La
playa de Dulcinea
29 –Un
ejecutivo en la playa
Las
noticias sobre la recuperación de Nicolás son cada vez mejores, tanto Lisa como
yo nos hemos acostumbrado a llamar a María del Fin para interesarnos por ellos
y por el embarazo que ya está a pocas semanas de terminar. Este calor no ayuda
a la embarazada que ha optado por quedarse en la sala de espera de la unidad de
cuidados intensivos, haciendo ropa para su bebe, leyendo y escribiendo; ahora
somos su nueva familia y raro es el día que no nos manda un par de fotos de su
marido en la cama del hospital, aun rodeado de máquinas, y de su barriga
que tiene un tamaño considerable. Lisa y
yo le contestamos desde la playa y le mandamos fotos refrescantes aunque seguro
que ella tiene mejor temperatura que la que hay aquí. No nos podemos quejar ¡Es
verano! Un verano de mucho calor y
bochorno. Lisa no para de trabajar mientras yo paseo y tomo el sol o voy
nadando hasta la zona en la que el mar se vuelve oscuro y azul. Vuelvo nadando
hacia la orilla, despacio, disfrutando de la vista de la playa desde el mar, me
siento como un pequeño barco o como un gran pez que observa el mundo frente a
él.
Por las
escaleras del chiringuito baja un hombre vestido con traje y corbata, habla con
Lisa y pone una silla, que aparta de una
de las mesas, junto a la puerta del bar, en la que cuelga un antiguo flotador
de barco y el menú del día en letras grandes; se desviste, sentado, poco a poco;
va dejando los calcetines negros dentro de los zapatos, la camisa y la
americana colgadas en el respaldo de la silla y la corbata enrollada dentro de
uno de los bolsillos de la chaqueta, en el otro bolsillo mete las gafas de sol
y unas llaves. Lleva un bañador azul claro con finas rayas blancas, verticales,
que parece un calzoncillo. Se acerca al
mar y, con precaución introduce un pie dentro del mar, luego el otro y echa a
correr hasta que el agua le llega a las zonas sensibles y se sumerge de cabeza
para salir cinco metros más acá. Casi nos damos de frente, tiene unos preciosos
ojos claros que le brillan entre las pestañas llenas de gotas de agua, está
bronceado y sonríe como un niño en el parque. Cuando salgo del agua Lisa me hace un gesto con la cabeza
como queriendo decir “que guapo es y qué bien está”. Sonrío. No le falta razón,
sigue con la manía de buscar novio a todas las vecinas que venimos a la playa.
Hago un
esfuerzo, no creo que desestabilice mucho mi maltrecha economía, y bebo una
caña en compañía de Lisa; me pone al corriente de las nuevas noticias del
estado de Nicolás y de María del Fin, son las mismas noticias y fotos que yo tengo,
hago como que no lo sé y dejo que me cuente su versión con todo lujo de
detalles. En cuatro minutos ha terminado y me hace un gesto para que mire hacia
el mar mientras ella vuelve a servir bebidas en las mesas y toma nota de lo que
van a tomar sus clientes.
El
ejecutivo sale del mar y se ducha mientras las madres con niños, que esperan a
que baje el ascensor, le miran sin disimulo; se seca con una toalla azul y
vuelve hacia el chiringuito andando de talones para evitar que se le llenen los
pies de arena. Me mira, sonríe y se sienta en la silla en la que tiene la ropa
colgada, se seca los pies con la toalla y se pone los calcetines y los zapatos,
luego rodea su cintura con la toalla y se quita el bañador, del bolsillo
interior de la americana saca algo parecido a un pañuelo que resulta ser un
slip y se lo pone con cierta dificultad sentado en la silla. Cuando termina de
vestirse, pide una cerveza y una ensalada y la saborea mientras me mira y
vuelve a sonreír. Que dientes más bonitos tiene. Me voy antes de verme sometida
a una tercera sonrisa que quizás me desmonte del todo. Lisa me hace señas para
que me quede sentada en donde estoy pero no le hago caso y le digo adiós con la
mano. Con sorpresa veo como el ejecutivo, que se peina con una mano, me dice adiós
con la otra. Menos mal que no me pueden ver, totalmente ruborizada, mientras
subo la escalera.
P.D.
Dedicado a todos los que son capaces de sentir acelerarse el corazón. Gracias
por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.
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