La playa de
Dulcinea
60 -Dos Marietas y una cueva
Vuelve el
calor con más fuerza que en los días
anteriores a la tormenta. La playa está casi vacía, cosa rara; solo hay seis
toallas extendidas en la arena, dos hamacas y tres sombrillas. Veo como se
ducha la dueña de Marieta, como da manguera Too-lo al suelo del chiringuito,
como rastrilla la playa el chico de las hamacas –aún no sé su nombre- y como
limpia las mesas Lisa mientras la playa se llena de olor a café y pan tostado
que está preparando su suegra.
Un baño a
estas horas es lo mejor que se puede hacer para empezar bien el día, desde mi
lugar privilegiado, de aguas transparentes y frescas, veo cómo se desarrolla la
vida de la playa. Marieta corre detrás de las gaviotas, que han dibujado
durante la noche, en la arena, con la marca de sus patas, un precioso tapiz;
poco a poco el rastrillo va a ir borrándolas.
La chica de la
cueva se ha puesto un bañador y está haciendo limpieza con una escoba vieja, ha
sacado todo a la entrada de la cueva: La maleta roja, la colchoneta de plástico
rosa que era de Paul, dos sillas plegables, una sombrilla, un palé, un florero
algo roto con flores de plástico y un montón de ladrillos y estantes. Se ha
acercado a la orilla con un cubo, sin asa, en la mano y ha cogido agua. Nos
hemos saludado al cruzarnos en la orilla, ella se ha metido en la cueva y yo me
he tumbado al sol; al poco rato está en la entrada, barriendo y recogiendo con
un catón todo el polvo, hojas y restos que había dentro. Marieta, la perrita,
juega a su alrededor. Ya se empieza a llenar la playa y ata al animal en una
mata que hay junto a la entrada de la cueva, a la sombra, y recoge la ropa que
tiene tendida en un cordel que va desde una roca al tronco de la mata, la dobla
y desaparece en el interior.
Algo de la cena
me ha sentado mal y necesito ir urgentemente al aseo, con esa excusa me siento
en una mesa del chiringuito y pido un desayuno, poco antes de salir, a toda
prisa, hacia el lavabo. Lisa y Paul cuchichean entre el rincón de los helados y
la mesa de los abalorios. Cuando vuelvo, los dos me esperan junto a mi mesa.
Nos sentamos y me ponen al día de la vida de la nueva inquilina de la cueva –la
vemos a lo lejos, junto a la entrada, parece que escribe o dibuja algo en una
caja vacía de cartón-.
Por lo visto
es una chica con estudios y preparación que ha estado viviendo los últimos
cinco años con un hombre, veinte años mayor que ella, que tiene un chalet en la
parte alta de la urbanización y al que había abandonado su mujer hace casi diez
años, yéndose a vivir a Londres y dejándole a él, solo, aquí, pero sin divorciarse.
Ahora la mujer, enferma y millonaria, ha vuelto para terminar sus días junto a
él y dejarle su gran fortuna. Él no lo ha dudado ni un momento y ha echado a la
calle a la joven, casi con lo puesto. La joven, se llama Marieta, sí, como la
perrita, por lo visto fue una broma de su pareja porque le decía que así seguro
que alguna de las dos le haría caso.
Nos hemos
quedado los tres en silencio un buen rato, mirando a Marieta que sigue pintando
algo en unas cajas sin darse cuenta del interés que despierta. Paul dice que le
ha visto coger restos de comida de los cubos de basura del chiringuito y
propone, junto con, Too-lo, que acaba de llegar con dos bolsas llenas de barras
de pan, que hagamos un bote para el desayuno, la comida o la cena, del amigo de
la playa. Todos pensamos, estoy segura, en Marieta. Lisa dice que ella colabora
poniendo el precio de coste y que da, a elegir, para el desayuno, café con
tostadas de pan y tomate con aceite, o mermelada y mantequilla, para la comida,
da a elegir, plato de pasta o plato de
paella, y para la cena, huevos con patatas o hamburguesa o salchicha con
ensalada o patatas. Paul dice que el regala un helado por día y pone, en el vaso
de barro de un helado vacío, dos euros. Nos parece una gran idea y todos, hasta
Lisa, ponemos la misma cantidad. Se lo iremos diciendo a los habituales de la
playa. Marieta no va a pasar hambre y con un poco de suerte quizás, don Ramón,
el cura, le encuentre pronto algún trabajo. Los canarios Trinan sin cesar y el
mar es un espejo de agua cristalina.
Dedicado a
todos los que, en algún momento, han podido ayudar a alguien que lo necesitaba.
Muchas gracias por leerme, un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los
derechos reservados, si os gusta, compartirlo con la familia y amigos. Gracias.
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