La
playa de Dulcinea
15
-Mensaje en una botella
He
pasado la noche soñando con la botella y su mensaje misterioso. Tengo que hacer
esfuerzos para no bajar a la playa de madrugada y abrirla. Temo que alguna ola
se la haya llevado mar adentro. Por suerte consigo entretenerme con el Facebook
y con un par de sudokus que se me resisten. Al final consigo terminarlos
haciendo una pequeña trampa mientras desayuno. He dado la vuelta a la manzana
con la perrita y la he dejado en casa en contra de sus deseos. Quiero ir sola.
Imagino mil historias que puede contener el papel que hay en esa botella,
quizás un enamorado lejano, un turista que se despide de la isla, un joven que
busca su alma gemela, un náufrago que pide auxilio dando las coordenadas de las
estrellas que ve cada noche desde su islote perdido en mitad del mar, una mujer
que grita a los mares para que le devuelvan a su marino desaparecido…no sé, en
este momento todo y nada es posible. Quizás solo sea el juego de unos chicos
que hicieron una apuesta en la noche de San Juan.
En la
cesta de paja, que llevo colgada al hombro, tintinea el sacacorchos contra el
termo en el que he metido agua fresca. Hace mucho calor, un calor pegajoso e
incómodo pero el aire huele a tierra mojada, como si acabase de llover no muy
lejos.
En la
playa ya están los primeros bañistas, los madrugadores, todos nos conocemos de
vista y nos saludamos de lejos con una pequeña elevación de cabeza o una
sonrisa. A veces con las dos cosas. Voy hacia las rocas, saludando a la dueña del
chiringuito con la mano, sin parar. Llego a la zona de rocas y arena gruesa en
donde están las barcas. La botella está en el mismo lugar en el que la dejé; la
cojo y vuelvo a mirarla, en su interior hay un papel enrollado y atado con algo
que parece una goma o una cuerda. Saco de la cesta la toalla y la pongo sobre
las algas, cerca de las rocas, mientras observo como el camarero rastrilla la
zona en la que tiene las hamacas de alquiler, luego me siento y saco el
sacacorchos, ese que lleva tantos años conmigo que ya no recuerdo de donde
vino, quien lo trajo o con qué vino me lo regalaron. Recuerdo cuando podía
beber mi vino favorito y se me dibuja una sonrisa mientras descorcho, no sin
cierta dificultad, la botella en la que aún se ve claramente la etiqueta.
Dentro, junto al rollo de papel, hay un puñado de granos de arroz que se
escurren entre mis dedos. Quito la goma verde y se abren dos cuartillas
escritas a mano con una bonita letra que a veces se redondea y otras se crispa
sobre el papel. Me tiemblan las manos. El sol me da de frente y me pongo las
gafas de sol que llevo sobre la cabeza. Comienzo a leer, despacio, con el
interés y la curiosidad del que cree que va a descubrir un tesoro.
“Querida
María, si recibes una llamada al móvil que te he dejado bajo la almohada es que
todo se ha consumado. Lo siento. Te amo. Te amo tanto que tengo que alejarme de
ti para siempre, no soporto más días y años de paro, enloqueciendo en cada
segundo en busca de un trabajo que no encuentro, inventando una alegría que no
siento y escondiendo el gran dolor que me causa el ser el causante de tu tristeza
y tu cansancio continuo; se me parte el alma cuando te veo trabajar día y
noche, llevar la casa y cuidar de ese cuerpo amado y frágil que lleva en tu
vientre la vida de nuestra hija, esa que no veré nacer; porque si me quedo y la
veo ya no seré capaz de hacer lo que hoy estoy dispuesto a hacer. Por tu bien,
por el mío, por el de la pequeña que solo he visto en el video de las
ecografías que te han hecho, estoy en el acantilado en el que te robé por
primera vez un beso y voy a volar hacia ese mar del color de tus ojos. Ya sabes
que no sé nadar pero tampoco se vivir sabiendo que no te hago feliz a pesar de
lo mucho que sé que me amas. Menos que yo a ti, te lo aseguro. Sin mi te verás
libre de deudas y problemas y podrás ser feliz cuidando de nuestra hija que
espero que llames con el más bello nombre que encuentres. A tu salud me tomo
esta botella de Maçias Batlle que, como sabes, es nuestro vino de las grandes
celebraciones, luego me lanzaré al mar con la mochila puesta y la botella
dentro envuelta en una toalla para que no se rompa si choca contra las rocas.
No puedo más, amor mío. Desde el cielo cuidaré vuestros pasos ya que no he sido
capaz de poderlo hacer desde la tierra. Mi amor eterno estará siempre con
vosotras. Te amo. Siempre tuyo. Nicolás.
Si
alguien encuentra esta botella, por favor llamen al teléfono 8712050500 y
pregunten por María del Fin. Gracias.
Me he
quedado helada. Mi cuerpo no reacciona y se queda aferrado a las últimas
cuartillas que, supuestamente, ha escrito un ser humano al borde del abismo;
nunca mejor dicho.
P.D. Dedicado a los que luchan cada día a
pesar de estar al borde del abismo. Siempre hay una esperanza. Gracias por
leerme. Todos los derechos reservados. Amaya Puente de Muñozguren.
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