La playa de Dulcinea
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-Un camarero muy guay
Estos
días están siendo muy duros en el chiringuito de la playa, casi no les quedan
horas para descansar cuando ya tienen que volver a abrir; es un negocio
familiar en el que todos ponen de su parte para que funcione pero el cansancio
hace que salten chispas que crean discusiones y malos modos entre los padres y
los dos hijos que ya están al borde de la extenuación. No hay día en el que no
tengan algún enfrentamiento, a veces por el motivo más tonto se desata una
pelea verbal en la que poco falta para que también participen los clientes que,
después de tantos años, son amigos y casi familia. Estas situaciones
desagradables están a punto de provocar la pérdida de los clientes que tanto
tiempo les ha costado conseguir. Lisa ha querido arreglar las cosas y ha
contratado a un camarero nuevo y al chico de las hamacas para atender las mesas
en las horas de la comida. Es de suponer que cuatro manos más van a ser un
descanso para toda la familia. Ahora es la cocinera, la abuela, la que empieza
a quejarse de que a ella le hace falta un ayudante aunque no tiene muy claro en
qué lugar de la diminuta cocina le iba a meter. Les veo gesticular desde el
refugio del mar fresco, a estas horas aun el agua no se ha calentado, y creo
adivinar todo lo que dicen y las órdenes que da, enfadada, Lisa. No es normal
verla enfadada, siempre ha tenido un
carácter alegre y una sonrisa perpetua en su cara redonda de piel tostada y
ojos azules, ya no recuerda los paisajes de su tierra nórdica a la que no ha
vuelto desde hace décadas. Parece de aquí, hasta que le oyes hablar y notas ese
acento extranjero que no se ha podido quitar con los años.
El
camarero nuevo es muy especial, lleva por aquí un par de días, me suena de
haberle visto por el barrio, es una persona que llama la atención por su forma
de vestir y los colores que usa en su atuendo. Es pequeño pero bien
proporcionado, musculado sin exagerar y depilado de brazos y piernas –quizás
tenga depiladas más partes pero con la ropa no se le ven- tiene unos bonitos
ojos verdes que los embellece aún más pintándose una fina línea negra alrededor.
Lleva el uniforme del chiringuito, pantalón azul marino, debajo del que se le
ve un poco de la bermuda de colores que lleva, polo blanco y, en vez de las
zapatillas azules, lleva unas albarcas menorquinas con los colores del arcoíris
y un abanico lila con lunares rosas colgado del cinturón, al lado del
abrebotellas y de la servilleta blanca que usa para repasar las copas antes de
ponerlas en las mesas. Mientras barre la terraza y limpia las mesas canturrea
habaneras, coplas y boleros que a veces escenifica haciendo como que canta con
un micro que es, en realidad, el abanico o el trapo arrugado entre sus manos.
Es amable, atento y diligente; trata a todo el mundo con alegría y siempre
tiene un piropo para las chicas y una mirada evaluadora para los chicos, sobre
todo cuando se dan la vuelta y puede evaluar bien la belleza de sus espaldas
bronceadas y algo más. Se entiende con todo el mundo aunque no sabe idiomas
pero se inventa uno basado en gestos y fotografías del menú con el que consigue
no equivocarse nunca y hacer reír a los clientes.
Desde
la cocina, la voz de la abuela le llama: “Tolo, la mesa dos ya tiene su
comanda”, y él va, sonriente y le dice desde detrás del mostrador que da a la
cocina: “abuela, mi nombre no es Tolo, es Too-lo. Anda, reina mora, dame esos
platos maravillosos que has cocinado para los señores guiris”. Y se va cantando
una canción de marineros perdidos y barcos que naufragan rotos de amor, mientras
con la otra mano se abanica alegremente.
Dedicado a todos los que necesitan dibujar una sonrisa.
Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los
derechos reservados. Si te gusta, compártelo con los amigos.
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