El cuadro de Mileto
Corría el siglo V
antes de Cristo, en los comienzos de la Grecia Clásica, cuando Mileto
encabezaba a los sublevados de muchas ciudades Jónicas contra el dominio del
Imperio Persa. Todos los pueblos sufrían escasez de alimentos, revueltas y
conflictos internos que hacían que la sensación de inestabilidad y caos
acentuara el hambre de la población poniéndole la guinda del miedo. No quedaba
más remedio que luchar para restaurar un orden y un bienestar hacia tiempo
perdido.
Mileto se había
convertido de la noche a la mañana es un personaje temido, seguido y respetado
por el pueblo, en él veían la solución de todos sus problemas. Tal era la
adoración que profesaban a su arrojo en las batallas y su valor que el pueblo
en pleno decidió hacerle el regalo y el gran honor de regalarle un cuadro pintado por el pintor más famoso del
lugar y alrededores, Agesilao, convencieron al endiosado artista después de
muchas horas de discusiones hasta que llegaron a un acuerdo: Agesilao, el artista
pintor viajaría junto a su mujer Atanasia y su sirvienta Apolonia en la
retaguardia y aprovecharía los descansos entre contienda y contienda para ir
tomando apuntes de los tonos de piel de Mileto y haría varios bocetos hasta
encontrar el que más se ajustara a la personalidad y bravura de tan adorado
héroe.
Así se hizo y durante meses siguieron a Mileto de
contienda en contienda hasta que ya solo quedaba preparar los pigmentos para la
realización de la obra, su ejecución fue mucho más sencilla y rápida que todos
los pasos anteriores sorprendiendo a propios y extraños cuando en un par de
semanas presentaron en sociedad la tan deseada obra.
Entre dos columnas
Jónicas, tapado con una tela de fina seda de tierras lejanas se encontraba la
obra momentos antes de ser descubierta con gestos teatrales por el propio
artista. Agesilao se tomaba su tiempo antes de quitar el velo que la cubría
llenando de alabanzas al famoso guerrero victorioso de tantas batallas que
permanecía estoicamente sentado bajo aquél sol de justicia y aquellas palabras
en exceso pesadas y pegajosas. Por fin, a una orden de Agesilao, Apolonia y
Atanasia, ataviadas con sus mejores galas, aunque dejando bien claro que la
primera era la sirvienta y la segunda la mujer del artista, a pesar de que en
algunos momentos se cambiaran los papeles sin que la legítima lo supiera,
descubrieron lenta y ceremoniosamente la obra provocando un silencio tan sonoro
que hizo que se volvieran inmediatamente para ver porqué todos los presentes
tenían las manos tapando sus bocas escondiendo un grito de espanto.
¡El cuadro estaba
torcido!, era un fiel reflejo de la fortaleza, bravura y belleza del gran
guerrero que representaba, Mileto, pero estaba torcido!, eso era el más negro
de los presagios. Auguraba una muerte cercana y terrible. Todas las personas
allí congregadas fueron ausentándose en silencio, presas de terribles miedos.
Ojos desencajados y mandíbulas que dibujaban muecas de dolor se sucedían ante
el bello retrato que colgaba ladeado.
Agesilao enseguida
se dio cuenta de lo que había pasado, Atanasia, su mujer, en un intento
desesperado de ser más que su criada Apolonia, a la que ya veía como una
auténtica rival con la que no podía competir ni en edad ni en belleza, quiso
hacerse cargo del enmarcado de la obra sin tener en cuenta que debía tomar bien
la medida para que quedara centrado, ella de eso no entendía y, como era de
esperar, lo hizo mal, consiguiendo que el cuadro quedara ladeado sin remedio.
El pueblo, inculto
y supersticioso solo vio en aquél hecho la muerte próxima de su caudillo
temiendo por el futuro seriamente si él no estaba a su lado.
Agesilao vio en
aquél error la fortuna de su futuro y ya que había cobrado una gran suma de
dinero por la obra y su mujer, llena de celos y malos modos con el empezaba a
ser una lata, pensó en la manera de solucionarlo todo a su favor. Se reunió con
Apolonia, la sirvienta, con la excusa de tener que limpiar todos utensilios y
los pigmentos utilizados que ya no iban
a necesitar y, en un momento de intimidad le contó a su amante lo que se le
había ocurrido.
Lo único que ella
tenía que hacer era poner en la cena de la mujer uno de los pigmentos, el más
venenoso, muy bien disimulado entre las especias que sazonaran los manjares
regados por abundante licor de Baco, luego tendría que volver a calibrar el
cuadro para colgarlo bien nivelado y así matarían dos pájaros de un tiro.
Apolonia no cabía en si de gozo, en breve ella seria la señora de la casa,
cumpliéndose así el sueño de su vida.
A la mañana
siguiente un murmullo recorrió la ciudad entera congregando a todas las
personas que en ella residían en la plaza. Entre las dos columnas Jónicas
estaba el cuadro de Mileto bien equilibrado y majestuoso frente al mundo, a sus
pies yacía Atanasia con la lengua hinchada y azul sobresaliéndole de la boca en
un gesto doloroso y burlón acompañado de unos ojos desorbitados que ya solo
miraban al vacío de su propia muerte. Mileto llegó a la plaza abriéndose paso
entre el silencio expectante de la muchedumbre, al ver la escena, comprendiéndola
al momento, no pudo más que sonreír y, haciendo un gesto al artista, le dio a
entender que tendría que hacerle varias obras más en pago a el ingenio que les
había salvado la vida a ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario