La playa de
Dulcinea
65 – Accidente
en el mirador
Es tan difícil
aparcar en verano por la zona que se están acostumbrando los moteros a dejar
las motos en el mirador o sobre la acera, una de ellas es la Vespa, rosa y gris
plata, de Too-lo, en la que llegan cada día Paul y él a trabajar. En el mirador
hay unos bancos que, en vez de mirar hacia el mar, miran hacia la pared del
edificio que está sobre las rocas, nadie entiende por qué han puesto el banco
así, pero así está. Los coches dan vueltas y más vueltas para conseguir un
aparcamiento y los autobuses pasan a toda velocidad por la curva de las
palmeras, poco antes de llegar al semáforo. Algunas veces, los peatones que
cruzan por el paso de cebra que hay, unos metros más adelante, tiene que correr
para que no les arroye algún coche. Muchos optan por dejar a la familia o los
amigos junto al semáforo, justo entre las escaleras que dan al chiringuito, el
ascensor y las escaleras que dan a la playa, y se van a buscar aparcamiento por
las calles que suben hacia la montaña. Al cabo de un buen rato llegan,
asfixiados, los conductores, a la playa, encontrando ya las toallas extendidas
y las sombrillas puestas. La proeza de aparcar bien se merece un buen baño y,
generalmente, una cervecita bien fría, ya sea de la nevera que suelen llevar o
del chiringuito. Lisa sigue sin tregua, está siendo un verano de mucho trabajo,
luego llegaran los meses de no tener nada que hacer, esos en los que los hijos
se van a estudiar fuera, su suegra vuelve al pueblo para descansar y quedan tan
solo ella y su marido para disfrutar de un poco de paz, descanso y decirse todo
lo que no se han dicho en todo el verano. Cuando termina la temporada van,
varias veces a la semana, a ver cómo trata el otoño y el invierno a su
chiringuito, en el que llevan trabajando toda una vida.
Es la hora punta; del autobús han bajado docenas de
personas que se amontonan en el semáforo. Cuando se pone en verde, cruzan
todos, empujándose con las colchonetas, los flotadores, las neveras y las cestas llenas de comida. No
están los tiempos como para que todos puedan comer en el chiringuito. Menos
mal. De frente viene un coche, cegado por el sol, no debe conocer la zona porque
encuentra de repente el semáforo con toda la gente que está terminando de
cruzar, para evitar atropellarlos da un volantazo y se mete sobre la acera,
hacia el mirador, arrastrando a su paso una farola, un árbol, dos motos
pequeñas y la nevera de alguien que la ha dejado en la escalera mientras bajaba
a la familia. El coche queda detenido a pocos centímetros del banco, en el que
una mujer da de mamar a un bebé y otra acaricia a su perro; el ruido es
ensordecedor, los gritos, también. El conductor del coche está aturdido,
bloqueado por el airbag y una rama del árbol que se le ha metido por el
parabrisas, por suerte no está gravemente herido, solo cortes, golpes y
rasguños. El coche está peor, mucho peor. Va a tardar mucho en volver a circular.
Si es que vuelve. De la playa han subido muchas personas para ver lo sucedido y
auxiliar al accidentado. La policía llega enseguida, así como un coche de
atestados. Too-lo, se sujeta con las dos manos la cabeza y da gritos agudos
mientras acaricia su moto destrozada, como si fuera un cachorro al que quiere
mucho; ha perdido una rueda, tiene la chapa machacada y medio árbol descansa
encima del asiento que está en el suelo, junto al primer escalón, después de
haber sido arrastrada durante unos cuantos metros por la acera, dejando una
señal a lo largo de todo el recorrido. A los pocos minutos Paul se acerca a su
lado y le abraza tiernamente, momento en el que Too-lo estalla en llanto.
¡Dicen que no ha habido heridos!, grita, desesperado, ¿y mi linda flor, qué? A
duras penas consiguen quitar el árbol de encima y sacar los papeles de la
guantera para dar parte al seguro y presentárselos a los agentes que están
haciendo el atestado. Too-lo está destrozado y su cabeza no sirve para pensar,
Paul, le sienta con ternura en el banco, que ahora se ha quedado vacío, y se
encarga él de hacer todos los trámites ante la policía; al terminar llama al
seguro y, al poco tiempo, aparece una grúa que se lleva el maltrecho vehículo.
Too-lo llora amargamente y Paul le consuela mientras bajan por las escaleras,
en dirección al chiringuito que, por unos minutos, se ha quedado casi vacío. El
abanico de Too-lo, cuelga de su cinturón y le va dando golpecitos en el muslo en cada escalón. Lisa intenta
consolarle y él, con un gesto teatral, se echa el pelo hacia atrás, se abanica
fuertemente y grita:” La función debe continuar” y se acerca a una mesa,
limpiándose los mocos, y les toma nota de lo que quieren comer. Muchos de los
clientes le conocen y aprecian, y le dan ánimos. Todo lo arreglará el seguro.
Bendito seguro, repite una y otra vez Too-lo mirando a Paul. Si no fuese por él
no se lo habría hecho.
Dedicado a todos los que en algún momento se han
llevado un gran susto. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de
Muñozguren. Si os gusta, compartirlo con la familia y amigos. Gracias.
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