Eran
poco más de las siete de la mañana cuando Key llegaba en tren a la estación,
Kobenhavs Hovedbanegard, según ponía en todos los carteles luminosos. Le costó
desenganchar su bicicleta de las veinte más que viajaban en el mismo vagón,
llevarla le haría más fácil los ratos de espera entre disparo y disparo.
Aprovecharía para visitar la ciudad una vez más, estaba tan cerca que era
difícil llegar a ella, siempre los viajes iban más lejos. La capital parecía
accesible en cualquier momento y por eso mismo nunca le había dedicado el
tiempo suficiente, siendo adulto, de niño fue otra cosa. Mandaban los padres.
Iba
a demostrar a todo el mundo su valía como fotógrafo de una gran agencia de
publicidad, si, la de su padre, pero empezaba desde abajo, mandado por todos. O
eso creían ellos, lo cierto es que le encantaba la fotografía y había
conseguido su primer trabajo, veinticuatro instantáneas del mismo lugar para
hacer un montaje para un anuncio, el cliente, era una importante naviera que
tenía su sede junto al río, los grandes creativos de la agencia, el más grande
y más creativo, su santo padre, habían decidido que el edificio de la naviera
no tenía ninguna belleza interior por culpa de una reforma tan drástica que le
había quitado totalmente la personalidad, por lo que habían decidido que lo
mejor era tomar instantáneas desde un puente cercano, cogiendo el reflejo de la
empresa en el río y una visión general de la avenida.
La
estación a esas horas estaba atestada, se le enganchó la mochila en la que
llevaba la cámara y algo de comida que le había metido Pepita, la criada, la
única que le había deseado suerte y le había dado un beso al salir, su madre se
estaba maquillando para salir hacia una ciudad europea en la que se celebraba
un torneo de bridge en el que participaba, por lo menos tuvo tiempo para
decirle que no podía llevarle a la ciudad y que iba hecho un desastre con esos pantalones
vaqueros, de marca, pero llenos de agujeros a juego con una chaqueta, según
ella, igual de horrible. No entendía porqué se pagaba por cosas rotas por muy
de marca que fueran. Lo más cariñoso que le dijo al salir, instalada sobre sus
zapatos de super marca y super tacón, fue que no se olvidara de llevar
preservativos fuera a donde fuera. Key sonreía al recordarlo mientras esquivaba
los cientos de bicicletas atadas en las afueras de la estación, algunas de
ellas, un par de docenas, se habían caído en una esquina, seguramente empujadas
por una fuerte ráfaga de viento, creando una extraña formación arquitectónica
que parecía una escultura moderna. Quizás lo fuera. Salió frente a la parte
trasera del famoso parque de atracciones Tívoli, conocido en todo el mundo y
recordado por él en esos momentos de su infancia en los que aún parecían una
familia feliz ya que el cáncer del éxito y el dinero no había entrado aún a
espuertas en su casa.
Atravesó
el semáforo de Bemstoffsgade, siguió pedaleando por el carril bicis por la
Tietgensgade siguiendo en paralelo junto a otra de las paredes laterales del
Tívoli mientras su chaqueta vaquera de marca aleteaba tras de él como un gran
aplauso hasta llegar al H.C.Andersens Boulevard en donde giró a la derecha en
dirección al puente en Amager Boulevard. Podría haber ido andando ya que no
estaba a más de veinte minutos pero pensaba aprovechar entre disparo y disparo
para dar unas vueltas por la ciudad, acercarse al puerto para comer algo,
comprar un poco de Marihuana o hachís en el barrio libre y marginal de
Cristianía, recordó, con una sonrisa, que le encantaba la bandera del lugar: un
fondo rojo en el que aparecían, en la mitad, tres círculos amarillos. Le
encantaba la idea de una ciudad libre dentro de otra ciudad, lo conocía por
fotos y comentarios de sus amigos pero esta vez no iba a perder la ocasión de
descubrirlo por si mismo aunque fuesen tan absurdos de vender droga en mesitas
en la calle y no te vendieran una cerveza en un bar cercano, según le contaron
entre risas sus amigos del club de golf, el fin de semana anterior.
