lunes, 7 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 15 -Mensaje en una botella

La playa de Dulcinea
15 -Mensaje en una botella
He pasado la noche soñando con la botella y su mensaje misterioso. Tengo que hacer esfuerzos para no bajar a la playa de madrugada y abrirla. Temo que alguna ola se la haya llevado mar adentro. Por suerte consigo entretenerme con el Facebook y con un par de sudokus que se me resisten. Al final consigo terminarlos haciendo una pequeña trampa mientras desayuno. He dado la vuelta a la manzana con la perrita y la he dejado en casa en contra de sus deseos. Quiero ir sola. Imagino mil historias que puede contener el papel que hay en esa botella, quizás un enamorado lejano, un turista que se despide de la isla, un joven que busca su alma gemela, un náufrago que pide auxilio dando las coordenadas de las estrellas que ve cada noche desde su islote perdido en mitad del mar, una mujer que grita a los mares para que le devuelvan a su marino desaparecido…no sé, en este momento todo y nada es posible. Quizás solo sea el juego de unos chicos que hicieron una apuesta en la noche de San Juan.
En la cesta de paja, que llevo colgada al hombro, tintinea el sacacorchos contra el termo en el que he metido agua fresca. Hace mucho calor, un calor pegajoso e incómodo pero el aire huele a tierra mojada, como si acabase de llover no muy lejos.
En la playa ya están los primeros bañistas, los madrugadores, todos nos conocemos de vista y nos saludamos de lejos con una pequeña elevación de cabeza o una sonrisa. A veces con las dos cosas. Voy hacia las rocas, saludando a la dueña del chiringuito con la mano, sin parar. Llego a la zona de rocas y arena gruesa en donde están las barcas. La botella está en el mismo lugar en el que la dejé; la cojo y vuelvo a mirarla, en su interior hay un papel enrollado y atado con algo que parece una goma o una cuerda. Saco de la cesta la toalla y la pongo sobre las algas, cerca de las rocas, mientras observo como el camarero rastrilla la zona en la que tiene las hamacas de alquiler, luego me siento y saco el sacacorchos, ese que lleva tantos años conmigo que ya no recuerdo de donde vino, quien lo trajo o con qué vino me lo regalaron. Recuerdo cuando podía beber mi vino favorito y se me dibuja una sonrisa mientras descorcho, no sin cierta dificultad, la botella en la que aún se ve claramente la etiqueta. Dentro, junto al rollo de papel, hay un puñado de granos de arroz que se escurren entre mis dedos. Quito la goma verde y se abren dos cuartillas escritas a mano con una bonita letra que a veces se redondea y otras se crispa sobre el papel. Me tiemblan las manos. El sol me da de frente y me pongo las gafas de sol que llevo sobre la cabeza. Comienzo a leer, despacio, con el interés y la curiosidad del que cree que va a descubrir un tesoro.
“Querida María, si recibes una llamada al móvil que te he dejado bajo la almohada es que todo se ha consumado. Lo siento. Te amo. Te amo tanto que tengo que alejarme de ti para siempre, no soporto más días y años de paro, enloqueciendo en cada segundo en busca de un trabajo que no encuentro, inventando una alegría que no siento y escondiendo el gran dolor que me causa el ser el causante de tu tristeza y tu cansancio continuo; se me parte el alma cuando te veo trabajar día y noche, llevar la casa y cuidar de ese cuerpo amado y frágil que lleva en tu vientre la vida de nuestra hija, esa que no veré nacer; porque si me quedo y la veo ya no seré capaz de hacer lo que hoy estoy dispuesto a hacer. Por tu bien, por el mío, por el de la pequeña que solo he visto en el video de las ecografías que te han hecho, estoy en el acantilado en el que te robé por primera vez un beso y voy a volar hacia ese mar del color de tus ojos. Ya sabes que no sé nadar pero tampoco se vivir sabiendo que no te hago feliz a pesar de lo mucho que sé que me amas. Menos que yo a ti, te lo aseguro. Sin mi te verás libre de deudas y problemas y podrás ser feliz cuidando de nuestra hija que espero que llames con el más bello nombre que encuentres. A tu salud me tomo esta botella de Maçias Batlle que, como sabes, es nuestro vino de las grandes celebraciones, luego me lanzaré al mar con la mochila puesta y la botella dentro envuelta en una toalla para que no se rompa si choca contra las rocas. No puedo más, amor mío. Desde el cielo cuidaré vuestros pasos ya que no he sido capaz de poderlo hacer desde la tierra. Mi amor eterno estará siempre con vosotras. Te amo. Siempre tuyo. Nicolás.
Si alguien encuentra esta botella, por favor llamen al teléfono 8712050500 y pregunten por María del Fin. Gracias.    
Me he quedado helada. Mi cuerpo no reacciona y se queda aferrado a las últimas cuartillas que, supuestamente, ha escrito un ser humano al borde del abismo; nunca mejor dicho.

 P.D. Dedicado a los que luchan cada día a pesar de estar al borde del abismo. Siempre hay una esperanza. Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Amaya Puente de Muñozguren.

No hay comentarios:

Publicar un comentario