La playa de
Dulcinea
61 – Un viudo
que necesita ayuda
Jorge, Sol y
Pequeñaja están intentando salir del ascensor de la playa, no parece una tarea
fácil ya que se les está atascando la sombrilla y la sillita de la pequeña en
la puerta; Jorge parece estar a punto de llamar a los bomberos para que le
auxilien cuando pasa por delante Marieta, con la pequeña Marieta de cuatro
patas en brazos, y se apiada de él. Después de unos cuantos tirones de un lado
y empujones del otro, consiguen salir del ascensor con su ayuda. Mientras la
Marieta canina se va hacia la cueva con un hueso, que le acaba de dar Lisa, en
la boca. No quiere que nadie se lo quite.
Marieta habla
con Jorge sobre cuál es el mejor lugar para poner la sillita de la pequeña y la
sombrilla y decide que, sin duda, el lugar menos caluroso para una niña tan
pequeña es en la sombra y cerca de la orilla, justo en la parte cercana a la
cueva.
Jorge está
sudando y ya no tiene paciencia para contestar las preguntas interminables de
su hija mayor, Sol, que despierta una y otra vez a la pequeñita que intenta
dormir en la sillita,. Marieta, le pide permiso al padre y se la lleva al agua el
tiempo justo para que él se sitúe en la arena, coloque las toallas, sombrilla y
nevera y se quite la ropa, y una vez en bañador, acune a la pequeñita hasta que
se duerma. Mientras tanto Marieta salta las pequeñas olas de la mano de Sol y
cantan una canción infantil que habla de marineros y barcas. Marieta le hace un
gesto a Jorge para que se vaya a nadar mientras ella entretiene a la niña y
vigila el carrito de la pequeña que duerme plácidamente en la sombra cercana a
la cueva, en la que Marieta roe un hueso tumbada sobre la colchoneta rosa.
Yo les observo
desde el agua en la que llevo ya tanto tiempo que se me han empezado a arrugar
los dedos de las manos. A mi lado pasa Jorge hablando solo, va diciendo que no
sabe cómo pagar a esa joven los quince minutos de paz que le ha regalado, me
acerco a él y le explico nuestra idea de colaborar con la alimentación del
“amigo de la playa”, contándole, por encima, la precaria situación en la que se
encuentra, de momento, Marieta. Él se asombra de que una persona que parece tan
bien vestida y educada, esté pasando por una situación sumamente precaria y
promete pasar por la zona de los helados para dejar en el bote, que custodia
Paul, su pequeña aportación para ayudar a Marieta, que ahora juega en la orilla
a hacer castillos, con su hija mayor.
Jorge no
recuerda cuando fue la última vez que se pudo dar un baño tranquilo, si, debió
ser el verano último, cuando su querida esposa aún vivía y la pequeñita acababa
de nacer. Al recordarla besa la alianza que lleva colgada del cuello y se le
humedecen los ojos, yo hago como que no le veo y salgo hacia la playa sintiendo
en los huesos el frío que he cogido por darme un baño tan largo. El sol aprieta
y es un placer tumbarme a notar los rayos tostándome la piel. Marieta sonríe al
ver lo bien que le queda su gorra a la pequeña, Sol, mientras se le ilumina la
cara porque acaba de darse cuenta de cuál va a ser el negocio que va a montar
en la playa, hasta que consiga un trabajo mejor. Jorge recoge a la niña, le
devuelve la gorra a Marieta y le da las gracias diciéndole que le debe quince
minutos de paz que necesitaba con toda su alma. Ella sonríe y sigue dibujando
algo en una gran caja de cartón que tiene junto a la entrada de la cueva.
Dedicado a los
que tienen ganas de intentar algo nuevo y han tenido el valor de intentarlo. Muchas gracias por
leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados,
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