La playa de Dulcinea
2- Un pie en el agua
Esta mañana el mar está en calma a primera hora, es
un espejo en el que se refleja el gran hotel y alguno de los chalets que le
rodean. El mar refleja dos nubes mientras sobre el navegan veleros que acaban
de salir del puerto cercano.
Hoy he bajado a mi playa temprano, sí, bajado, hay
que bajar cuatro tramos de escaleras de ocho escalones cada uno porque el
ascensor a estas horas aún está parado; me gusta el ascensor con sus paredes de
cristal que te acercan a la playa en pocos segundos regalando a la vista un
paisaje único.
Hoy el supuesto lago que parece mi playa no tiene
otra orilla porque una neblina baja la tapa y vuelve fantasmales los veleros
que en ella se esconden.
Hace calor y mi playa, a estas horas tempranas, ya
es la playa de otros mil.
El agua está fría en este segundo día de verano pero
son muchos los que aprovechan para charlar en la orilla con los pies a remojo;
menos los niños, esos seres extraños que no sienten ni padecen el frio del mar,
es más, parece encantarles.
Hay mucha gente leyendo, aún ganan los libros a los
tablets mientras otros leen el periódico bajo las sombrillas del chiringuito
que a estas horas huele a café mientras los canarios de la dueña cantan en sus
jaulas.
Los pies se me vuelven azules en el primer contacto
con el agua, luego parecen acostumbrarse y más tarde todo mi cuerpo disfruta de
un baño relajado a merced de las pequeñas olas que empieza a traer el viento de
mediodía. Entre la niebla lejana se ven veleros navegando con las velas llenas
de dulce brisa.
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