La playa de
Dulcinea
36 –El camión de
los helados
La playa tiene vida
propia todas las horas del día durante el verano; cuando amanece sale de su
cueva, Paul, para ducharse antes de que lleguemos, es el vagabundo del barrio;
en verano duerme en la cueva sobre una colchoneta de playa de color rosa que
alguien dejó un día, o que el mar acercó a la orilla después de alguna tormenta.
A veces le he pillado duchándose, desnudo, bañado por el sol del amanecer y el
brillo del agua resbalando por su espalda bronceada, como una escultura dorada
con vida propia que sale corriendo tapándose con la manta raída en cuanto ve
acercarse a alguien. A la misma hora llegan los primeros pescadores que se
colocan en las rocas, a los pies del gran hotel, bañados por el sol rojo del
amanecer mientras el perro que siempre les acompaña se tumba mirando al sol con
los ojos entrecerrados. Poco después llegamos los bañistas tempraneros, los que
queremos romper el primer cristal del agua tranquila con nuestros pies. El
primer baño es el mejor del día. Cuando salimos del agua ya está Lisa abriendo
el chiringuito y poniendo la cafetera en marcha para preparar los primeros
desayunos, el suyo, el de sus hijos y el del camarero nuevo, que acaba de
aparcar su Vespa rosa junto al semáforo, y el del chico de las hamacas que ya
está rastrillando la playa mientras se tuesta el pan y se hace el café. Hace
días que no tenemos noticias de María del Fin, de su embarazo y de su marido
ingresado en la unidad de cuidados intensivos.
La playa está cada vez más llena. Desde que el
verano se ha vuelto tan caluroso tenemos nuevos personajes que disfrutan de la
playa: chicos guapos presumiendo de tipo, chicas estupendas a la caza de una
pareja para pasar el verano y chiquillos disfrutando del mar mientras las madres
se relajan al sol.
A todos nos gustan
los helados, el camión viene los lunes, miércoles y viernes a las once de la
mañana, después de empezar la ruta en la ciudad y recorrer toda la costa de bar
en bar dejando cajas de deliciosos helados y coloridos polos. Cuando llega a la
playa ya es su última parada, antes de volver a la base para llenar de nuevo el
frigorífico, algunos helados están, casualmente, a punto de derretirse y el
conductor, Jaime, un chico alto, rubio, moreno de piel y sonriente, que parece
extranjero, baja las escaleras silbando una canción de moda mientras va dando
helados a los niños de la playa que lo saben y le esperan sentados en la
escalera cercana al ascensor, es para verlos, dejan un pasillo en el centro de
la escalera para que pase Jaime repartiendo su preciado tesoro. Antes de ir al
chiringuito, Jaime, se para en la cueva de Paul y le deja una caja con media
docena de helados que Paul recibe con lo mejor que tiene, su preciosa sonrisa
que brilla en la oscuridad. Antes de que Jaime llegue al chiringuito, Paul ya
ha terminado el primer helado mientras los niños de la escalera lo toman
despacio dejando que les resbale por las caras y las barriguitas bronceadas.
Dentro de unos minutos bajaran todos, corriendo, para lavarse en el mar
mientras Jaime se aleja, escaleras arriba, hacia el camión que ya no tiene
helados y ha dejado aparcado sobre la acera junto al mirador. Se ve desde la
playa, con los intermitentes activados hasta que desaparece dejando en la playa
sabor a nata y chocolate.
Dedicado a todos
los que han necesitado alguna vez, con urgencia, un helado. Muchas gracias por
leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.
Si os gusta, compartirlo con los amigos. Gracias.
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