La
playa de Dulcinea
49 – El
pie de Paul
Karen y
Dieter han dado un gran paseo hoy por la playa, tan largo que han llegado a la
zona en la que suelo estar yo, mi trozo de playa,- como ellos dicen-. La
alegría de volvernos a ver ha sido enorme y, sin presentarles a Lisa, nos hemos
sentado en una mesa de su chiringuito para ponernos al día de nuestras vidas y
hacer planes de los nuevos viajes que queremos realizar juntos. Tras una
cerveza ha venido otra, que nos ha servido, Too-lo, extrañamente serio y
taciturno. Tienes los ojos tristes y el abanico apático. Nos hemos puesto a
comentar los personajes curiosos que pueblan la playa y, no sé por qué, les he
comentado la desaparición de Paul, nuestro mendigo que vive en la cueva y hace
collares de piedras, cuentas, algas, plumas y conchas. Karen se ha quedado
pensativa un momento, justo en el momento en el Too-lo nos sirve otra ronda, y
ha dicho: “Acabamos de ver a un hombre con muletas tirado a la sombra de un
montón de hamacas que hay más para allá”. Al camarero se le ha caído de la bandeja
la última caña y, con los ojos llorosos nos ha pedido de rodillas y juntando
sus manos, que le acompañemos a buscarlo.
Lisa le
da permiso y salimos, los cuatro, a la carrera por la playa. Too-lo, llora y
ríe mientras mira al cielo y le hace un gesto que parece una oración y un
profundo deseo al mismo tiempo. No podemos seguir a este ritmo, reducimos la
marcha y, a paso rápido caminamos hasta que Karen, sonrojada y sonriente, nos
señala el montón de hamacas hacia el que sale disparado Too-lo, gritando el
nombre de Paul con las pocas fuerzas que le quedan. Desde lejos nos grita “¡Si
es, sí, es Paul!”.
Paul
está tumbado en la arena, vestido solo con un bañador, las cosas de su mochila
están esparcidas por la arena y le falta el calzado, está tiritando, sonríe a
medias al oírnos decir su nombre y no consigue abrir los ojos. Está rebozado en
arena, entre todos le llevamos a la ducha y le dejamos debajo un buen rato
mientras Too-lo le sujeta sin pensar que se está mojando el uniforme del
chiringuito y nos pide que le traigamos agua y zumo de limón. Paul tiembla y se
abraza a Too-lo dándole las gracias y besándole la frente, mientras su amigo
solo repite una y otra vez “estás vivo”, “estás vivo”, “estás vivo” sin poder
controlar las lágrimas.
No
puede apoyar el pie en el suelo, cada vez que lo intenta gime y una mueca de
dolor le cruza la cara. Decidimos que tiene que ir al hospital y Too-lo se
ofrece a llevarle. Para un taxi y desaparecen los dos, camino del servicio de
urgencias más cercano.
En el
chiringuito más cercano tomamos un refresco y nos despedimos hasta la próxima.
Karen y Dieter saben que les llevo en el corazón, al igual que sé que ellos me
llevan a mí, aunque nos separen kilómetros de playa, mar y vidas con horarios muy distintos. Me ha alegrado mucho verlos.
Vuelvo a mi parte de la playa caminando por la arena y pensando en todo lo que he vivido hoy. En cuanto llego al
chiringuito de Lisa pregunto si se sabe algo de Paul y le cuento a la dueña
todo lo que ha pasado. Aún no hay noticias, hace mucho calor y el negocio está
a tope. Too-lo, no ha vuelto.
Dedicado
a todos los que a veces han hecho lo que debían en vez de lo que tenían que hacer.
Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los
derechos reservados. Si os ha gustado, compartirlo con la familia y los amigos.
Gracias.
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