viernes, 11 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 21 –Un trozo de cristal

La playa de Dulcinea
21 –Un trozo de cristal
Se me está haciendo difícil volver a la playa, entre el calor sofocante, el trabajo y esta modorra veraniega que se aposenta en mi cuerpo me hace sentir que la playa está mucho más lejos; también, aunque no lo quiero reconocer, me ha afectado la historia de la botella,  conocer a María del Fin y la tristeza de sus preciosos ojos color de mar. A pesar de todo bajo pronto a la playa para darme un baño antes de ir a trabajar. Parece que llevo el mundo a la espalda; camino despacio y me cuesta respirar. Hace mucho calor. Demasiado para mi gusto pero al acercarme al mirador noto la brisa del mar que me refresca. El ascensor está cerrado; hasta las nueve no lo ponen en marcha. Bajo las escaleras despacio, disfrutando de toda la belleza que me ofrece la playa,  el mar a mis pies, la costa festoneada de bruma y los acantilados que se adivinan a lo lejos, justo después de la gran playa que dibuja el centro de la bahía. Los aviones siguen saliendo sin parar y entrando de la misma forma.
Le veo en cuanto doblo el último tramo de escaleras, hay un hombre sentado en un escalón y se mira el pie que sangra abundantemente. Debía venir, desnudo, de la ducha y se tapa a medias con la manta roída con la que también se seca la sangre que le brota del pie. Tiene un cristal verde clavado en la planta y lo mira como si hubiese visto un meteorito en mitad de la playa. Paso ante él y le doy los buenos días, he visto un cubo rojo en la orilla, no tiene asa, pero lo lleno de agua de mar y vuelvo junto al vagabundo que me mira y se tapa con la manta. Avergonzado. Lavo el pie y le quito el cristal; oprimo la herida hasta que deja de sangrar y la seco con el pareo. Al hombre le brillan los ojos. Me dice que se llama Paul y que vive ahí. Señala la cueva. Ya lo sé pero sonrío y le pongo unos pañuelos limpios en la herida mientras busco tiritas en mi cesta de paja; solo tengo dos. Mi pareo es un regalo de uno de los viajes que ha hecho mi madre, ya tiene muchos años pero le tengo cariño. Es alegre y de muchos colores. Miro mí pareo y rasgo una tira con la que vendo el pie de Paul, después de ponerle las tiritas  acercándole los lados de la herida lo más posible para que no se abra; le digo a Paul que no debe pisar con el pie herido hasta que pasen un par de días. Me da las gracias y se va a la pata coja hacia su cueva, tapándose el cuerpo con la manta.
El agua a estas horas está transparente y fresca, solo dos personas nos damos un baño en este momento; veo los peces a mi alrededor y la arena blanca que dibuja ondas en el fondo, como pequeñas cordilleras que se van hacia la mancha de algas que veo en la zona donde el mar se vuelve más profundo y azul.
Paul se va escaleras arriba a la pata coja, apoyándose en un palo que el mar debió acercar a la playa después de alguna tormenta, lleva el pie vendado con un trozo de mi pareo y el resto se lo ha puesto como un turbante en la cabeza. Ahora lleva pantalón corto y camiseta y desaparece en el mirador en el momento que salgo del agua. Así es fácil ir a trabajar. El sol ya calienta mi espalda cuando subo las escaleras.


P.D. Dedicado a todos los que en algún momento han ayudado a alguien y se han sentido bien por hacerlo. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.   


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