21- Medio otoño y
un invierno con Dulcinea
Montando el árbol y
el Belén
Despierto con ganas
de ir al baño, es medianoche y hace frio porque he dejado la ventana de la
cocina abierta para que se secara el suelo, mis mascotas duermen sobre mí y les
molesta que me levante. Enciendo la chimenea y llevo, dormida, a Marutxi, hasta
el inodoro; tengo que insistir en que haga pipí, (hasta llego a amenazarla con
no acompañarla a la cama hasta que no lo haga y con ponerle un paquete), nada
más oír esa palabra se le suelta el esfínter, se levanta, adormilada, y la
llevo a la habitación, a pasitos cortos, dejando que apoye su cabeza dorada en
mí hombro. La oigo roncar en el momento en el que conecto la manta eléctrica
sobre el edredón de su cama –no me fio de la electricidad en contacto con los
escapes líquidos incontrolados de mi abuela-.
Mientras enciendo
la chimenea dejo que la perrita, seguida por la gata, salga al pequeño jardín
para que hagan sus necesidades en la bandeja de plástico con arena que tienen
bajo el ficus benjamín.
Abro el sofá cama y saco una manta del armario. Ha
bajado tanto la temperatura que dentro de la casa me sale vapor de la boca al respirar.
Cuando vuelven mis peluditas ya hay una buena hoguera en la chimenea, entorno
la puerta del cuarto de Marutxi para que entre el calor, cierro la puerta de la
calle y nos volvemos a acostar las tres juntas, dándonos calor y así nos
dormimos.
Es el primer día que vemos amanecer las cuatro
juntas en la terraza, tomando un desayuno a medida de cada una: Marutxi sin
azúcar, yo con azúcar moreno, la perrita atragantándose con lo que le damos y
la gatita lamiendo con calma un trozo de jamón de york que disfruta de comer a
bocaditos. Cuatro hembras viendo el sol levantarse entre el mar y las montañas
que dan al acantilado lejano, difuminado entre la bruma; al final de todas las
playas que forman el arco de la bahía.
-Marutxi, te vas a enfriar. Ya ha empezado el
invierno y la temperatura es muy baja.
- Esta bata es muy caliente y llevo calcetines
gruesos.
-Sí, lo sé, te los puse yo. Vamos a entrar, el aire
es frío.
Marutxi –en su afán de llevarle la contraria a todo
el mundo- se apalanca en el sofá de la terraza y cierra los ojos al sol
mientras la gatita se tumba en su regazo y ella, como sin querer, le acaricia
la cabeza. A los pocos minutos mi abuela empieza con una serie de estornudos
que parece que no van a terminar nunca.
-Hija, hace semanas que ha comenzado el Adviento (de
hecho está a punto de terminar) y aún no hemos adornado la casa para recibir al
niño Dios.
-Tienes razón, Marutxi, si entras en casa y dejas
que te vista, te prometo que saco el Belén y el árbol y lo montamos entre las
dos.
Con el
andador se mueve con soltura por toda la casa, va al aseo y deja que la vista
sin poner resistencia. Hoy toca falda de tablas gris y camiseta y jersey grueso
de lana en tono crudo. Su pelo es como hilos de seda que moldeo a mi gusto con
el cepillo.
Me espera
sentada en el sofá mientras voy al trastero y traigo las dos cajas con los
adornos de Navidad. Pongo el árbol delante de ella y lo voy montando, solo son
tres piezas y la base; en pocos minutos Marutxi lo tiene delante, se queja de
que no sea natural y me habla del olor de los abetos de su tierra y de la
fiesta que hacían cuando iba toda la familia al bosque, del caserío familiar, a
buscar uno para adornar la casa. Sus palabras me traen el olor a musgo, a
tierra mojada y a abeto recién cortado. El plástico no huele a nada, pero es
verde y bonito. Le dejo la caja con las bolas de colores a su lado, en el sofá,
y comienzo con las labores de la casa mientras ella adorna el árbol y canta
villancicos de cuando era pequeña, algunos en un idioma extraño y otros que me
traen recuerdos de mi infancia.
Cuando vuelvo a su lado están las tres ramas de la
parte baja del árbol llenas de bolas doradas y rojas mientras las ramas
superiores siguen sin adornos.
-Marutxi, ahora te toca montar el Belén sobre esta
mesa de camping, espera que pongo el mantel de arpillera y ya puedes ir
colocando las figuritas que están en esta caja. Luego terminaré de adornar la
parte de arriba del árbol.
Mientras barro y friego la casa la oigo cantar
villancicos, el sol entra en el salón y forma sobre su cuerpo un halo dorado,
casi mágico, mientras su voz canta, uno tras otro, todos los villancicos de su
infancia, adornados, a veces, con estornudos inoportunos que despiertan a la
gata que duerme sobre la mesa del salón, frente a la chimenea encendida.
P.D. Dedicado a todos los que han apreciado los
villancicos y los adornos navideños a pesar de no gustarles mucho esas fiestas.
Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario y feliz 2015.
Amaya Puente de Muñozguren.
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