La
playa de Dulcinea
5-Brigada
de limpieza
Antes
de ir a trabajar he pasado, mientras paseaba a la perrita, por mi playa. Me he
quedado arriba, en el mirador desde el que parece verse un gran lago que no
existe; es mar, un gran y tranquilo mar que hoy me enseña su cara más fea por
culpa de los humanos. Toda la playa, la orilla y el mar están llenos de
botellas vacías, bolsas de plásticos, velas a medio consumir y restos de comida
que picotean las gaviotas y un perro abandonado con gran griterío.
Aún no
ha llegado la brigada de limpieza. Me da pena bajar a darme mi baño de pies de
cada día y miro desde arriba, con tristeza, como mi preciosa playa, mi bocadito
mediterráneo está sucio y vacío. Entre los plásticos nadan dos patos,
seguramente huidos del cercano campo de golf y se dan prisa en refugiarse en
las rocas.
A mi
lado, en el mirador, una mujer de edad incierta, habla por teléfono, llora y
repite una y otra vez: “te echo de menos, te echo tanto de menos que no lo
puedo soportar. Si aquí hubiese más rocas me lanzaría de cabeza. No te puedo
olvidar”. Mi perrita juega con el suyo mientras las dos nos miramos de reojo.
No decimos nada. La playa está como nosotras, abandonadas y tristes, sucias de
recuerdos y dolidas de olvidos.
Pasan
ante nosotros y bajan la escalera, pertrechados los bolsas y rastrillos, los
componentes de la brigada de limpieza del ayuntamiento, empiezan a limpiar por
la esquina que da a las rocas en las que está el chiringuito que empieza a
abrir y huele a café recién hecho.
Yo me
voy, ella sigue llorando, su perrito aúlla al vernos marchar y en mis ojos
llevo la imagen de un trozo de playa limpio, con los dibujos en la arena de los
rastrillos y de las patas de cuatro gaviotas que aún pelean por un trozo reseco
de pan. El día está pesado y gris.
P.D.
dedicado a todos mis amigos y conocidos. Os deseo que tengáis un buen día.
Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados.
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