La
playa de Dulcinea
3-Ver
amanecer
He
bajado a la playa con mi perrita para ver amanecer, el calor no me dejaba
dormir y el canto de los pájaros me avisa de que el día está a punto de
encenderse. La perrita se sabe el camino, al igual que sabe que la playa es de
los humanos y que ella me tiene que esperar jugando en las rocas.
El
ascensor de cristal está oscuro. Los cuatro tramos de escaleras casi no tienen
luz pero la playa ya brilla con luz anaranjada. En la cueva que hay, bajando a
la derecha, hay alguien durmiendo; mientras paseo por la orilla viendo elevarse
el sol me doy cuenta de que la persona que está bajo una manta vieja se
despereza y levanta. No puede verme, yo a él sí. Se va a la ducha con la manta
como capa, la deja con cuidado sobre la barandilla de acero inoxidable y se
ducha. Su cuerpo desnudo parece irreal, brillante y rojizo, envuelto por las
primeras luces del amanecer.
Mojo
los pies en el agua fresca y veo venir al galope a la perrita, mi playa es
también la suya, sobre todo en invierno, cuando puede jugar en la arena y hacer
agujeros enormes con sus amigos de cuatro patas.
Subo
las escaleras y el sol me da en la espalda. El chico que dormía en la playa va
delante de mí con la mochila cargada en la espalda y la manta enrollada. En el semáforo
los dos nos detenemos a esperar que se ponga verde, nos damos los buenos días y
cruzamos la calle siguiendo caminos distintos.
P.D.
dedicado a todos mis amigos.
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