Medio otoño y un
invierno con Dulcinea
16- Sin viento
Toda la noche ha
soplado un fuerte viento que aullaba en la chimenea y metía el humo dentro del
salón mientras los cristales golpeaban y se oían rodar macetas en las terrazas
de los vecinos. Un perro ha estado aullando y ladrando toda la noche y la luna,
llena y suavemente dorada, ha dejado un camino sobre las olas que no han dejado
de saltar. Al amanecer el viento se ha calmado.
Cuando Nieves se ha
levantado yo ya había recogido el sofá cama y tenía el café preparado. Hemos
desayunado en la terraza mirando el mar y la cantidad de algas que han llegado
hasta el paseo y el mirador.
-
Buenos
días madre, ¿qué tal la charla con la abuela?
-
Fantástica,
no me dio ni las buenas noches, eso sí, consiguió que Vicente no me acompañara
a casa.
-
Es
la leche.
-
Sí.
Se las sabe todas. Bueno, me voy a trabajar que desde aquí no sé cuánto va a
tardar el autobús.
-
¿Quieres
que te lleve?, es un momento.
-
No,
que si se despierta la abuela y ve que la hemos dejado sola es capaz de salir a
la calle y montar un número de los suyos. El próximo fin de semana lo tengo
libre y vendré a relevarte, si quieres te puedes quedar, tranquila, en mi casa,
con Santi, si os apetece.
-
Ya
veremos, mamá, aún es pronto para hacer planes.
Nos despedimos en la esquina, la perrita se quiere
ir con mi madre y la gata le mira desde encima del capó de un coche. Hace mucho
frío, cuando vuelvo a casa noto el fuerte olor a leña quemada y oigo los
ronquidos de Marutxi que no se ha enterado de nada.
En pocos minutos está el apartamento recogido y
limpio. La perra y la gata duermen en el sofá, debajo de una manta mientras yo
ventilo la casa y me tomo una infusión mirando al mar. El teléfono de Marutxi
está en carga cerca del microondas, suena y contesto enseguida para que nada ni
nadie despierte a mi abuela; es Vicente, nos quiere invitar a comer hoy, a las
dos en el Hotel Mar y Cielo, que está muy cerca de casa. Me da la enhorabuena
por la cena de la noche pasada y, como sin querer, me pide el número de
teléfono de Nieves, eso si, me pide que no se lo diga a Marutxi. Va a ser
nuestro secreto.
Recojo la ropa tendida mientras pienso que quizás
tendría que haber puesto una excusa para no ir a comer pero si lo hago, y se
entera mi abuela, me puede liar una bien gorda; tampoco me parece bien dejarles
solos tan pronto, además, hay algo que no veo claro en Vicente, es como si
quisiera jugar a dos cartas, si no, no se entiende el porqué de tanto secreto
para pedirme el teléfono de mi madre. Solo es un nuevo amigo, no tengo que
inventar historias, el tiempo pondrá todo en su lugar.
Leo el periódico en el ordenador y reviso las
ofertas de trabajo. No hay ni una noticia buena ni un empleo que merezca la
pena. Tengo que sacar la basura antes de que pase el camión, ayer se nos olvidó
y esta mañana –cuando he acompañado a mi madre- ni me he acordado. En la calle
encuentro a Javier, el vecino que va con su hijo mayor, nos saludamos, le doy
las gracias por cuidar a mis mascotas y quedamos que pasará por la tarde para
que le pague lo que le debo por el trabajo de atenderlas; el padre me pregunta
que si tengo tiempo libre para darle a su hijo unas cuantas horas de repaso por
las tardes porque empieza a ir retrasado en unas asignaturas. Hablaremos esta
tarde, cuando vuelvan del colegio. Se les hace tarde.
Entro en casa y encuentro la cafetera escupiendo
café a borbotones, la tele a todo volumen y la radio en el baño –en el que está
Marutxi- escupiendo noticias a gritos. Se acabó la paz. La perrita se esconde
debajo de una manta en el sofá y la gata desaparece en la habitación. Esta vez
la cama está seca y todo ordenado.
Marutxi se ha levantado enigmática, solo me ha dado
los buenos días con un beso de refilón y hemos tomado un café en silencio en la
terraza, mirando el mar. Su teléfono móvil no está en donde lo dejé cargando y
ella no dice nada. Yo tampoco, aún quedan horas para poder hablar y decirle que
Vicente nos ha invitado a comer.
Retomo los libros y veo como Marutxi pasa una y otra
vez hacia el baño con una ropa distinta, me imagino que en el espejo del baño,
que cubre toda la puerta, se ve mejor que en el de la habitación. Más tarde se
me acerca, misteriosa y con un pañal en la mano y me pide que le enseñe a
ponérselo bien. El reloj marca la una y media, me peino y pinto la raya de los
ojos y en ese momento suena el timbre de la puerta. Por la ventana del baño veo
un coche que espera, el conductor es un chico muy apuesto, más o menos de mi
edad.
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