La playa de
Dulcinea
56 –Mecheros
en la noche
Dando mi paseo
con la perrita, como cada noche, he recalado en el mirador de la playa. Me
gusta ver el ambiente que hay, los jóvenes jugando al balón, otros que ríen y charlan,
sentados en círculo sobre las toallas, en la arena; parejas que se besan,
abrazan y esconden en el mar para llegar
a dónde puedan llegar; familias que cenan en el chiringuito a la luz de la luna
y de las bombillas que cuelgan de las enormes sombrillas; pescadores que pescan
sueños de sirenas. Me llama la atención un chico solitario, sentado en una
toalla, muy cerca de la cueva vacía, tiene en la mano un mechero que enciende y
apaga a intervalos iguales, como un faro en el desierto de arena que le rodea,
mira hacia los edificios de apartamentos que dividen la playa en dos y sonríe;
en una ventana del tercer piso, que está a oscuras, otro mechero le devuelve la
llama. Una, dos, tres veces, como un código morse que sólo ellos comprenden y
que les hace felices. Parece que hay una historia escondida en esos destellos
que se repiten sin parar. Se ha encendido la luz del tercer piso y veo una
figura de mujer con larga melena que esconde algo en el bolsillo del vestido,
se acerca a ella un hombre, parece que hablan y se van hacia otra zona de la
casa que no se ve. Segundos después se apaga la luz del salón pero el chico
sigue ahí, mirando fijamente hacia la ventana. Al cabo de un buen rato aparece
de nuevo la llama entre las sombras de la vivienda; tres parpadeos, unos
segundos de oscuridad y una llama que permanece durante bastantes segundos,
luego se hace la oscuridad total, el joven responde desde la playa de la misma
forma, recoge la toalla, la sacude, lanza un beso con la mano hacia la ventana
y se va escaleras arriba, arrastrando la toalla que lleva colgando del brazo;
cuando pasa a mi lado veo sus ojos tristes y una sonrisa enigmática que me
cautiva.
Too-lo, Paul y
Lisa trabajan sin descanso al igual que todos los miembros de su familia, los
dos hijos llevan y traen platos, el marido prepara las bandejas con bebidas y ayuda
a su madre en la cocina. Too-lo canta, mientras sirve las mesas, y da algunos
pasos de baile; los turistas le aplauden y meten dinero en sus bolsillos a la
vez que piden que cante más. Paul vende helados, pulseras y collares; hoy está
de pie, a la pata coja y, de vez en cuando, se apoya en las muletas para
acercarse a la mesita en la que tiene todo lo que fabrica en sus horas libres.
Los canarios
de Lisa duermen en sus jaulas hechos unas bolas de pluma que, a veces, mueve la
brisa de la noche; el mar, tan negro y misterioso, balancea los barcos
fondeados en las cercanías de los que llegan risas y canciones lejanas. La
noche se está poniendo demasiado fría para la época del año en la que estamos,
la perrita, a mi lado, tiembla y me mira con sus grandes ojos negros, no le
hace falta hablar para darme a entender que quiere volver a casa.
Dedicado a
todos los que la lluvia, algún día, les ha fastidiado un plan. Muchas gracias
por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos
reservados. Si os gusta, compartirlo con la familia y los amigos. Gracias.
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