miércoles, 9 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 19 -Una visita triste

La playa de Dulcinea
19 Una visita triste
Llevo un par de días ojeando los diarios por si dicen algo de ese hombre desaparecido, el del mensaje en la botella. No hay noticias por ningún lado, empiezo a pensar, con gran alivio, que todo ha sido una broma de mal gusto. La policía no me ha llamado y yo no me atrevo a hacerlo, ¿qué puedo preguntar?; solo era una botella con un mensaje dentro. Me sigue llamando la atención que dentro de la botella hubiese un puñado de granos de arroz, parece como si la persona que lo preparó quisiera salvaguardar el documento de la humedad. No lo sé y creo que nunca lo sabré aunque en mi cabeza no dejen de dar vueltas hipótesis de todo tipo. No puedo acercarme a esa historia si esa historia no se acerca a mí.
La playa hoy está más despejada, debe ser día de colada y mercado o de relevo vacacional, sea como sea da gusto llegar y tener que pararte a pensar en qué lugar pones la toalla, es como cuando encuentras un montón de plazas  libres en un aparcamiento, al final no sabes en dónde aparcar; lo mismo me pasa hoy. Ya desde que bajo la escalera –para el ascensor hay cola de carritos y mamás- empiezo a calcular cual es el mejor sitio para colocarme.
Cada vez que veo el mar me viene a la cabeza la botella de Maçia Batle y todo lo demás, es una herida que no consigue cerrar mi cerebro, dolorido por los sueños de tragedias que inventa.
Me he sentado en la orilla, junto a las rocas que dan acceso al chiringuito y el primer sudoku cae ante mí como si fuera una suma de guardería. El agua está más fresca que en días anteriores y el mar tiene un color intenso y bello. Nadie juega a las palas, es como estar en las puertas del paraíso. El mar sigue pareciendo un lago con las urbanizaciones lejanas asomadas a los acantilados y a la enorme playa que domina el centro de la bahía desde la que se ven salir los aviones en un ir y venir constante hasta que se convierten en puntos brillantes que surcan un cielo totalmente azul.
Me he dormido y noto como alguien me toca en el hombro. Abro a medias un ojo, y entreveo a Lisa, la dueña del chiringuito que dice que alguien pregunta por mí y que me espera en la mesa más alejada de su establecimiento, la que está prácticamente, asentada sobre las rocas que dan al mar. Desde aquí no la veo pero Lis me explica cómo es: mujer, joven, con larga melena recogida en una trenza y un embarazo considerable. No hace falta que me diga más. Ya sé quién es. María del Fin, supongo. Pregunto imitando a una detective de película. Solo me contesta con un “sí” lacónico que me hace entender todo su dolor. Me dice que Nico, como ella le llama, aún no ha aparecido, que ha mirado en todos los lugares a los que a él le gustaba ir, ha preguntado a amigos, familiares y compañeros de trabajos y nadie sabe nada. Se lo ha tragado la tierra, o, seguramente, se lo ha tragado el mar.
No sé qué decirle. Las dos miramos al mar más lejano y guardamos silencio.


P.D. Dedicado a todas las personas que quieren leer y disfrutan de hacerlo. Gracias por estar ahí. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.

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