La
playa de Dulcinea
33 –Un chulo de playa
Hoy no
hace tanto calor gracias a que sopla una brisa continua y fresca. El mar está
en calma y el agua tiene una transparencia cristalina y un brillo mágico que
invita a nadar nada más llegar y colocar la toalla sobre la arena.
En la
orilla, paseando de un lado a otro, hay un hombre que hace ejercicios con los
brazos y las piernas, muestra sin recato todos sus músculos mientras se cubre
con un “farda-huevos” que le tapa escasamente sus genitales y la parte inferior
del culo. El color verde de este bañador acentúa un bronceado exagerado. Cuando
no hace posturitas se echa el pelo hacia atrás con la mano y se repasa las cejas,
luego enciende un cigarro y se sienta sobre las rocas, encima de una toalla
doblada minuciosamente varias veces; expulsa el humo como un artista de cine
antiguo y sonríe, mientras guiña un ojo, a todas las chicas que se acercan
hacia él para ir a nadar. El agua huele a mar. Varias chicas se acercan y le
piden fuego, otras le hacen preguntas y alguna le desprecia olímpicamente. Después
de tontear un rato con unas y otras, enseñando una sonrisa poco cuidada, se
mete en el mar dando saltitos de ciervo para sumergirse de cabeza en dos palmos de agua, si hubiese sido
un ciervo de verdad se habría dejado los cuernos. Cuando sale a la superficie
nada hacia el horizonte dando golpes con las manos abiertas, como si llevara
aletas en las manos y un motor en los pies que levanta grandes cantidades de
agua con cada patada. Me sorprendo mirándole. Tiene una forma extraña de nadar.
Cuando sale del agua el bañador de color verde loro parece haber encogido; sale
del agua despacio, echándose el pelo
hacia atrás y peinándose las cejas, luego se sacude casi como un perro y empieza
a regalar sonrisas a diestro y siniestro. El nuevo camarero del bar, y a la vez
ayudante del chico de las hamacas, no le quita el ojo de encima y se abanica
con un abanico de color lila con lunares rosas, mientras espera junto a la
barra del chiringuito que algún cliente le pida algo. Seguramente está soñando
que el guapetón de la orilla vaya a pedirle algo al bar. Mirando como mira a
las chicas no creo que el nuevo camarero tenga ninguna posibilidad de tener una
cita con el morenazo del bañador verde. Cuando se da cuenta de que el camarero
le mira, casi babeando, hace un gesto de asco, coge la toalla y se va hacia la
cueva en la que está Paúl está, con su pie vendado sobre la colchoneta, lijando
un trozo de madera que seguramente el mar trajo hasta la playa un día de
tormenta.
El
camarero nuevo hace un mohín triste al ver irse al hombre del bañador verde y
agita con rabia el abanico mientras echa la cabeza hacia atrás y entrecierra
los ojos, suspirando, justo en el momento
en el que un cliente le pide una de pollo.
Dedicado
a todos los que les gusta que les roben una sonrisa de vez en cuando. Gracias
por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos
reservados. Si te gusta, compártelo con tus amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario