La
playa de Dulcinea
26 –Un
suicida en el acantilado
El mar
esta mañana parece un espejo, limpio y brillante. A lo lejos se ven entre el mar y el cielo las montañas y los
acantilados que dibujan este falso lago. Un gran mar en calma para un día de
mucho calor, quiero disfrutarlo, aunque sea un poco, antes de ir a trabajar.
Da pena
romper el mar con los pies para entrar en sus aguas, mi pie asusta a los
pequeños peces que están en la orilla y salen rápidamente hacia aguas más
profundas en las que hay peces de mayor tamaño, el agua es tan transparente,
tan cristalina, que puedo ver perfectamente el color de la laca que llevo en
las uñas de los pies. Todo está en calma, solo cuatro personas pasean por la
playa mientras Lisa abre su negocio y pone en marcha la cafetera. Por las
estrechas escaleras que dan al chiringuito baja una mujer con pamela de flores
y vestido blanco, amplio; habla con la dueña del bar, parece muy alterada,
gesticula, señala a lo lejos y da a Lisa
unos papeles que lee con suma atención. Señalan hacia mí y me hacen señas para
que salga mientras ambas mujeres se abrazan en la orilla.
El
pánico se apodera de mi cuerpo, estoy imaginando cosas que no tienen por qué
ser ciertas, imagino que han encontrado el cuerpo de Nicolás y que por ese
motivo María del Fin ha venido a buscarnos y a contarnos lo sucedido. No puedo
imaginar otro motivo para que estén en la playa, haciéndome señales como locas,
pidiendo que salga del agua. La vida nos
ha puesto en contacto de una extraña forma y me hace daño pensar en verla
sufrir, aunque no la conozca de nada. Nos ha unido una botella que flotaba en
el mar. Ahora toco fondo y empiezo a caminar atravesando el agua a grandes
pasos para acercarme a la orilla. María del Fin me abraza llorando. Dios mío no
quiero oírlo. Nos miran casi todos los bañistas, curiosos. María del Fin me
mira fijamente a los ojos con sus preciosos ojos color de mar llenos de lágrimas;
siento un nudo en el estómago y ganas de salir corriendo. El asombro me deja
helada. María del Fin me cuenta que se ha suicidado la tarde anterior, en el
mismo acantilado en el que desapareció Nicolás, un empresario desesperado por
la crisis; esta mañana han ido los efectivos necesarios a la zona para
recuperar el coche y el cuerpo del finado que se encontraba sobre las rocas, a
pocos pasos del mar; un operario se ha descolgado por el acantilado para
sujetar el vehículo siniestrado con un cable de acero para elevarlo y ha visto,
junto a un árbol que sale de unas rocas, la entrada de una cueva y una pierna
que parecía moverse, quizás por causa del viento. Se ha acercado a la cueva
para ver qué era y ha encontrado a Nicolás, deshidratado, herido y desorientado.
Pero vivo. ¡Vivo! Se nos saltan las lágrimas a las tres, estamos tan abrazadas
que noto las patadas del pequeño que María del Fin lleva en su vientre como si
fuera mío. Tenemos que sentarnos en el chiringuito, en una mesa a la sombra
junto a la que canta con frenesí un canario. Tomamos agua y damos gracias al
cielo por la gran noticia; empezamos a temer por la salud de María del Fin que
respira agitada, Lisa le trae una tila y recuperamos la tranquilidad y la
alegría de vivir. Sintiéndolo mucho me despido de ellas después de intercambiar
números de teléfonos y direcciones. El trabajo me espera pero voy feliz,
dándole gracias a ese Dios que ha conseguido que se realice un milagro.
Dedicado
a todos los que creen en los milagros. Un saludo. Gracias por leerme. Amaya
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