La playa de
Dulcinea
50 –Líneas de
tinta antigua
Hace días que
viene una mujer misteriosa a la playa, está ligeramente bronceada, lleva sombrero,
gafas oscuras, cesta de mimbre y pareo de colores, su rostro es una incógnita.
Se sienta, en el chiringuito, en la mesa
de la esquina; pone una toalla fina de color vivo sobre la silla, se quita el
pareo y deja que el sol le dé en los lugares en los que no cubre el bañador; no
se quita ni el gorro ni las gafas. Suele
pedir pan tostado con aceite y rodajas de tomate, otras, solo pide un café con
ensaimada. Viene tan pronto como yo y, a veces, ha llegado antes y ha esperado
a que abra Lisa su establecimiento, sentada en las escaleras que dan a las
rocas. Es elegante y discreta, habla con voz clara pero sin elevar el tono. Tiene
un suave acento de algún país de América del Sur. Una vez le oí decirle a Lisa
que en su país ahora es invierno y no hace tiempo para ir a tomar el sol a la
playa. Solo sé eso de ella y que le gusta hacer sudokus y crucigramas y, lo que
más me llama la atención, que escribe, siempre está escribiendo en un cuaderno
grande, lo hace con pluma, tiene una bonita letra que se tumba hacia la derecha
y no se tuerce en las líneas. Al salir del agua he visto su cuaderno, sujeto
con una piedra para que el viento no pase las páginas mientras ella nada. Me
atraen esas líneas azules que no llego a poder leer. Nadie escribía aquí con
pluma pero ella lo hace cada día durante horas, interrumpiéndose con pequeños
baños y duchas para volver a recuperar la actividad febril de escribir y contar
cosas. Habla poco pero lo cuenta todo en sus líneas azules que brotan de su
cabeza en este lugar frente a este mar que parece un lago. Cuando la playa se
llena de gente y los gritos hacen imposible oír el mar, ella se levanta
lentamente, paga su consumición y se va dejando que flote tras ella el pareo
de colores.
Cuando he
pasado a su lado esta mañana, me he fijado en sus manos, son finas pero fuertes,
tiene las venas que se le notan sobresaliendo, azuladas, de la piel, uñas
cuidadas y pintadas de un color entre rosa y naranja y luce unos anillos que
brillan con el sol, no son exagerados, pero se nota que son buenos. Su mano
sujeta la pluma con delicadeza, parece una prolongación de su propio cuerpo que
escribe con el mismo ritmo que lleva los latidos de su corazón. A veces se
queda mirando a lo lejos y sonríe con una sonrisa enigmática, como si hubiese
encontrado la línea perdida que le hace falta para seguir llenando y llenando
líneas de color azul en su cuaderno, otras veces mira fijamente al cielo,
parece que su mente se queda colgada de una nube hasta que vuelve a enlazar las
líneas azules de su escritura con otra hornada más que se apresura a escribir.
Hemos coincidido en la escalera del
chiringuito al irnos, ella le decía a Lisa “me llamo Nora”, Nora y un apellido
que me ha sonado como piedra semipreciosa pero que no he podido retener. Bonito
nombre para una escritora.
Dedicado a
todos mis amigos lectores, gracias por estar ahí y hacer comentarios, espero
que no os moleste los guiños que os mando en mis escritos, Van con todo mi
cariño y agradecimiento, sin vuestro apoyo estas líneas estarían metidas en un
cajón. Gracias por leerme, si os gusta, compartirlo con la familia y amigos. Un
saludo. Amaya Puente de Muñozguren.Todos los derechos reservados.
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