La playa de
Dulcinea
63 – Un niño
perdido
Sigue el calor
sofocante, dicen los expertos del tiempo que estamos inmersos en una gran ola
de calor que va a durar unos cuantos días. No sé si lo podremos soportar, la
gente está de mal humor y, a la mínima, hay discusiones y malos modos. La playa
ya no es el lugar tranquilo al que íbamos a relajarnos, ahora es un campo de
batalla en el que luchamos por conseguir un trozo en la arena, porque no nos
pisen y por encontrar un trozo de mar que no huela a bronceador o tenga un
trozo de flotador o de persona a punto de metérsenos en un ojo. Son los últimos
días de agosto y parece que todo el mundo quiere aprovechar para estar en la
playa, tumbado al sol o a remojo en unas aguas que ya no están, casi a ninguna
hora, tranquilas.
El chiringuito
mantiene una actividad febril, no dan abasto toda la familia, Too-lo y Paul.
Lisa ha tenido que contratar, por horas, a Lucas, el chico que alquila las
hamacas y rastrilla la playa, y así y todo, la gente tiene que esperar a que
les sirvan. La cocina no da para más. La suegra de Lisa, una mujer pequeña,
regordeta, trabajadora, capaz de hacer diez cosas a la vez, y una gran cocinera;
está desbordada y, entre plato y plato, se pelea con su hijo y con sus nietos;
a Lisa no se atreve a decirle nada porque, con su genio nórdico, es capaz de
cerrar el chiringuito solo por ponerse a discutir con su suegra. Alguna vez lo
ha hecho y todos han salido perdiendo.
Paul tiene una
ayudante, Inés, la niña del perrito atropellado, que, por suerte, ya está
recuperado del todo y en casa, mientras que ella hace y vende collares junto a
la mesa plegable, cubierta con una tela
verde, que está junto a la nevera de los helados y la puerta de entrada del bar,
Paul la controla y le da ideas para nuevos collares, a la vez que vende helado
tras helado. El chico del camión de los helados, últimamente, viene cada día, y
así y todo, se terminan.
Hay revuelo en
la arena, muchas personas se arremolinan alrededor de algo que desde donde
estoy no se ve; el grupo se mueve, en bloque, hacia la torreta del vigilante,
cuando pasan a mi lado veo que rodean a un niño pequeño que llora, lleva la
cara llena de arena y le cuelgan los mocos, pero no suelta su flotador verde.
Es un niño perdido, nadie le conoce, no parece del barrio y sus balbuceos no
ayudan a poder localizar a su madre que, según él, se llama “mamá”. No sabe
dónde vive, ni como se llama pero llora desconsolado, se frota los ojos y
grita: “mamá”, “mamá”, sin que nadie pueda hacer nada por ayudarle. Un niño más
mayor le da un helado y parece calmarse, se sienta junto al vigilante y,
mientras todos escuchamos por los altavoces de la playa que se ha encontrado un
niño perdido, rubio, con bañador rojo y flotador verde que parece tener
alrededor de dos años, él se termina el helado. Luego se pone a llorar,
desconsoladamente, uniendo a la arena y los mocos de su cara, los chorretes de
helado que se restriega con las manos hasta que una mujer, que tiene a su lado
dos niños, le limpia con una toallita húmeda y le da agua para beber. Nadie
responde a las llamadas que se realizan por los altavoces desde el puesto de
vigilancia recientemente inaugurado. Cada cinco minutos se lanza un nuevo
mensaje al que no contesta nadie. Han avisado a las autoridades y ya han
llegado dos policías que están en la arena, junto al niño preguntándole cosas a
las que responde siempre igual: “ me llamo bebé y mi mamá se llama mamá”. Está
claro. Parece ser que nadie en toda la playa ha perdido un hijo aunque hay un
par de familias voluntarias para hacerse cargo de él hasta que aparezca su
familia. Los agentes no saben qué hacer, una y otra vez le preguntan lo mismo y
el niño contesta exactamente igual aunque
cada vez más alterado.
Del otro lado
de las rocas, por la orilla, vienen corriendo dos personas, un hombre y una
mujer, van dando gritos y diciendo un nombre, algunos les señalan el puesto de
socorro y llegan a el sin resuello, abrazan al niño y se enzarzan en una
discusión en la que se echan en cara si le tocaba cuidar al niño a uno o al
otro mientras el pequeño comienza a llorar asustado. Los agentes les hacen unas
preguntas y vuelve la calma a la playa cuando la familia, los tres de la mano,
se alejan por la arena en dirección al Gran Hotel.
Dedicado a
todos los que han perdido alguna vez en la playa a un familiar o amigo y han
pasado un mal rato buscándole. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente
de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con la
familia y los amigos. Gracias.
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