jueves, 11 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 16- Sin viento

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
16- Sin viento
Toda la noche ha soplado un fuerte viento que aullaba en la chimenea y metía el humo dentro del salón mientras los cristales golpeaban y se oían rodar macetas en las terrazas de los vecinos. Un perro ha estado aullando y ladrando toda la noche y la luna, llena y suavemente dorada, ha dejado un camino sobre las olas que no han dejado de saltar. Al amanecer el viento se ha calmado.
Cuando Nieves se ha levantado yo ya había recogido el sofá cama y tenía el café preparado. Hemos desayunado en la terraza mirando el mar y la cantidad de algas que han llegado hasta el paseo y el mirador.
-       Buenos días madre, ¿qué tal la charla con la abuela?
-       Fantástica, no me dio ni las buenas noches, eso sí, consiguió que Vicente no me acompañara a casa.
-       Es la leche.
-       Sí. Se las sabe todas. Bueno, me voy a trabajar que desde aquí no sé cuánto va a tardar el autobús.
-       ¿Quieres que te lleve?, es un momento.
-       No, que si se despierta la abuela y ve que la hemos dejado sola es capaz de salir a la calle y montar un número de los suyos. El próximo fin de semana lo tengo libre y vendré a relevarte, si quieres te puedes quedar, tranquila, en mi casa, con Santi, si os apetece.
-       Ya veremos, mamá, aún es pronto para hacer planes.
Nos despedimos en la esquina, la perrita se quiere ir con mi madre y la gata le mira desde encima del capó de un coche. Hace mucho frío, cuando vuelvo a casa noto el fuerte olor a leña quemada y oigo los ronquidos de Marutxi que no se ha enterado de nada.
En pocos minutos está el apartamento recogido y limpio. La perra y la gata duermen en el sofá, debajo de una manta mientras yo ventilo la casa y me tomo una infusión mirando al mar. El teléfono de Marutxi está en carga cerca del microondas, suena y contesto enseguida para que nada ni nadie despierte a mi abuela; es Vicente, nos quiere invitar a comer hoy, a las dos en el Hotel Mar y Cielo, que está muy cerca de casa. Me da la enhorabuena por la cena de la noche pasada y, como sin querer, me pide el número de teléfono de Nieves, eso si, me pide que no se lo diga a Marutxi. Va a ser nuestro secreto.
Recojo la ropa tendida mientras pienso que quizás tendría que haber puesto una excusa para no ir a comer pero si lo hago, y se entera mi abuela, me puede liar una bien gorda; tampoco me parece bien dejarles solos tan pronto, además, hay algo que no veo claro en Vicente, es como si quisiera jugar a dos cartas, si no, no se entiende el porqué de tanto secreto para pedirme el teléfono de mi madre. Solo es un nuevo amigo, no tengo que inventar historias, el tiempo pondrá todo en su lugar.
Leo el periódico en el ordenador y reviso las ofertas de trabajo. No hay ni una noticia buena ni un empleo que merezca la pena. Tengo que sacar la basura antes de que pase el camión, ayer se nos olvidó y esta mañana –cuando he acompañado a mi madre- ni me he acordado. En la calle encuentro a Javier, el vecino que va con su hijo mayor, nos saludamos, le doy las gracias por cuidar a mis mascotas y quedamos que pasará por la tarde para que le pague lo que le debo por el trabajo de atenderlas; el padre me pregunta que si tengo tiempo libre para darle a su hijo unas cuantas horas de repaso por las tardes porque empieza a ir retrasado en unas asignaturas. Hablaremos esta tarde, cuando vuelvan del colegio. Se les hace tarde.
Entro en casa y encuentro la cafetera escupiendo café a borbotones, la tele a todo volumen y la radio en el baño –en el que está Marutxi- escupiendo noticias a gritos. Se acabó la paz. La perrita se esconde debajo de una manta en el sofá y la gata desaparece en la habitación. Esta vez la cama está seca y todo ordenado. 
Marutxi se ha levantado enigmática, solo me ha dado los buenos días con un beso de refilón y hemos tomado un café en silencio en la terraza, mirando el mar. Su teléfono móvil no está en donde lo dejé cargando y ella no dice nada. Yo tampoco, aún quedan horas para poder hablar y decirle que Vicente nos ha invitado a comer.

Retomo los libros y veo como Marutxi pasa una y otra vez hacia el baño con una ropa distinta, me imagino que en el espejo del baño, que cubre toda la puerta, se ve mejor que en el de la habitación. Más tarde se me acerca, misteriosa y con un pañal en la mano y me pide que le enseñe a ponérselo bien. El reloj marca la una y media, me peino y pinto la raya de los ojos y en ese momento suena el timbre de la puerta. Por la ventana del baño veo un coche que espera, el conductor es un chico muy apuesto, más o menos de mi edad.

 P.D. Dedicado a todos los que en alguna ocasión se les ha quedado cara de tontos ante las estrategias de un mayor. Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Amaya Puente de Muñozguren.

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