sábado, 29 de noviembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 6-En el Paseo Marítimo

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
6- En el Paseo Marítimo
El aeropuerto queda atrás en pocos minutos. Es un placer poderme quitar la chaqueta y tener las manos libres. Escucho la conversación de Marutxi y Nieves –mi abuela y mi madre-, se ponen al día en todos los cotilleos del barrio y de la familia. Más tarde, Marutxi, aprovecha para quejarse de la forma en la que la han tratado sus hijas. No le sirve la excusa de que tienen trabajo, se queja de que han ido poco a verla, de que no le han querido teñir el pelo y de que siempre se olvidaban de llevarle colonia, y algún pastel, cuando iban a verla al hospital.
Hemos entrado en la ciudad por el Paseo Marítimo, estamos paradas en el semáforo que hay delante de la catedral, a nuestro lado, en el otro carril, hay un taxi y delante, la cola suficiente como para que no pasemos en el tiempo que tarda en abrirse dos veces el semáforo, por lo menos. Es la hora de salir del trabajo. Alguien me saluda desde el asiento de atrás del taxi, le devuelvo el saludo sin fijarme en quién es mientras escucho los comentarios de mi madre y mi abuela como si fueran el rumor del mar.
-Abu,…Marutxi, mira, te saludan desde ese taxi. Es Vicente. Te está saludando otra vez.
En este momento Vicente baja del taxi, se acerca a la ventanilla en la que, Marutxi, tiene apoyado el brazo, le coge la mano y se la besa con ternura. Luego vuelve a su taxi y comienza una tanda de saludos y más saludos, de coche a coche, hasta que, por fin, nosotras torcemos hacia la derecha mientras el taxi sigue hacia el Club de Mar. Paramos en un restaurante al lado de casa de mi madre, en el que ha reservado mesa con vistas al mar, para celebrar la llegada de su madre. La abuela quiere ir a casa a descansar y no entiende como no puede subir cuatro pisos y quedarse en casa de su hija mayor, como ha hecho siempre. La comida resulta ser una discusión continua porque madre e hija no se ponen de acuerdo. La abuela jura y vuelve a jurar que ella puede subir y bajar cuatro pisos cada día. Mi madre insiste en que ella tiene turnos malos en el hospital y guardias un fin de semana si, y otro también, y no puede hacerse cargo de atenderla. Intenta explicarle, que si se queda en su casa, va a estar sola casi todo el día ya que trabaja en la consulta del doctor Martínez todas las tardes, al terminar su turno en el hospital. Hay que pagar la hipoteca y ayudar a su hija, (a mí), pero la abuela no lo entiende ni quiere entenderlo.
-       Ya veo que los viejos molestamos en todas partes, me tendría que haber quedado en mi casa y pedirle a una vecina que me ayude –dice, Marutxi, a voz en grito-.
Todos los comensales del local han dejado de hablar y nos miran con curiosidad. Nuestra comida se está enfriando mientras seguimos intentando convencer a mi abuela de que en el mejor lugar en el que se puede recuperar es en mi apartamento: no tiene escaleras, está cerca de la playa, tiene un bonito paseo y hay bares, biblioteca, farmacia, consultorio médico y tiendas en los alrededores. No me conozco cuando doy un manotazo en la mesa y digo, con voz más alta de lo que debiera: “abuela, vas a venir a vivir conmigo, quieras o no quieras, hasta que puedas caminar sin el andador. Después ya hablaremos. Se ha terminado la discusión”.
Los clientes del restaurante retoman sus conversaciones después de estar unos segundos en silencio, mirándonos, que se me hacen eternos. Marutxi, llora en silencio, mi madre también.
-Nena, quédate mi coche, yo iré a trabajar en autobús, solo son dos paradas hasta el hospital, seis hasta la consulta y diez hasta tu apartamento. Te va a hacer falta para llevar a la abuela al médico, sacarla de paseo y hacer la compra. Aquí tienes algo de dinero para los primeros gastos. Os llamaré cada noche. Lo siento, mamá, siento que la fiesta de bienvenida, que te había preparado con todo mi cariño, se haya convertido en un mal recuerdo. Espero que entiendas por qué lo hacemos así.
Antes de que mi abuela conteste, salimos del restaurante y nos despedimos. Todas estamos de mal humor. Mi madre me da las llaves del coche y dos besos, intenta besar a su madre y esta esquiva su cara mientras frunce el ceño. La veo alejarse hacia su casa, cabizbaja. Esta reunión familiar no tendría por qué haber terminado tan mal, me consta que a las dos les duele el haber llegado a esta situación. Es hora de volver a mi casa.


P.D. Dedicado a todos los que han tenido discusiones familiares incomprensibles, que les han dejado un amargo sabor de boca. Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Si os ha gustado compartirlo con la familia y amigos. Gracias. Amaya Puente de Muñozguren. 

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