La
playa de Dulcinea
66 -el
negocio de la cueva
Marieta
está barriendo la cueva mientras la perrita, a la que ha cambiado el nombre y
ahora solo le llama Mari, corre por la playa antes de que lleguen los primeros
bañistas. Ha puesto en la entrada un trozo grande de césped artificial, que
vete a saber de dónde lo ha cogido, cuatro cajas enormes a cada lado, en las
que ha dibujado varios animales – un oso, un león, una jirafa, un burro, un
perro y un gato-, atados a las cajas hay varios globos que flotan en el aire
atados con cintas de colores. Sobre el césped artificial, que ha barrido unas
cuantas veces seguidas y luego ha pasado una fregona, vieja y con el palo roto
a la mitad, a la que ha cambiado el agua
del cubo varias veces hasta que ha salido el agua casi limpia. Las cajas deben
ser de neveras o algo parecido y en su parte alta, de lado a lado de un montón
a otro de cajas, hay una tira ancha de papel en la que pone, dibujado con algo
que parece carbón: “El zoo, la guardería de la playa”. Sobre el césped
artificial hay una mesa hecha con un
palé y ocho ladrillos y unos taburetes que son cajas de cartón rellenas de
trozos de cartón. Sobre la mesa hay dos paquetes
de lápices de colores y un paquete de folios, entero y sin abrir. En un lateral
está la lista de precios y la capacidad máxima de niños por hora, debajo hay
una lista vacía en la que solo aparecen las horas, divididas de cuarto en
cuarto y el nombre de dos niñas (Sol y Pequeñaja), escrito entre las diez y las
diez y media. Marieta se peina y se hace
una larga trenza, repasa su vestido de flores y se peina las cejas con los
dedos.
Paul le
acaba de llevar un café a Marieta, mientras yo me tomo otro con Lisa, que me
cuenta que está encantada con la idea porque ve la posibilidad de hacer más
negocio. Si los niños están controlados, los padres pueden disfrutar de tomar
con calma algo más, una tapa o unos vinitos con taquitos de jamón o de queso.
Hoy, como día inaugural, cada padre que traiga el recibo de haber dejado a los
niños en el zoo de la playa, será invitado a una tapa de jamón y queso. La idea
me parece estupenda y Lisa me dice que ha sido todo idea de Marieta.
El
ascensor baja con el primer cargamento de sillitas y niños alborotando. Jorge
llega a la playa, sale del ascensor y sonríe al ver el local que ha montado Marieta en la cueva, se las deja,
sentadas en el césped y se va a colocar las toallas, la sombrilla y la nevera,
luego se da un buen baño, besando una y otra vez la alianza de su difunta
esposa, que lleva colgada de una cadena en el cuello, se ducha y va a desayunar
con Lisa. Está encantado. Es la primera vez, en un año, que puede tomar un baño
tranquilo. Lisa le ofrece, como invitación a estas horas tan tempranas, una
ensaimada o un croissant, y él le pide tres, más el suyo, y le pide a Paul que
se los lleve al Zoo. Lisa le ha disuadido de mandarle otro café a Marieta, para
nervios ya le bastan los que tiene hoy.
La
gente mira curiosa el chiringuito que ha montado Marieta en la entrada de la
cueva, algunos anotan el nombre de sus
hijos y el tiempo que quieren que se quede. No ha pasado media hora cuando
Marieta tiene llena toda la hoja de la mañana. Jorge le da las gracias e
intenta llevarse a las niñas, que lloran porque no quieren dejar de dibujar.
Cuando intenta pagar a Marieta, el tiempo que han estado sus hijas entretenidas
y bien cuidadas, esta le dice que tiene a cuenta unos cuantos días gratis, por
ayudarla económicamente para pagar el material.
Mujer,
si solo fueron veinte euros –se oye en toda la playa-. Sí, pero han sido, los
que necesitaba para tener mi negocio y poder salir un poco adelante. Hasta que
alguien me denuncie. –Le oigo decir a Marieta-.
A los
niños les encanta la idea de dibujar a la sombra o jugar con los globos,
mientras a los padres les parece fantástico poderse dar un baño sin tener que
estar pendientes de los pequeños. Alguna madre ha pagado para aparcar a su
bebé, durmiendo, en la sillita, a la sombra, mientras ellas se van a comprar el
diario o a hacer un recado en la farmacia. La idea parece muy buena. Marieta
está feliz y Jorge la mira, sonriendo y agradecido, cuando se lleva a sus hijas
a nadar.
Dedicado
a todos los que en algún momento han deseado poder tener unos minutos de paz
sin tener que estar pendiente de nada ni de nadie. Muchas gracias por leerme.
Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Si os gusta, compartirlo con los amigos
o la familia. Gracias
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