La
playa de Dulcinea
30 –Un
velero a la deriva
El mar
se ha puesto bravo esta noche, las olas golpean contra todas las rocas y saltan
enfurecidas. En algunos lugares el agua llega hasta la carretera y golpea con
fuerza la playa mientras la llena de algas y arrastra la arena, dejando una
playa sucia y empinada con la orilla mucho más en pendiente que de costumbre. A
muchos veraneantes navegantes, poco duchos en las artes de la navegación con
mal tiempo, les ha pillado de sorpresa y han tenido que resguardarse y fondear
en las playas protegidas que han encontrado. Esta playa no ha sido una
excepción porque cuando el Mediterráneo se cabrea, se cabrea en serio. Es un
mar traicionero al que no se le puede perder nunca el respeto porque en cuanto
menos te lo esperas te da un susto de mucho cuidado.
Cerca de la playa, a una distancia prudencial,
han fondeado cuatro pequeños veleros que no tienen motor ni experiencia
suficiente para intentar la aventura de volver al puerto luchando con el mar.
Casi todos los ocupantes de los veleros han vuelto a tierra en los chinchorros,
menos los capitanes que se quedan para proteger las embarcaciones lanzando las
anclas en forma de bigotes de gato y asegurarlas más en el fondo marino y que
no garreen las naves. Cosa que no han conseguido todos, ya que, uno de ellos,
el velero más grande, ha ido perdiendo agarre y ahora está en la orilla,
tumbado sobre un costado y saltando a merced de las olas con la quilla
golpeando contra las rocas. El espectáculo es estremecedor, el ruido que hace
el casco del barco al chocar contra las rocas lo es aún más. Nos tiene a muchos
vecinos y a una gran cantidad de turistas absortos, mirando el mar desde el
mirador y, los más atrevidos, desde la misma orilla, tirando cabos e intentando
remolcar el velero mar adentro para que no lo siga golpeando con furia el mar,
pero no lo consiguen . Es como ver a un animal marino muriendo en la orilla. La
vela de delante, la génova, que estaba al pairo con poco trapo para evitar que
el barco escorara en demasía, ahora toca la arena y se levanta salpicando agua
como un animal herido pero no vencido. Desde la escuela de vela ha venido un
remolcador para intentar devolver el velero a un mar un poco más profundo y
menos peligroso pero no ha sido posible porque la arena ha comenzado a entrar
en el casco y pesa tanto que son incapaces de tirar de él sin dañar toda la
borda. No queda más remedio que esperar a que el mar se calme.
Las
olas nos enseñan sus crestas blancas, en la noche, como colmillos de lobo; es
un espectáculo entre aterrador y mágico que nos tiene a todos con la vista fija
en cada movimiento de la embarcación siniestrada mientras miramos de reojo a
los otros veleros que cabecean de frente a las olas, por si alguno suelta las
amarras y se precipita también hacia la playa, mientras en cuevas profundas y
desconocidas el mar restalla con fuerza y escupe, soplando, bocanadas de olas
blancas transformadas en torrentes de agua que se elevan hacia el cielo negro
insinuando espumas que explotan a media altura. El rumor del mar acalla las
voces y encoge los corazones mientras los vecinos de los chalets de la playa
ven el espectáculo triste y se hacen a la idea de que esta noche nadie va a
poder dormir junto a este mar.
Dedicado
a todos los que a veces no pueden con las circunstancias pero siguen luchando.
Un saludo y gracias por leerme. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos
reservados. Si te ha gustado compártelo con los amigos.
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