salir de casa ya que
permanecen calientes todo el día porque ni el aire, que suele soplar, caliente
y húmedo, consigue refrescarlas. A primeras horas de la mañana no queda ni un
hueco para poner la toalla, por eso hay muchos que deciden sentarse en el
chiringuito de la playa cuatro horas antes de la hora de comer, dejando sobre
las sillas las toallas y bolsos para ir a darse un baño. Queremos sentir el
frescor del mar en nuestra piel. El calor no le sienta bien a todos aunque los baños consiguen mejorar el humor de los que llegan
a la playa enfadados por el calor, el tráfico, lo cargados que tienen que venir
y lo difícil que es aparcar en estas fechas cerca del mar.
Parecemos
patos en la orilla. Todos a remojo; unos nadan y otros, simplemente, charlan en
el agua con las vecinas o con el primero que pasa. El baño es refrescante y
cambia el mal humor de los que acaban de llegar, cargados, acalorados y
malhumorados. El mar todo lo calma.
Por la escalera lateral baja un hombre con
bermudas vaqueras, zapatillas y calcetines, lleva una camiseta grande y una
mochila colgada del hombro, le tapa la cara la gorra que lleva calada y unas
gafas de sol de esas enormes que están de moda ahora. Me llama la atención un
segundo y sigo leyendo tumbada en la toalla, boca abajo, notando como el sol
quema mi espalda y seca mi piel mientras el desconocido pasa frente a mí y se
aleja por la playa. Los niños de las pelotas vuelven a jugar acompañados de un
“lo siento” bajito, colgado de sonrisas tan dulces que no tengo fuerzas para enfadarme,
les devuelvo la pelota y miro el mar, azul y tranquilo, decorado con barcos
veleros, lanchas, motos acuáticas, tablas con vela y boyas de color naranja que
avisan de la presencia de unos buceadores que no se ven. En las rocas hay
varias personas pescando, fumando y, una, está leyendo un diario mientras su
perro toma el sol junto a la tapia de un chalet que da a las rocas. Hoy, cosa
rara, la playa tiene poco ruido, no hay mamás gritando interminablemente los
nombres de sus hijos ni jóvenes que hablan a voz en grito por teléfono,
haciéndonos partícipes de las tonterías importantes de sus vidas tiernas.
Unos
gritos rompen la paz de la mañana, hay personas que corren y otras que señalan
en dirección a las escaleras del chiringuito, como un reguero de pólvora se
extiende el pánico, todos miran dentro de las mochilas, bolsas y ropas, algunos
respiran aliviados al ver su cartera y documentos, otros se desesperan y corren
hacia las escaleras para ver si cogen al ladrón que les ha quitado los móviles
y las carteras sin que nadie se percatara de ello. Parece que es demasiado
tarde, pero no; en el mirador hay gente que habla y grita junto a unos policías
que casualmente pasaban por allí, desde aquí no lo veo bien pero parece que han
detenido al ladrón y están pidiendo por radio que manden un coche patrulla para
llevárselo. Me acerco, curiosa, como muchos, justo en el momento en el que uno
de los policías vacía la mochila sobre el banco de madera y aparecen varios
monederos, carteras y móviles que hacen que muchos griten señalándolos como
suyos. Por suerte a mí no me han quitado nada pero el mal sabor de boca que me
ha producido ver de lo que la gente es capaz de hacer para apropiarse de lo que
no es suyo, me ha quitado las ganas de seguir en la playa. Vuelvo a casa,
aunque sea para pasar calor. Mientras espero en el semáforo oigo la sirena del
coche patrulla que se acerca por la gran curva adornada de palmeras.
Dedicado
a todos los que en algún momento han tenido un susto que no ha llegado a más.
Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los
derechos reservados. Si te gusta, pásaselo a tus amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario