Medio otoño y un
invierno con Dulcinea
17 –Comiendo en el
Mar y Cielo
Cuando salgo del
baño, recién pintada y perfumada oigo como se cierra la puerta a la vez que mi
abuela dice bien alto: “Hasta luego preciosa. No me esperes a comer, creo que
no volveré muy tarde”.
Estoy atónita; me
han dejado plantada. Veo por la ventana de la habitación como se aleja el coche
y me siento en el sofá con la boca abierta. Suena mi móvil, estoy a punto de no
cogerlo pensando en que pueda ser mi amigovio. No tengo ganas de hablar con
nadie pero al ver el nombre de Vicente me asusto y contesto enseguida. Espero
que no le haya pasado nada a Marutxi que se ha ido con dos perfectos
desconocidos que no se ni en dónde viven.
-Jovencita, no me
gusta nada que me dejen plantado, mi hijo ha venido a propósito para hacerte la
comida más agradable y tú nos das plantón –me suelta a bocajarro, sin dejarme
ni darle los buenos días. Eso me cabrea.
-Mira Vicente, eres
tú el que me has dejado con un palmo de narices en casa.
-Marutxi me ha
dicho que te habías ido.
-Ella es la que se
ha ido, yo estaba en el baño arreglándome cuando os habéis marchado.
-Ya me extrañaba,
hemos debido entenderla mal. Perdona, ahora mismo damos la vuelta y vamos a recogerte.
Estoy cerrando la
puerta cuando llegan a mi altura, los dos hombres bajan del coche mientras
Marutxi me mira con cara de pocos amigos desde el asiento delantero del
vehículo.
-Dulcinea, este es
mi hijo Vicente, los amigos y la familia le llamamos Tito.
-Un placer
conocerte.
-Creo que no hemos
entendido bien a Marutxi.
-Seguramente.
Nos montamos en el
coche y enseguida llegamos al hotel, es el más majestuoso de la zona, el que se
ve desde la terraza de mi apartamento, aparcamos junto a la puerta de entrada,
en el jardín. Marutxi me mira enfadada y casi me ordena que me vaya a darle
conversación a “ese joven”.
Ha bajado mucho la
temperatura desde que se desató el temporal hace dos días, queremos comer en la
terraza pero tememos que mi abuela se ponga enferma, en cuanto elegimos mesa en
el comedor interior nos hace levantar
diciendo que a ella en donde le apetece comer es en la terraza junto al mar.
Los camareros nos miran disimulando su contrariedad y trasladan todas las copas
hasta la nueva mesa junto a la que ponen una estufa de terraza que nos da una
sombra de calor muy agradable; poco después nos traen unas mantas suaves para
ponernos sobre las rodillas. Es agradable el lugar y la vista es espectacular,
como la que se ve desde mi apartamento pero sin árboles por en medio, ni casas,
ni carretera. Mas en primera línea seria estar con los pies a remojo en el mar
que tenemos plácido y transparente a pocos pasos.
Pedimos un
aperitivo y ojeamos la carta del restaurante, los precios me asustan, con lo
que vale un plato aquí puedo comer una semana en casa; me decido por un pescado
de la zona. Marutxi pide lo más caro de la carta y por más que insisto en que
no le va a gustar y que cambie de plato, más se empeña en decir que es eso lo
que le apetece. Vicente pide lo mismo que ella y Tito lo mismo que yo. Tito
resulta ser un hombre agradable y divertido con el que acabo riendo y charlando
a los pocos minutos. Marutxi y Vicente hacen lo mismo animadas sus mejillas por
el color que nos dibuja el sol y el vino.
Cuando vamos a
pedir el postre y el café viene el repostero jefe a saludarnos, ¡Es Nacho!, el
marido de María del Fin, el que casi se suicida el verano pasado en los
acantilados que vemos en frente. Suerte que un árbol y una cueva frenaron su
caída. Nos saludamos con cariño y se lo presento a todos. Poco después él mismo
trae una bandeja con un surtido de todas sus especialidades. Da pena tocarlas y
al hacerlo es casi imposible no repetir. Marutxi está comiendo –y bebiendo-
demasiado, pero basta que le diga que le va a sentar mal para que insista en
probarlo todo. Vicente y ella hablan y ríen agarrados de la mano y mirándose a
los ojos; Tito y yo nos contamos la vida que llevamos, él ha terminado las
carreras de derecho y de empresariales y trabaja en una de las empresas de su
padre y yo le digo que he terminado mi carrera de psicología y estoy estudiando
historia y cuidando a mi abuela hasta que se recupere de la intervención de
cadera, ya que no hay nadie en la familia que pueda dejar su trabajo para
hacerlo. A Tito le parece dulce y tierna mi abuela, a mí no y nos reímos con
sus ocurrencias. No recuerdo haber vivido una sobremesa tan agradable nunca. Me
encantan los ojos de Tito y su sonrisa. Santi llama y no le contesto. El mar
lame la orilla de la playa que aún está llena de algas, hasta aquí nos llega el
olor, intenso y agradable.
P.D. Dedicado a
todos los que han disfrutado de una comida especial en un lugar único. Muchas
gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo. Amaya Puente de
Muñozguren.
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