La
playa de Dulcinea
24 –
Gambas a la plancha
Hace
calor y viento, aún hay luz a pesar de que el sol hace rato que se ha
escondido. Los chicos de las pelotas siguen jugando con ellas, prácticamente han invadido toda la
playa dejando a los pocos bañistas que quedamos contra el muro, a remojo o pegados a las escaleras que dan al
chiringuito. No hacen caso a las llamadas de atención que les hacemos y siguen chutando
cañonazos.
Por el
callejón, que lleva directo desde la calle al chiringuito, llegan grupos de
personas y parejas, recién duchados, bien vestidos y oliendo a crema para después del sol; bajan
las escaleras despacio, disfrutando de un mar que parece un gran lago iluminado
casi en todo su contorno. Van a cenar junto al mar en el chiringuito de la
playa. Huele a pescado a la plancha. Casi todas las mesas están ocupadas y
prácticamente todos los clientes van vestidos con colores claros. A los
veraneantes antiguos se les distingue enseguida porque tienen un bronceado
bonito que contrasta con el color rojo que presentan los recién llegados a los
que parece molestarles la ropa y hasta el contacto de las sillas al sentarse;
hay dos camareros luchando por conectar una televisión grande para poder ver la
final de la copa del mundo de fútbol, no parece una tarea fácil ya que prueban
cables y más cables y no encuentran la señal mientras Lisa sirve bebidas a las
mesas, pasa los pedidos a la cocina y azuza a los chicos para que conecten de
una vez la televisión ya que parece ser que el partido está a punto de empezar.
Se mastica la tensión mientras de la cocina empiezan a salir platos que huelen
de maravilla. Los chicos de las pelotas han dejado de jugar y ayudan a conectar
la televisión hasta que consiguen que funcione, luego se sientan frente a la
pantalla y piden cervezas y hamburguesas. Todos los presentes miran de reojo el
partido mientras disfrutan de la cena y de una luna llena preciosa que hace un
camino de plata sobre el mar. El agua está caliente, nado despacio, luego me quedo
un rato flotando, viendo la gran luna y disfrutando de todo lo que me rodea,
incluyendo las sombrillas iluminadas del chiringuito con los clientes cenando,
el gran hotel iluminado con la terraza llena de mesas en las que tiemblan las llamas
de las velas.
A lo largo de la costa se ven los edificios
iluminados y el mar que se ha vuelto negro y me envuelve mientras la luna,
enorme y blanca, hace un camino de plata en el mar que de vez en cuando cruza algún
velero que vuelve a puerto. Al salir del mar siento frio y agradezco el abrazo
cálido de la toalla. El ascensor está cerrado, voy hacia las escaleras del
fondo y creo ver en la cueva la colchoneta rosa de Paul con él encima, tapado
con la manta roída, se entrevé el pie vendado mientras el resto del cuerpo queda escondido
en la oscuridad de la cueva. No tengo calor y siento el cuerpo relajado. Creo
que hoy voy a dormir bien. Mientras espero
a que cambie de color el semáforo me sobresalta un rugido enorme que viene
de todos los lados. Alguien ha marcado un gol.
Dedicado
a todas las personas que pierden su tiempo en leerme. Muchas gracias. Un
saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.
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