La playa de
Dulcinea
44 –Haciendo collares
El día es caluroso
y pesado, el cielo no es azul, es blanco de humedad en suspensión. Hoy se ve la
costa aunque no con la nitidez de otros días ya que una ligera bruma, que parece
elevarse del mar, difumina los contornos y colores haciendo que pierdan
intensidad. La playa está llena y la marea baja. Casi todos estamos a remojo o
a la sombra tomando algo fresco; el trabajo en el chiringuito de Lisa es
continuo, se ha formado una fila para comprar helados en la que niños inquietos
se frotan con un pie el otro y revisan las monedas que llevan en las manos
sudorosas.
Paul está sentado
delante de su cueva, en la que ha dejado que coloquen varios cochecitos de bebés
que duermen al amparo de la sombra; está junto a una niña que le enseña a hacer
collares de cuentas y pulseras de nudos. He pasado varias veces ante ellos,
mientras doy mi paseo habitual por la orilla, y les he visto tan sumergidos en
su labor que ni han oído mi saludo; él aún tiene las muletas colocadas a su
lado y lleva el pie protegido por una venda que está
sucia y purulenta en la zona del corte.
Tengo que preguntarle si se la limpia bien y ayudarle, si hace falta. Quizás lo
haga cuando de la siguiente vuelta por la orilla. Si es que no sigue tan
ensimismado en su labor.
Veo el palacio
protegido por un barco militar, no sé bien si es una fragata, un navío o una
corbeta, siempre me ha costado diferenciarlos. Un barco es un barco y este
parece que protege la casa del nuevo Rey, que siempre, desde pequeño, ha
veraneado en el mismo lugar.
Del puerto cercano,
en el que está la escuela de vela, salen las embarcaciones en las que aprenden
a navegar los futuros regatistas. Las velas, blancas, naranjas y rojas, dibujan
sobre el mar reflejos y formas de gran belleza hasta que algunos se pierden
entre la niebla que vuelve a levantarse. Los aviones siguen llegando y saliendo
sin parar, dibujando en el cielo saetas brillantes que se alejan hacia otras
costas.
Paul y su joven
amiga siguen haciendo collares y pulseras. Ahora reconozco a la niña, es a la
que le atropelló el autobús de línea a su perrito; le pregunto por el animal y
me hace un gesto de silencio con la mano y luego señala hacia la pared de la
cueva, en la que duerme, sobre una toalla, el animalito con una pata
inmovilizada. Me enseñan los collares y les ayudo a ponerles los cierres
metálicos en los extremos porque a Paul le sobran manos y a la pequeña le falta
habilidad para anudar el hilo de pita en los enganches. Formamos un buen
equipo. En poco tiempo hemos terminado media docena, hay uno que me gusta
mucho, es todo de piedras verdes y en el centro lleva una concha que ha
encontrado Paul en la playa, esta mañana, antes de que la rastrillaran. Les
pido el precio y los dos se quedan boquiabiertos, mirándose uno al otro como si
les hubiese preguntado algo dificilísimo. Paul pone un precio irrisorio y la
niña, Ana, lo duplica. Adjudicado. Me lo quedo. Voy a por la cartera, les pago
y pido que me hagan para el día siguiente una pulsera a juego y, si puede ser,
unos pendientes. Se quedan hablando de que necesitan más material y acuerdan
invertir lo ganado en comprar más. Ana le dice que por la tarde irá con su
madre a hacer la compra al centro comercial en el que puede comprar todo lo
necesario. Se me ocurre que quizás sea una buena idea para mejorar el futuro
incierto de Paul y vuelvo junto a ellos para entregarle a Ana un billete, de
los casi pequeños, para formar parte de su negocio. Ambos sonríen felices mientras calculan todo lo que van a
necesitar. Al oír el alboroto el perrito se acerca arrastrando la pata
inmovilizada y nos lame las manos antes de que su dueña lo vuelva a dejar
dentro de la cueva. Tiene miedo de que le llamen la atención o le pongan una
multa, ella iba hacia las rocas cuando se encontró con Paul y empezaron su
negocio.
Dedicado a todos
los que han tenido en el peor momento de sus vidas, un rayo de esperanza que
les ha hecho ilusionarse, de nuevo. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente
de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con la
familia y los amigos.
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