La playa de
Dulcinea
53 –Sonrisas y
lágrimas.
Es un placer
volver a bañarme, a primera hora de la mañana, en mi playa a pesar de que durante
este mes está cubierta de toallas y sombrillas desde muy temprano, pero en el mar somos pocos los que nos atrevemos a entrar.
El agua tiene tanta transparencia que a veces parece que floto en un aire
fresco que me acaricia entera.
Desde mi
puesto privilegiado, nadando, veo como en la terraza del Gran Hotel desayunan
los turistas que van a salir de excursión, se protegen de las quemaduras que
les causó el sol el día anterior bajo unas de las sombrillas blancas; miran
planos y guías turísticas, algunos irán en autocar y otros en los coches de
alquiler que tienen aparcados junto a la entrada. Los turistas siempre empiezan
muy pronto la jornada ya que las horas de que disponen pasan a mucha velocidad. Yo disfruto del baño
y veo como Lisa abre el chiringuito y como el chico de la carretilla le trae
fruta, verdura y cajas de contenido secreto. A media mañana pasará el chico de
los helados con su cargamento a punto de acabarse, regalando polos blandos a
los chiquillos que le esperan ansiosos en el mirador.
Por la
escalera baja, cojeando y con muletas, Paul, mientras en la carretera se oye
como un autobús pega uno de sus frenazos típicos. Me alegra verle, tiene buen
aspecto, se ha quitado la barba, lleva ropa nueva y el pelo, un poco menos
largo y mucho más limpio, flota a cada paso en su cabeza; lleva el pie vendado
y una amplia sonrisa. La sonrisa que luce también es nueva y brillante. Al poco rato baja, Too-lo, las escaleras,
saltando de dos en dos los escalones hasta que se pone a la altura de su amigo,
le da un beso en la mejilla y sale corriendo hacia el chiringuito en el que
pone en marcha la cafetera a la vez que saluda, a voz en grito, a todos los
presentes. Luego se esconde detrás de la barra y habla con Lisa que parece
atenderle con mucho interés. Parece que la felicidad flota a su alrededor
mientras trabaja, canta y agita con donaire su abanico de lunares rosas. Paul
se ha sentado en una de las mesas y ha pedido un café con leche, parece un
turista. Lisa se sienta a su lado y hablan amigablemente mientras, Too-lo, va y
viene atendiendo las mesas que se han llenado de repente, los clientes vienen
con ganas de desayunar, leer la prensa y hacer fotos.
Los dos
hombres me saludan de lejos y les devuelvo el saludo con la mano. Hay algo en
todo lo que estoy viendo que no llego a
comprender. Cada vez que, Too-lo, pasa cerca de Paul le acaricia el pelo o le
dice algo al oído que le hace sonreír tímidamente mientras él esconde su
sonrisa pícara tras el abanico lila de topos rosas. Parece que están felices,
Paul no es el hombre sombrío, sucio y ojeroso que se escondía en la cueva como
un fantasma cada tarde. Es un hombre nuevo al que la vida parece estar dándole
una segunda oportunidad.
Voy a
desayunar con él y Lisa se sienta a nuestro lado para escuchar la historia que
Paul nos quiere contar. Ha estado unos días ingresado en el hospital con varios
indigentes más, ha oído sus historias y los motivos que han hecho que terminen
en la calle, como él, pero él ha tenido un ángel de la guarda que le ha
ofrecido, amistad, compañía y un techo bajo el que refugiarse. A nosotras se
nos abren los ojos como platos al oír la noticia, aunque, por el gesto que
pone, creo que Lisa sabe más de lo que aparenta. Ese ángel benefactor es,
Too-lo, un hombre bueno y trabajador que se siente y es mujer por todos los
poros de su piel. Me encanta la noticia y no puedo evitar darle un beso y
apretarle la mano. La vida les sonríe. Sí, a los dos –dice Lisa- y me cuenta
que ha contratado a Paul para que se encargue de las neveras de los helados y
de vender las pulseras y collares que puede seguir haciendo mientras no tenga
clientes. Todos sonríen al ver mi cara de asombro, todos, incluido, Too-lo, que
ha parado un segundo detrás de ellos y besa la frente de su amigo. Aprovecho
para hacernos un “selfie”, de esos que están de moda ahora. Salimos los cuatro
riendo.
Dedicado a
todos los que perdieron la esperanza porque seguro que en algún momento la
vuelven a encontrar. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de
Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con la
familia y amigos. Gracias.
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