La
playa de Dulcinea
13 –
Empieza el mes de Julio
Para mí
el mes empieza cuando cobro la nómina, la escuálida nómina que recibo y con la
que hago malabares cada mes. Con esa alegría he venido a la playa. Hoy pienso
darme un homenaje. La playa está casi vacía, es raro, no hay chicos jugando a
las palas ni niños dando patadas a un balón. ¿Me he confundido de mundo y he
despertado mil años más tarde?, si es así mi bañador se mantiene bastante bien
para ser tan viejo. Sea como sea no hay casi nadie y los que están se han
metido en el agua; tengo verdaderos problemas para saber en qué lugar poner mi
toalla, tanto es así que decido sentarme junto a una mesa del chiringuito, la
dueña enseguida se acerca a saludarme, feliz de verme como clienta. Charlamos
un rato, me dice que estos tres primeros días son malos ya que hay un relevo
vacacional lento. Charlamos durante de los problemas del barrio y de lo que ha
cambiado en los últimos años. Me habla de su familia y de viejos conocidos
comunes. Más tarde no puede evitar hacer un par de comentarios de unos vecinos
a los que se les ve muy envejecidos y deteriorados. El tiempo pasa para todos,
comenta, luego me ofrece toda la carta recomendándome el pescado fresco o el
entrecot, cuando veo los precios pienso que con ese dinero puedo comprar la
vaca entera y opto por pedir un plato de paella al que ha ajustado un poco el
precio debido a la crisis, aun así me parece caro aunque cualquiera me dirá que
si está frente al mar, que si es un negocio o que te lo sirven en la mesa. Claro,
solo faltaría, es un restaurante de playa. Más bien es un chiringuito con
ínfulas de restaurante pero el lugar es espectacular y la comida también. Hoy
voy a hacer una excepción y me siento bien por darme, de vez en cuando, un
capricho.
En la
mesa de al lado se han sentado cuatro chicas jóvenes. No tiene acento de por
aquí, más bien cada una tiene un acento distinto aunque todas hablan el mismo
idioma. Se van a la orilla, hacen fotos solas y en grupo, posan, saltan y
juegan como niñas. Parecen muy jóvenes, no creo que tengan mucho más de veinte
años. Vuelven del agua, llevan sus melenas recogidas con gomas y pinzas para
evitar mojarlas, se secan y peinan a mi lado, hablan sin parar de lo que les
parece la zona y del tiempo que llevan aquí buscando trabajo, todas las
historias se repiten. Las cuatro han venido de distintos puntos a trabajar en
verano. No me queda claro cómo o en dónde se han conocido pero tienen amigos en
común. Cada una cuenta su historia, como han llegado, que han hecho para
encontrar trabajo, cuantas entrevistas han tenido que hacer y todos los
trabajos que tienen, hay una, la de la melena más larga, que dice que trabaja
en dos sitios y que es el primer día libre que tiene en un mes y medio, cuenta
sus peripecias con el dueño de la hamburguesería en la que trabaja de día y con
el encargado de la discoteca en la que está detrás de la barra cada noche.
Hablan de los clientes, de las exigencias de los dueños y de lo mal pagadas que
están. Todas coinciden en que les salvan las propinas aunque sean raquíticas.
Las cuatro ríen al reconocer que no saben idiomas pero que se apañan por gestos
y con un poco de imaginación. Una comenta que sabe inglés por las letras de las
canciones de su grupo favorito.
Estoy
asombrada; después de enterarme a cuanto les pagan la hora a estas chicas no se
me va a ocurrir quejarme nunca más de mi sueldo, eso sí, yo no tengo propinas,
como mucho alguna caja de bombones de vez en cuando de algún paciente
agradecido.
Son
luchadoras y divertidas, sonrío al oírlas mientras comen, como yo, una paella
que sabe a gloria en este precioso lugar.
P.D.
Dedicado a todos los que acostumbramos quejarnos. Siempre hay gente que está
peor y que lo sabe llevar mejor. Feliz verano. Amaya Puente de Muñozguren.
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