jueves, 14 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 54 –Una barca llamada Soledad

La playa de Dulcinea
54 –Una barca llamada Soledad

La playa ha amanecido gris y plata, la orilla está llena de algas y palos pulidos por el mar; aún no han venido a limpiarla. Solo las gaviotas caminan por la arena dejando sus huellas como un calidoscopio bajo el sol entreverado de nubes. El mar reluce como plata vieja, su color ya no es azul. Noto el agua fría, hoy  no me apetece nadar, prefiero caminar por la orilla y redescubrir esos trozos de playa por los que no paso habitualmente. Llego hasta la cueva y dudo entre rodear las rocas sobre las que se asientan los tres edificios de apartamentos o dar la vuelta y seguir por la zona más fácil, al darme cuenta del calzado que llevo, unas chanclas, decido dar media vuelta y caminar por la arena. El aire es fresco y me pongo el pareo por encima de los hombros mientras flota tras de mi a cada paso asustando a las gaviotas que me siguen pidiéndome algo para comer. La arena está dibujada con la forma de sus patas aunque en una esquina, el chico de las hamacas, rompe ese dibujo a arañazos de rastrillo dejando surcos en la arena como en una cabeza recién peinada. Me gusta más el dibujo de patas de gaviota. Desde la orilla saludo a Lisa que baja apurada por las escaleras que dan al chiringuito, lleva colgadas dos cestas de mimbre de las que sobresalen trozos de verduras y hortalizas. Atravieso la zona de rocas del chiringuito y llego a la playa salvaje en la que duermen junto al mar media docena de chalets de lujo. Sus dueños han olvidado en la orilla veleros y catamaranes de competición; bajo la sombra de unas palmeras hay un hombre haciendo yoga mientras su perro duerme cerca. Llego a las rocas del Gran Hotel, hoy no hay casi nadie en la terraza, el frío y el viento les han empujado hacia la zona cálida del interior del edificio, solo dos parejas se atreven a desayunar fuera, vestidos casi de invierno en pleno verano. Camino con precaución sobre las rocas y la piscina del hotel, el guarda me mira como si viniese a llevármela y observa mis pasos hasta que salgo del recinto y entro en el paseo de cemento en el que los pescadores hacen elogios de paciencia infinita para ver picar unos cuantos peces que les servirán de alimento. Algún perro juega y olisquea a un compañero que ya no tiene ganas de juegos y solo quiere dormir al medio sol que de vez en cuando aparece entre las nubes. El sol hoy también es frio y gris. Me gusta andar por el paseo de cemento, entre las rocas que dan al mar y los chalets que miran a la costa de enfrente en la que se ve la gran playa, las montañas y los acantilados. Hay gente que pasea a sus mascotas a estas horas tempranas mientras los pescadores recién llegados ponen el cebo y lanzan la caña, adormilados, mientras lían un cigarrillo de tabaco picado y quizás sueñen con sirenas y piratas.
Sin darme cuenta he llegado  al puerto deportivo, ya veo el cartel que anuncia la escuela de vela que aún tiene todos sus veleritos en el dique seco, junto al gran chalet de la esquina, el  que mira al puerto deportivo, hay una zona cubierta que protege un Llaut, es un barco antiguo, mediterráneo, pero en muy buen estado; los soportes de madera que lo sujetan evitan que baje por la rampa de cemento y troncos, hacia ese mar que parece esperarle desde hace años. Doy la vuelta al barco, se llama Soledad. Fuera del agua parece muy grande, a su alrededor  hay montones de cabos, nasas y aparatos para pescar de los que desconozco el nombre, una escalera de madera da acceso a la embarcación, me asomo y veo las velas tendidas en la cubierta y el tambucho abierto. Huele a mar y a aventuras sobre las olas. Me siento en las rocas a observar cómo llegan los niños al club de vela y veo que la playa, que sigue al otro lado, se va llenando de gente. Una pareja viene, de la mano, besándose y riendo, hacia la barca que se llama Soledad, se suben en ella y dejo de verles, tan solo escucho sus risas y jadeos apagados. Es hora de regresar.  


Dedicado a todos aquellos que alguna vez tuvieron un sueño…y lo cumplieron. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os ha gustado, compartirlo con la familia y amigos. Gracias.

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