La
playa de Dulcinea
22 –Un
diario sin noticias
Han
pasado dos días y no hay noticias del desaparecido, se empieza a convertir en
rutina mis paseos hasta el quiosco para comprar el periódico. Si en la primera
página no pone nada es porque no saben nada. Esa noticia sería muy importante
en una provincia tan pequeña como esta.
Llego a
la playa. Hoy hace viento y calor aunque el aire es frío o quizás es que me
estoy resfriando, sea como sea no me apetece nadar y menos, al ver las pequeñas
olas encabritadas festoneadas de blanco. Hay niños jugando a la pelota y
mayores jugando a las palas cerca de la orilla. Solo de oír el sonido de la
bola contra las palas me pongo nerviosa, tengo ganas de ir hacia ellos y
decirles que la playa, y más esta playa, no es para ponerse a hacer torneos de
juegos de pelota en todas sus versiones. Estoy de mal humor, el viento saca de
mi interior al animalito gruñón que protesta por todo. Antes de montar un
número opto por sentarme en el chiringuito de Lisa, en una de las mesas que dan
al mar. Pido un descafeinado con leche y una ensaimada, hoy me quiero dar un
capricho. No me apetece nadar a pesar de la belleza del entorno; esas olas
diminutas rizando el lomo del mar me dan frio. Desenrollo el diario, poco a
poco, con miedo de descubrir en la primera página una noticia que no he visto
antes. Está boca abajo, leo la última página y no hay nada de interés. Dejo que
el hijo de Lisa ponga la taza y el plato sobre mi mesa y doy la vuelta al
periódico. Se repiten las noticias de siempre, guerras, accidentes, excesos en
playas y hoteles que dan, momentáneamente, mala fama a un lugar precioso y toda
la sarta de discursos deportivos sobre los futbolistas del momento y sus
logros, algunos tan edificantes como el andar mordiendo a los rivales. Menos
mal que no entiendo de deportes aunque parece ser que no soy la única. Le he
dado dos repasos al diario y no hay ninguna noticia sobre el desaparecido.
Puede ser bueno o puede ser malo. No sé qué pensar, la realidad habitualmente
supera a la ficción pero no tengo imaginación suficiente para elaborar una
historia que termine bien con los datos de los que dispongo.
Hoy hay
poca gente nadando y muchos empiezan a recoger después de ver como el viento
les arranca de la arena las sombrillas una y otra vez. El día se está poniendo
desapacible, pido la cuenta y veo venir a Lisa, saco unas monedas para pagarle
y me suelta a bocajarro: “Han encontrado el coche en los acantilados. No había
nadie en su interior. Lo acaban de decir por la radio”. Es una noticia que me
eriza la piel. Nos miramos sin saber que pensar, las dos deseamos que no haya
pasado lo que parece que ha pasado. Miro al cielo y, en silencio pido ayuda
para alguien que no sé quién es pero que desde hace días me quita el sueño.
Subo en el ascensor junto a la sillita de un bebé rubio que se hace caracoles
en el pelo con una mano y se chupa el dedo de la otra mientras se le cierran,
poco a poco, los ojos. Antes de dormirse del todo me sonríe chupándose el dedo.
P.D.
Dedicados a todos los que consiguen sonreír por un detalle pequeño. Gracias por
leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.
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