martes, 29 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 36 –El camión de los helados

La playa de Dulcinea
36 –El camión de los helados 

La playa tiene vida propia todas las horas del día durante el verano; cuando amanece sale de su cueva, Paul, para ducharse antes de que lleguemos, es el vagabundo del barrio; en verano duerme en la cueva sobre una colchoneta de playa de color rosa que alguien dejó un día, o que el mar acercó a la orilla después de alguna tormenta. A veces le he pillado duchándose, desnudo, bañado por el sol del amanecer y el brillo del agua resbalando por su espalda bronceada, como una escultura dorada con vida propia que sale corriendo tapándose con la manta raída en cuanto ve acercarse a alguien. A la misma hora llegan los primeros pescadores que se colocan en las rocas, a los pies del gran hotel, bañados por el sol rojo del amanecer mientras el perro que siempre les acompaña se tumba mirando al sol con los ojos entrecerrados. Poco después llegamos los bañistas tempraneros, los que queremos romper el primer cristal del agua tranquila con nuestros pies. El primer baño es el mejor del día. Cuando salimos del agua ya está Lisa abriendo el chiringuito y poniendo la cafetera en marcha para preparar los primeros desayunos, el suyo, el de sus hijos y el del camarero nuevo, que acaba de aparcar su Vespa rosa junto al semáforo, y el del chico de las hamacas que ya está rastrillando la playa mientras se tuesta el pan y se hace el café. Hace días que no tenemos noticias de María del Fin, de su embarazo y de su marido ingresado en la unidad de cuidados intensivos.
 La playa está cada vez más llena. Desde que el verano se ha vuelto tan caluroso tenemos nuevos personajes que disfrutan de la playa: chicos guapos presumiendo de tipo, chicas estupendas a la caza de una pareja para pasar el verano y chiquillos disfrutando del mar mientras las madres se relajan al sol.
A todos nos gustan los helados, el camión viene los lunes, miércoles y viernes a las once de la mañana, después de empezar la ruta en la ciudad y recorrer toda la costa de bar en bar dejando cajas de deliciosos helados y coloridos polos. Cuando llega a la playa ya es su última parada, antes de volver a la base para llenar de nuevo el frigorífico, algunos helados están, casualmente, a punto de derretirse y el conductor, Jaime, un chico alto, rubio, moreno de piel y sonriente, que parece extranjero, baja las escaleras silbando una canción de moda mientras va dando helados a los niños de la playa que lo saben y le esperan sentados en la escalera cercana al ascensor, es para verlos, dejan un pasillo en el centro de la escalera para que pase Jaime repartiendo su preciado tesoro. Antes de ir al chiringuito, Jaime, se para en la cueva de Paul y le deja una caja con media docena de helados que Paul recibe con lo mejor que tiene, su preciosa sonrisa que brilla en la oscuridad. Antes de que Jaime llegue al chiringuito, Paul ya ha terminado el primer helado mientras los niños de la escalera lo toman despacio dejando que les resbale por las caras y las barriguitas bronceadas. Dentro de unos minutos bajaran todos, corriendo, para lavarse en el mar mientras Jaime se aleja, escaleras arriba, hacia el camión que ya no tiene helados y ha dejado aparcado sobre la acera junto al mirador. Se ve desde la playa, con los intermitentes activados hasta que desaparece dejando en la playa sabor a nata y chocolate.


Dedicado a todos los que han necesitado alguna vez, con urgencia, un helado. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con los amigos. Gracias.

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