Medio
otoño y un invierno con Dulcinea
23 Una
visita urgente al taller
Durante
el trayecto desde el centro comercial hasta casa no hemos dicho ni una palabra;
Marutxi sigue mirando por la ventana y hace como que llora, a veces –muy
bajito- , dice: “mala, más que mala”, se
sorbe los mocos y se tira un par de ventosidades.
En la
puerta nos espera mi madre, que acaba de terminar el turno en el hospital y
viene cargada con una maleta y varias bandejas con comida. Menos mal.
-Hola
madre, hola hija –nos saluda sonriente y cariñosa- ¡Menuda cara de enfadadas
que traéis!
-Es por
culpa de tu madre –digo.
-Es por
culpa de tu hija –dice Marutxi.
-Mamá,
hueles muy mal, ¿no te habrás hecho caca?
-Sí,
pero la culpa la tiene esa hija mala y descastada que tienes.
- Ven conmigo
que te voy a lavar y a cambiar.
-Sí,
cámbiala por una abuela buena y normalita, mientras yo llevo la compra a casa y
voy al taller. Luego te lo explico.
Marutxi,
me saca la lengua y yo estoy a punto de hacer lo mismo, pero me contengo.
Es un
relax ir sola en el coche, por muy mal que huela, abro las ventanillas, pongo
música y canto a todo pulmón hasta que llego al taller que hay pegado a la
gasolinera - parece que están a punto de cerrar- tengo que usar todas mis armas de nieta
preocupada para que acepten limitar la velocidad del carrito de mi abuela. En
menos de media hora está lista, eso sí, se lo cobran bien. Los dos hermanos
alemanes, dueños del taller, me desean felices fiestas y dicen adiós con la
mano mientras cierran el negocio. En el aparcamiento que hay junto a la
gasolinera pruebo la silla de ruedas y disfruto de dar vueltas entre las plazas
vacías y los árboles que ya casi no tienen hojas. No me extraña que a Marutxi
le guste dar gas, es divertido y cómodo, pero, aunque lo sea, no le perdono lo
mal que se ha portado hoy.
Desde
la calle oigo las voces, madre e hija están discutiendo por la ropa que hay que
lavar, mi madre todo lo ve sucio y mi abuela todo lo ve limpio “aunque un poco
sobado”
-Y
cagado, madre, que se te ha escapado todo por los lados. Digas lo que digas voy
a lavarte toda esta ropa. Tienes ropa de sobra para ponerte.
-Eres
tan mala como tu hija, me maltratáis. No me dejáis ponerme lo que yo quiero, ni
me acompañáis al retrete ni me dais de comer y tengo que tomarme esto a la fuerza
–dice, enseñando una tableta de chocolate de fundir a la que le falta la mitad-.
-¿No me
digas que mi hija te ha dado eso para comer?
-Sí. Me
ha obligado a comerlo y eso que está muy duro…y no me gusta.
En la
terraza –mientras Marutxi ve su programa de cotilleos favorito- pongo al día a
mi madre de todo lo que ha pasado en el centro comercial y ella me pregunta por
el chocolate que estaba comiendo su madre.
-¿Yo?,
¿Cómo le voy a dar chocolate para comer si sé que tiene el azúcar por las
nubes? Ese chocolate era para hacerlo esta noche a la taza y tomarlo con unas
ensaimadas. Esta mujer va a acabar conmigo, mamá. No puedo con ella, siempre se
sale con la suya. He tenido que llevar la silla al taller para que se la
limiten porque si no va a hacer daño a alguien un día de estos.
-No le
digas nada, vamos a ver si se da cuenta. Ya sabes que el chocolate y todo lo
que lleve azúcar, es muy peligroso para ella.
-Lo sé,
mamá, lo sé.
Aprovechando
que Marutxi se ha quedado dormida en el sofá, preparamos la mesa para la cena
de Nochebuena, la dejamos haciéndose en el horno y colocamos los aperitivos en bandejas
dentro de la nevera. Luego hacemos una comida suave, de las que no le gustan a
mi abuela y comemos las tres en la mesa de la cocina, un poco justas y
aguantando las quejas de Marutxi porque no puede ver las noticias de la tele,
hasta que mi madre eleva el volumen de la televisión lo suficiente como para
que lo pueda oír su madre (y todos los vecinos), sin tener que levantarse de la
mesa.
P.D. Dedicado
a todos los que han tenido que cambiar su forma de vivir por tener que
amoldarse a convivir con una persona mayor que necesita cuidados. Todos los
derechos reservados. Gracias por leerme. Un saludo literario. Amaya Puente de
Muñozguren