jueves, 24 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 31 –Cursos de navegación y remo

 La playa de Dulcinea
31 -Cursos de navegación y remo.

Dicen que después del temporal llega la calma y en esta ocasión ha sido así. Después de una noche de olas batiendo contra las rocas ha amanecido el mar con una tranquilidad tensa, bello en su quietud y salvaje en las orillas en las que ha depositado algas, plásticos y todo tipo de restos; algunos parecen de naufragios lejanos, salvavidas llenos de algas enredadas en sus cabos, trozos de madera que parecen pertenecer a algún barco siniestrado y montones de algas y maderas peladas y brillantes. El camarero del chiringuito es el que se encarga de rastrillar y recoger todos los restos que hay en este trozo de playa antes de colocar las hamacas que alquila a los veraneantes. No puede él solo con todo el trabajo que se le presenta y ha avisado a un amigo que acaba de llegar en su Vespa rosa con un casco a juego y unas bermudas que estoy segura que son únicas en el mundo entero. Están los dos en la orilla luchando para meter las algas en las enormes bolsas de plástico negro que se lleva el aire y flamean como velas de antiguos barcos bucaneros.
El sol acaba de levantarse volviendo anaranjado todo el entorno y, justo en este momento, empiezan a salir por la bocana del puerto en el que está la escuela de vela, justo detrás del gran hotel, una docena de pequeños veleros atados con un cabo, en fila, como patitos siguiendo a la mamá pata, en este caso la mamá pata es una Zódiac en la que van los monitores ataviados con chalecos salvavidas naranjas y un megáfono con el que dan instrucciones a los pequeños que se agarran a los cabos y al mástil de su pequeña embarcación como si con ello protegieran su vida. Les cuesta atender a los monitores y a la vez maniobrar con el velero pero poco a poco dominan las maniobras y se les ve sonreír y soltarse de los cabos y la botavara mientras juegan a adelantar a sus compañeros. Uno ha caído al agua y el mar, de repente, se ha quedado totalmente mudo. Monitores y amigos han contenido la respiración hasta el momento en el que ha emergido del agua impulsado por  el chaleco salvavidas que lleva puesto, como todos los demás. Solo ha sido un susto pero ha bastado para que las mamás, que están en el chiringuito de la playa, esperando que sus hijos terminen la clase, se han puesto de pie de golpe y, a la vez, se han tapado la boca escondiendo un grito de pánico mientras los monitores recogen al pequeño, le dan unas instrucciones y vuelven a subirle a su velero.
Del puerto salen un montón de piraguas de color amarillo y rojo, precedidas y perseguidas por dos barcas neumáticas que les controlan; han hecho dos grupos, uno de cada color mientras el monitor, en el centro, levanta el remo y les enseña la técnica para introducirla bien en el agua, dar medio giro e introducir el otro lado sin que la piragua pierda el equilibrio lanzando al pasajero al mar, cosa bastante difícil, aunque no imposible,  en este tipo de embarcaciones más anchas que las normales.  

En la playa siguen rastrillando la orilla los dos hombres, uno de ellos, el del bañador rosa, canta canciones de Falete mientras baila con el rastrillo aprovechando que su compañero llena de algas una bolsa grande de plástico negro. Los bañistas  ponen las toallas en las zonas que están limpias. Todos siguen con la vista los movimientos de los pequeños que están aprendiendo a navegar en velero y en piragua. El sol quema con fuerza.

Dedicado a todos los que pasan calor. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren.
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