La
playa de Dulcinea
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–Amor eterno. Un, te quiero, bajo la
luna
La
noche está negra y llena de estrellas, es la dueña compartida de la playa. En el
chiringuito de Lisa no queda ni una mesa libre, los camareros, la cocinera y el
jefe de barra no paran de trabajar, mientras Lisa da órdenes a diestro y
siniestro y lleva platos a las mesas. La luna, creciente, tiene un brillo
blanquecino que dibuja un camino en el mar oscuro, salpicado de barcos fondeados.
En la
playa hay varios grupos que hablan y ríen, sentados en círculo sobre las
toallas, unos, y otros, cantando y dando palmas apoyados en la pared del chalet
grande que da a la playa y al mirador – en el que cena una familia que ha
alquilado la planta alta y ha puesto una bandera de su provincia que ondea al poco aire de la
noche-. En algún lugar hay un bebé que llora desesperadaménte.
Varios
niños juegan y hacen castillos en la orilla, un par de parejas nadan y se besan
en el agua y dos chicos buscan la pelota con la que jugaban a las palas y que,
por suerte, han perdido en algún lugar. Al salir del agua me tropiezo con ella
y la empujo bajo mi toalla, mañana la encontrarán, pero esta noche no. Vamos a
tener la noche en paz. Una de las parejas ha salido del agua y se secan uno a
otro entre risas, entreteniéndose en las zonas más íntimas, parece que creen
que nadie ve sus juegos; luego sacan el móvil y empiezan a hacer fotos, él posa
haciendo como que tiene la luna en sus manos y se la ofrece a ella, como foto
puede ser que quede muy bonita, ella ríe bobalicona y le abraza mientras siguen
haciendo fotos que me deslumbran. Se podían ir a jugar a otra parte. Parece que
me han leído los pensamientos y se meten, corriendo y saltando olas
inexistentes, en un mar que acaricia sus cuerpos desnudos que se buscan con
pasión.
Too-lo
ha venido a verme, dice que está preocupado porque en todo el día no ha visto a
Paul; ha ido varias veces a la cueva y sigue vacía, está la colchoneta rosa
pero no está ni la mochila ni las muletas. Es posible que haya ido a comprar
material para hacer más collares porque en los últimos días ha vendido todo lo
que ha hecho y, al paso que va, tardará en volver. El camarero parece tranquilizarse
mientras agita, nervioso, el abanico de lunares. Dos minutos más tarde le llama
Lisa, a gritos; hay una mesa que espera y la comanda ya está sobre la barra de
la cocina en la que la suegra de Lisa suda a chorros y se pasa el trapo de
cocina por la frente continuamente.
Del mar
llegan risas, chapoteos y jadeos mientras el rumor de las olas, que provocan
los barcos de línea al salir del puerto y pasar frente a la playa, chocan
contra las rocas y levantan espuma que parece de color gris. La noche es
tropical, hace calor y hay humedad. Las palmeras de la curva no mueven ni una
rama y los paseantes de la noche caminan despacio para no sudar más. Nada calma
este calor.
Dedicado
a todos los que han pasado calor alguna vez y han soñado con una noche de
lluvia. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos
los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con los amigos. Gracias.
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