La
playa de Dulcinea
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-Ritmos y más ritmos
Mi
playa tiene ritmo, tiene ritmo en el rumor igual de las olas que llegan a la
orilla, en el sonido de los pies que bajan por las escaleras, en el relevo de
las horas que se repite casi todos los días de la misma forma, en el sonido de
los vasos y cubiertos sobre los manteles de papel de las mesas del chiringuito,
en el rumor lejano de los autobuses y el tráfico que pasa, parando, a
intervalos regulares en el semáforo que hay frente al mirador. Tiene ritmo, ritmo
de mar, olas, voces y pieles que huelen a coco y a cremas solares. Olores a
tabaco y a algún porro escondido, sabores a mar enfurecido y a mar en calma.
Ritmo de voces que llegan y dan órdenes a los niños –que no obedecen- y se van,
sin que les hayan obedecido.
Mi
playa es un crisol de formas, colores y olores que se reconoce hasta con los
ojos cerrados.
Cada
día en el chiringuito se repiten los olores y los ruidos, podría saber qué hora
es solo con oler el aroma que me trae el aire desde su diminuta cocina en la
que se encadenan paellas y hamburguesas sin descanso.
En el
ritmo de cada día suben y bajan personas por las escaleras y el ascensor, hay
vida y hay muerte en las conversaciones, hay ilusiones y penas en las miradas
y, sobre todo, la necesidad de sentir como cambiamos la piel con la caricia del
sol y su calor: al hacerlo es como si nos alejásemos de los sufrimientos de
cada día para volver a nuestros hogares renovados con una piel nueva y un
brillo en los ojos llenos de esperanza.
La
playa no es solo un lugar feliz, es un lugar en el que se ponen en la parrilla
del astro rey las infidelidades, las penas, las dudas, el dolor de las metas no
conseguidas y el temor de las decisiones tomadas. Mi playa es un crisol de
esperanzas en el que cada uno deja, a escondidas, su última lágrima perdida
entre las olas con la esperanza de que sea eso: La última lágrima.
En los
ritmos de mi playa te toca llegar y marchar y siempre, al hacerlo, hay una
última mirada que se dirige hacia el mar, justo en el momento en el que
nuestros pasos enfilan por el paseo bajo la sombra de los árboles y la playa,
poco a poco, se vuelve cada vez más pequeña y lejana. Eso no quita que sigamos
sintiendo en nuestra piel el abrazo tirante del mar y del sol en diminutas
sales que blanquean nuestro cuerpo. El recuerdo de los baños de mar aun
refresca nuestra memoria hasta que la bofetada del calor del coche o del
autobús hace que volvamos, de golpe, a la realidad.
P.D.
Dedicado a todos los que se refrescan con la lectura. Gracias por estar ahí. Un
saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados
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