Medio otoño y un
invierno con Dulcinea
7- Volver a casa
Parece que no he conducido en la vida, el coche de
mi madre da saltos, se me cala, no tiene fuerza en las cuestas y parece que
teme entrar en las curvas, eso sí, tiene los cristales limpios y el depósito
lleno, pero la señal de falta de aceite está encendida desde que he puesto la
llave en el contacto. Marutxi mira por la ventanilla, está triste por la
discusión que ha tenido con su hija –mi madre-. Insiste en que es capaz de
subir y bajar cada día cuatro pisos con el andador. No me atrevo a recordarle
lo que pasó ayer en las escaleras de su casa, si no llega a ser por los vecinos
que la ayudaron a subir, aún estaríamos intentándolo. En vez de enfadarla más,
saco la conversación del detalle que ha tenido, Vicente, al bajar del taxi para
besarle la mano, ella se la mira como si pudiese ver el beso estampado en ella
y sonríe, a partir de este momento le vuelven la sonrisa y las ganas de hablar,
aunque dice que no le apetece salir con viejos. Tengo que mirar hacia el otro
lado para que no me vea sonreír.
Por suerte hay sitio para aparcar en mi calle, justo
delante de la puerta de entrada al bloque de apartamentos. Oigo ladrar a mi
perrita y veo que la gata está sobre el muro de la casa del vecino que las ha
cuidado todas estas semanas. Lo primero que hago es acompañar a Marutxi a su
nueva residencia, cruzamos el jardín comunitario, la piscina está vacía y ya no
hay hamacas y sombrillas; el portero las ha debido guardar, tengo que hablar
con él para que deje fuera una silla y
una mesa para que mi abuela se pueda sentar al sol. Entramos en casa, huele
bien y me reciben mis niñas con ladridos y maullidos; dejo a las tres en el
sofá mientras vuelvo al coche para recoger el equipaje. Tengo que hacer dos
viajes. Dejo las maletas de mi abuela dentro de mi dormitorio, que es en donde
se va a quedar y saco unas cuantas prendas del armario para dejarlas en el
armario del pasillo y poderme vestir si ella duerme. Le enseño el apartamento -poco
hay que enseñar-, una habitación, un salón comedor, una cocina, un baño
completo y una terraza que da al mar. Mi abuela no deja de repetir: ¡qué
bonito, hija, que bonito!
Por fin estamos en casa, mis animalitos están bien,
se alegran al verme, juegan y saltan por el apartamento. Tienen agua y comida
en los comederos y se las ve bien de salud, el hijo del vecino las ha cuidado
bien, tengo que ir a verle para darle las gracias y pagarle lo acordado.
Nos tomamos un café en la terraza, acompañadas por
los mimos de la gata y la perra que están contentas de vernos, al cabo de un
rato se suben al sofá y se duermen mientras mi abuela no se cansa de ver el mar
y de alabar la buena temperatura que tenemos y las vistas espectaculares de las
que podemos disfrutar. Le hablo de la playa, que se entrevé detrás de los pinos
y le cuento anécdotas del verano pasado, se asombra al saber que la casa de
verano del rey está tan cerca y quiere ir a ver “mi playa” en cuanto descanse
un poco. Nos quedamos absortas mirando el mar y acariciando a mis “niñas”.
Cuando regreso de dejar las tazas del café en el fregadero veo que, Marutxi, se
ha quedado dormida en la silla con la perrita sobre su regazo; les pongo una
manta y voy a deshacer las maletas y a hacer hueco en el armario para colocarle
la ropa. Es un buen momento para revisar mi vestuario y tirar unas cuantas
prendas que hace más de dos años que no me pongo, ese es el tiempo que llevo
intentando quitarme estos cuatro kilos de más que no hay forma de perder. La
gata me vigila desde la cama mientras el resto de la casa se mantiene en calma,
es la primera vez que estoy en silencio, de día y con mi abuela cerca. La
experiencia de estar junto a mi abuela en el hospital ha sido dura, pero no sé
por qué, me temo que ahora empieza lo peor. Espero poder superarlo.
P.D. Dedicado a todas esas personas que la vida hace
valientes y capaces de todo, a fuerza de necesidad. Muchas gracias por leerme.
Obra con todos los derechos reservados. Si os ha gustado, compartirlo con la
familia y amigos. Gracias. Amaya Puente de Muñozguren.
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