viernes, 4 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 9- Poniéndonos en forma

La playa de Dulcinea
9- Poniéndonos en forma
Después de una noche de calor asfixiante ha llegado un amanecer con brisa que ha refrescado el ambiente y nos ha dejado dormir unas horas, menos de las que nos hubiese gustado. Es domingo y la playa amanece recogida y limpia, no hay ni rastro de la fiesta de la noche anterior más que en los contenedores que hay arriba, junto a la carretera, de los que sobresalen bolsas con botellas y globos casi deshinchados. El sol acaba de salir y ya hay una docena de personas caminando por la playa y tomando el desayuno en el chiringuito de la Bugambília. Su dueña pone alpiste y agua a los canarios mientras sus dos hijos atienden las mesas. Huele a café y a algas que se amontonan en la orilla hasta que el chico de las hamacas utilice el rastrillo y las bolsas para recogerlas. Más tarde un hombre mayor, encorvado y con el pelo blanco se llevará los sacos de algas escaleras arriba hacia un destino desconocido. Nunca utiliza el ascensor.
Una mujer rubia, de larga melena, está haciendo ejercicio dentro del agua, sube y baja las rodillas con fuerza y mueve enérgicamente los brazos adelante y atrás en series iguales. Luego salta y corre por el agua que le llega al pecho. No la conozco pero me pongo a su lado y la imito, ella me sonríe y hacemos los ejercicios una y otra vez; poco a poco se nos van uniendo más mujeres que sonríen, como nosotras, mientras corremos con el agua casi al cuello. Al sentarme en la orilla me doy cuenta de que me duelen unos músculos que ni sabía que tenía.

Cuando me voy de la playa cruzo con muchos niños con colchonetas y flotadores que bajan las escaleras y mamás con cochecitos con bebés que bajan en el ascensor. Creo que me he ido en el mejor momento. 

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