La playa de
Dulcinea
68 –El viudo y
la chica de la cueva
Marieta y
Jorge, el padre de Sol y Pequeñaja, están tomando un café de termo, sentados en
el césped artificial que ha puesto Marieta delante de la cueva. Ya lo ha
barrido dos veces, lo ha fregado y lo ha secado con toallas viejas, de
rodillas. De esa manera la ha encontrado Jorge. Yo caminaba hacia el mar cuando
les he oído saludarse, él le ha dicho que quería desayunar con ella y que le
traía un desayuno casero, ya que su madre llegó el día anterior y puede tener
un poco de libertad en el cuidado de las niñas; el sol está saliendo frente a
ellos y les ilumina con esa luz anaranjada y rojiza que hace que sus cuerpos
parezcan de bronce. Oigo sus risas como un murmullo lejano mientras rompo el
agua cristalina con mis pies. Lisa está abriendo el chiringuito y sus hijos
barren las escaleras y ayudan a rastrillar la playa y a colocar las hamacas. Paul y Too-lo aún no han llegado porque, desde
que vienen en autobús, llegan más tarde. Por lo que contaba Too-lo, la noche
anterior, la semana que viene va a tener la moto arreglada y pintada. Se la van
a pintar con los colores del arcoíris, y los cascos a juego. Estaba loco de
alegría aunque a Paul la noticia no parecía hacerle mucha ilusión y empezó a hablar de comprarse una bicicleta porque,
según él, le iba a hacer falta para ir a comprar el material para hacer sus
collares.
Cuando salgo
del agua veo como bajan los dos, por la escalera que da al chiringuito, vienen discutiendo acaloradamente. La voz
aguda de Too-lo resuena en todo el local, se pone los pantalones del uniforme
sobre sus bermudas de colores y agita con furia el abanico de lunares, apoyado
en una de las columnas que sujetan el
porche. Ni se miran ni se hablan, Paul, limpia y ordena los helados y los
collares mientras canturrea la canción del verano.
Jorge y
Marieta han terminado de desayunar, se han despedido con un casto beso en la
mejilla que ha hecho que los dos se sonrojen. La perrita ya no está en la
playa, la ha dejado en su nueva casa con la señora Silvia, a la que le encantan
los animales. Las dos, no, las tres han salido ganando. Lisa sonríe cuando oye
a Marieta contarle las aventuras de su primera noche en casa de la señora a la
que cuida, que según cuenta, es una bendición de persona, buena, amable y dulce
como ella sola. Parece que se van a llevar muy bien; en una tarde le limpió
todo el apartamento, la baño, le tiñó el pelo y le hizo un corte de lo más
moderno, luego estuvieron viendo la tele y contándose, una a la otra, sus
respectivas vidas; se acostaron después de tomar, una, las medicinas y Marieta,
un vaso de leche con cacao y galletas, que se empeñó en prepararle la señora.
Marieta le explica a Lisa como, la pobre mujer, hacia las cosas solo con una
mano, mientras con la otra se agarraba al taca-taca. Lisa sonríe y me mira.
Saluda con la mano, se despide de Marieta, que ya tiene sus dos primeros niños
para el Zoo y vuelve al chiringuito para hablar con Too-lo que sigue,
enfurruñado, agitando el abanico mientras limpia las mesas y las sillas. Paul
hace collares en silencio después de colocar las papeleras junto a la nevera de
los helados.
Parece que la
playa hoy está dividida en dos ambientes, el del mal humor y el de la alegría.
Me da pena verles enfadados, no es algo habitual, es más, creo que nunca, en
todo el verano, les he visto discutir.
El negocio de
Marieta va viento en popa, cada quince minutos, o media hora hay relevo y,
prácticamente siempre, tiene el cupo de los seis niños cubierto. Hoy canta
feliz mientras les enseña a los niños un juego nuevo, van a buscar formas en
las nubes; unos ven dinosaurios y otros
perros o gatos, menos uno que solo ve una nube blanca que se está rompiendo por
el calor del sol.
Dedicado a los
que han discutido y a los que han sido felices. Muchas gracias por leerme. Un
saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si
te gusta, compártelo con los amigos y la familia. Gracias.
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