Medio otoño y un
invierno con Dulcinea
12 – Sorpresa tras
sorpresa
Anochece muy
pronto, mi apartamento es una locura de ruidos, ladridos y palabras a todo
volumen. Marutxi –que ha subido el volumen de la tele- habla por teléfono con
una de sus hijas, le dice que yo duermo tranquilamente y que ella ha estado
sola en casa toda la mañana, que no ha comido casi nada ni ha tomado las
medicinas desde que estuvo en el hospital.
Saco a la perrita
de paseo y aprovecho para llamar a mi madre.
-Hola nena, ¿cómo
estáis?
-Mal. La abuela me
va a volver loca, es egoísta y caprichosa y le está diciendo a tu hermana
pequeña un montón de mentiras, tantas, que he tenido que salir de casa para no
llamarle la atención y decirle dos cosas bien dichas.
-Ten un poco de
paciencia, hija, mi madre es muy mayor y ha pasado una operación muy delicada.
Solo quiere que le hagan caso y la mimen.
Le cuento, paso por
paso todo lo que ha ido haciendo en las horas que lleva conmigo en casa –poco
más de dos días- y no le queda más remedio que echarse a reír.
-Mientras hemos
estado en el hospital no se ha comportado así. No sé qué le pasa pero parece
que todo lo que hace es para enfadarme.
-Ten paciencia,
hija. Yo miraré si encuentro una silla de ruedas con motor para que no os
tengáis que dar la paliza cada vez que salís de casa a pasear. Ya queda poco
para el viernes, vas a descansar todo el fin de semana, que bien ganado lo
tienes, si no fuera por ti no sé qué habría sido de nosotras, todas trabajando,
con deudas y sin más días libres para pedir…
-No lo pienses,
madre. Todo tiene que mejorar, en cuanto empiece la rehabilitación y pueda
caminar con el bastón estará de mejor humor. Mira, en vez de comprar la silla,
a ver si hay la opción de alquilarla por semanas porque en cuanto no la
necesite va a ser un trasto más en casa.
-Tienes razón, otra
cosa, ¿desde qué teléfono estaba hablando mi madre con mi hermana?
-Desde el fijo.
-¿De un fijo a un
móvil?, te van a costar un dineral esas llamadas, ya le puedes decir que no lo
haga así, que para algo le hemos regalado un móvil que pagamos entre todas las
hijas.
Me despido de mi
madre con la sensación de que Marutxi va a seguir haciendo lo que le dé la
gana. Llamo a Santi y comunica, la perrita ya ha hecho sus necesidades y el
viento empieza a soplar frío y fuerte, parece que está a punto de cambiar el
tiempo.
Cuando vuelvo a
casa la perrita corre hacia mi abuela que la acaricia la cabeza con una mano
mientras con la otra sigue sujetando el teléfono fijo. ¡Lleva más de una hora
hablando!, no quiero ni pensar en la factura de este mes, sin pensarlo voy
hacia ella, le quito el teléfono y lo cuelgo.
-Abuela, no puedes
usar tanto tiempo el teléfono fijo para llamar a móviles, no puedo pagarlo.
-Solo he estado un
momentito, el momento que tú has salido a pasear a esta preciosidad que es la
única que me quiere y me mima en esta casa.
Le oigo hablar con la perrita y quejarse mientras
estoy en la cocina preparando una tortilla de patatas para cenar, no voy a
entrar en su juego porque podríamos terminar enfadándonos, mientras se hacen
las patatas pongo un poco de agua caliente en el fondo de la bañera para duchar
a Marutxi y que no se le enfríen los pies, saco su pijama de debajo de la
almohada y noto que huele a pipí, lo cambio por uno limpio y reviso la cama.
También está mojada, la seco con una toalla y limpio con una esponja empapada en
agua y jabón. Vuelvo a secar la cama y busco una funda para el colchón porque
si estos escapes se repiten voy a tener que tirarlo en dos semanas.
-Marutxi, ¿se te ha escapado esta noche el pipí?
-¡No, hija, qué cosas dices!, ha debido ser la
perrita o la gata.
-Si has sido tú, dímelo y te pondré un paquete para
dormir.
-Eso solo lo hacen los viejos. Ya te avisaré cuando
lo sea.
-Anda, vamos a la ducha, que te voy a poner guapa,
pero antes tengo que apagar el fuego.
Me encanta su piel, es suave y blanca y siempre
huele a colonia de bebé y polvos de talco. Hoy no protesta mientras le lavo, es
más diría que lo está deseando. Su ropa también huele a pis, se lo digo y me
contesta que se habrá sentado en algún sitio sucio. Quiere vestirse para cenar,
no quiere estar en pijama en casa, por no discutir saco una falda tableada
marrón, una camisa de color crudo y una chaqueta de lana con dibujos que me
hace sacar del armario. Está muy contenta y quiere que le peine bien y que le
pinte una raya en los ojos y le dé color suave en los labios. No me cuesta nada
hacerlo. Mientras termino de hacer la tortilla ella se sienta a ver las
noticias con el volumen un poco más bajo de lo habitual. Menos mal, parece que
la convivencia puede mejorar.
Estoy poniendo la mesa cuando suena el timbre de la
puerta, ¿quién será a estas horas? Quizás mi madre que viene a llamarle la
atención a la suya.
Abro la puerta y cual no es mi sorpresa cuando veo,
llenando toda la entrada, el cuerpo robusto de Vicente, acompañado por dos
ramos de flores y una bolsa que contiene vino y dulces. Me quedo con ello en la
mano sin saber qué decir mientras una vocecita melosa, desde el salón, nos dice
que entremos, que hace frío.
P.D. Dedicado a todos los que se han quedado alguna
vez sin saber cómo reaccionar ante una situación inesperada. Muchas gracias por
leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de
Muñozguren.
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