La playa de Dulcinea
31 -Cursos de navegación y remo.
Dicen
que después del temporal llega la calma y en esta ocasión ha sido así. Después
de una noche de olas batiendo contra las rocas ha amanecido el mar con una
tranquilidad tensa, bello en su quietud y salvaje en las orillas en las que ha
depositado algas, plásticos y todo tipo de restos; algunos parecen de naufragios
lejanos, salvavidas llenos de algas enredadas en sus cabos, trozos de madera
que parecen pertenecer a algún barco siniestrado y montones de algas y maderas
peladas y brillantes. El camarero del chiringuito es el que se encarga de
rastrillar y recoger todos los restos que hay en este trozo de playa antes de
colocar las hamacas que alquila a los veraneantes. No puede él solo con todo el
trabajo que se le presenta y ha avisado a un amigo que acaba de llegar en su
Vespa rosa con un casco a juego y unas bermudas que estoy segura que son únicas
en el mundo entero. Están los dos en la orilla luchando para meter las algas en
las enormes bolsas de plástico negro que se lleva el aire y flamean como velas
de antiguos barcos bucaneros.
El sol
acaba de levantarse volviendo anaranjado todo el entorno y, justo en este
momento, empiezan a salir por la bocana del puerto en el que está la escuela de
vela, justo detrás del gran hotel, una docena de pequeños veleros atados con un
cabo, en fila, como patitos siguiendo a la mamá pata, en este caso la mamá pata
es una Zódiac en la que van los monitores ataviados con chalecos salvavidas
naranjas y un megáfono con el que dan instrucciones a los pequeños que se
agarran a los cabos y al mástil de su pequeña embarcación como si con ello
protegieran su vida. Les cuesta atender a los monitores y a la vez maniobrar
con el velero pero poco a poco dominan las maniobras y se les ve sonreír y
soltarse de los cabos y la botavara mientras juegan a adelantar a sus
compañeros. Uno ha caído al agua y el mar, de repente, se ha quedado totalmente
mudo. Monitores y amigos han contenido la respiración hasta el momento en el
que ha emergido del agua impulsado por
el chaleco salvavidas que lleva puesto, como todos los demás. Solo ha
sido un susto pero ha bastado para que las mamás, que están en el chiringuito
de la playa, esperando que sus hijos terminen la clase, se han puesto de pie de
golpe y, a la vez, se han tapado la boca escondiendo un grito de pánico
mientras los monitores recogen al pequeño, le dan unas instrucciones y vuelven
a subirle a su velero.
Del
puerto salen un montón de piraguas de color amarillo y rojo, precedidas y
perseguidas por dos barcas neumáticas que les controlan; han hecho dos grupos,
uno de cada color mientras el monitor, en el centro, levanta el remo y les
enseña la técnica para introducirla bien en el agua, dar medio giro e
introducir el otro lado sin que la piragua pierda el equilibrio lanzando al
pasajero al mar, cosa bastante difícil, aunque no imposible, en este tipo de embarcaciones más anchas que
las normales.
En la
playa siguen rastrillando la orilla los dos hombres, uno de ellos, el del
bañador rosa, canta canciones de Falete mientras baila con el rastrillo
aprovechando que su compañero llena de algas una bolsa grande de plástico
negro. Los bañistas ponen las toallas en las zonas que están
limpias. Todos siguen con la vista los movimientos de los pequeños que están
aprendiendo a navegar en velero y en piragua. El sol quema con fuerza.
Dedicado a todos los que pasan calor. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren.
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