miércoles, 13 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 52 –Un bautizo en la arena

La playa de Dulcinea
52 –Un bautizo en la arena
Ayer por la noche, antes de cerrar el chiringuito, Lisa me pidió que viniera esta tarde a las ocho vestida de blanco y con algún adorno en el pelo; he supuesto que quiere hacer una fiesta de verano y, por algún motivo que no entiendo, ya que no soy buena clienta, quiere que esté con ella. En el armario he encontrado tanta ropa blanca que no sabía qué ponerme. Me lo he probado todo y al final me ha costado decidirme. Voy de blanco y me he puesto unos jazmines sujetos en el pelo, haciendo algo parecido a una diadema. Me veo guapa con mi melena al viento y vestida de fiesta.
Ayer le vi entre la gente del mirador que observaban como bailaban en la arena, estaba en la bifurcación de las escaleras, en el rellano que separa las que van hacia las rocas con las que van hacia la playa, tenía un caballete de madera apoyado en la barandilla pero sin montar y tomaba apuntes en un cuaderno grande de dibujo, usaba carboncillo que difuminaba aquí y allá con los dedos hasta que hizo una reproducción exacta de esta zona de la playa que parece un lago. Hoy tiene el caballete montado y sobre él hay un lienzo  no muy grande, está tomando medidas de las distancias y parece sentirse satisfecho con el resultado; Guiña los ojos y mira a la lejanía, luego retoca el perfil de las montañas o el de los acantilados y vuelve a mirar a lo lejos. Para mi está perfecto, solo queda empezar a darle color, tiene la caja de pinturas en el escalón, cerrada; sacude con un trapo el carboncillo del lienzo hasta que no queda más que una sutil marca y hace una mezcla de rojo, azul y blanco con la que dibuja con un pincel fino, todos los contornos y detalles del dibujo, luego lo deja secar apoyado en la roca. Me gusta tanto verle trabajar que he hecho como que espero al ascensor para bajar a la playa. Ya he perdido tres. Es un hombre alto y fuerte, con la cabeza rapada y un aspecto bonachón y feliz que se contagia. Recoge sus cosas con calma, me saluda al pasar a mi lado y me da las gracias por valorar su trabajo. Yo le doy las gracias a él y quedamos en volver mañana por la tarde para seguir con la pintura. Le digo que me interesa seguir la evolución de su obra. Me hace ilusión. A él parece que también, sonríe y se va hacia el semáforo cargado con todo.
Bajo a la playa y encuentro a María del Fin y a sus hijas disfrutando del primer baño del año, Lisa le ayuda mientras Nicolás hace fotos desde su silla de ruedas. En el chiringuito hay una mesa engalanada con flores y velas. Don Ramón, el cura del barrio me saluda y agradece mi presencia y mi ayuda. No entiendo nada hasta que veo los utensilios de bautizar que coloca sobre una mesa ante la mirada atónita de los clientes y mía. Empiezo a comprender justo en el momento en el que llegan Lisa y María del Fin con las pequeñas recién duchadas y muertas de risa. Me asombra ver lo mucho que han cambiado las niñas en unos días, parecen muñecas. Son preciosas, intento adivinar cuál de ellas es Lisa y quien es Dulcinea. Tengo un cincuenta por cien de posibilidades de acertar. Todos estamos vestidos de blanco, los camareros, los suegros de Lisa que están en la cocina, su marido, Nicolás y yo. El cura nos habla de la bendición que supone tener un hijo, del esfuerzo y del amor de una familia que empieza; comenta la suerte de tener amigos y la satisfacción de ver crecer a estas criaturas que han traído alegría a sus padres y madrinas -noto como se me escapan las lágrimas. No estaba preparada para algo así- María del Fin me da la mano y sonríe con sus preciosos ojos color de mar. Tras el bautizo tomo en brazos a mi ahijada y la observo hasta quedarme grabados todos sus rasgos en la cabeza. Es preciosa. La primera vez que le cojo tengo la sensación de que se me va a escurrir entre las manos; luego ella me agarra el dedo y siento que ya tiene mi corazón para siempre. La abrazo y sonríe con su boca sin dientes. Es de porcelana, de porcelana y nata. Cuando empieza la cena ellas ya han tomado el biberón y se quedan dormidas en la sillita mientras nosotros disfrutamos de una noche espectacular, de la luna amarilla, de una cena sabrosa y  de una conversación amena y divertida. No se puede pedir más.



Dedicado a todos los que se merecen una sorpresa agradable. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Si os gusta, compartirlo con los amigos. Gracias. 

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