Poco
antes de llegar al puente se dio cuenta de que había pinchado. Me cago en la
leche, empezamos bien el día. Ató la bici a la barandilla y sacó de la mochila
el dosier del anuncio que tenía que realizar, según las notas la cámara no se
podía mover del sitio para mantener el enfoque. Ya te vale con los creativos de
mierda, qué más dará cinco centímetros más, cinco menos. La culpa seguro que la
tiene mi viejo, el super-creativo. Según estos papelotes no me voy a poder
mover de aquí en todo el día. ¡Trabajo de mierda!, mejor me vuelvo al club y me
hago profesor de tenis o de golf. Me gusta la fotografía, soy bueno, muy bueno
y se lo voy a demostrar a esos dos. No puede ser tan duro. Han pensado en todo
estos creativos, hasta de donde viene la luz, la sombra que da la torreta del
vigía del puente levadizo, pero no han tenido en cuenta que la zona de
elevación del puente comienza justo en donde han colocado la cámara en sus
papeles. No contestan en la agencia, tendré que moverla un poco, quieran o no
quieran, no vaya a ser que se abra el puente y se vaya a tomar por culo la
cámara, el trípode y el disparador. Voy a poner la alarma del teléfono para no
despistarme, mejor hacerlo a horas exactas. Van a dar las ocho.
Primer
disparo. Me gusta el enfoque y el reflejo de la naviera en el río, al fondo
queda la elegante avenida como telón de fondo, la pena es que no pillo esas dos
torres, aquella, retorcida como un pirulí es una preciosidad con sus reflejos
verdes y su aguja dorada, quizás si muevo un poco la pantalla hacia allí. Así
se queda, voy a poner la cámara en la opción de cinco disparos automáticos para
elegir la mejor instantánea, por si acaso. Ya está, perfecto, unos cuantos
ciclistas, niños que van al cole, ejecutivos en sus bicicletas, algunos coches
y el autobús que va al aeropuerto. Recordó a su madre, ¡la muy bruja!, nunca se
había preocupado por él, eso sí, le daba todos los caprichos con tal de no
oírlo.
Segundo
disparo. Cada vez hay más gente, espero que no tropiece nadie con la cámara, no
sé cómo señalizarla y aquella mujer viene totalmente despistada riéndole al
móvil. ¡Señora!. Ya te vale con la despistada, encima me saca la lengua la muy
zorra. Porque no tengo tiempo para discusiones porque sino se iba a enterar la
gilipollas esa. ¿Qué se habrá creído, que la calle es suya?. Tengo hambre, a
ver que me ha puesto Pepita, le tengo que hacer un buen regalo un día de estos,
no basta con darle azotes en el culo y cuatro besitos robados en los pasillos,
porque ella no quiere más, que si por mí fuera…ja,ja, ja, tiene un buen
revolcón la moza. A mí eso de que tenga novio me da igual, ya veré si logro
convencerla. Pero que encanto de mujer, me ha puesto de todo, termo con café,
galletas, bocadillos, agua…vaya!, se ha olvidado de los preservativos. Ja, ja
,ja.
Tercer
disparo. Suerte voy a tener si no me tiran la cámara, ¿es que no hay más
puentes en la ciudad?, ale, bicis, coches, ambulancias, sirenas, es la ciudad
de “la sirenita”, pero no creo que sea por la pequeña escultura, sino por la
cantidad de sirenas que se oyen a todas horas, te crean un desasosiego que no
sabes que es lo que pasa pero te tensa. Prefiero vivir en una ciudad más
pequeña y menos ruidosa. Ahora tendría que estar durmiendo en mi cama y no aquí
haciendo el gilipollas, pero le demostraré a mis viejos que se y sirvo para
hacer trabajos buenos, muy buenos. Se van a cagar cuando lo vean.
Cuarto
disparo. Se me ha enfriado el café y las galletas se deshacen, ¿tú, que
quieres? , toma galletas, ven, anda, no te asustes que no te voy a hacer daño.
¿Te han pegado mucho, eh?, amigo, ven. Así me gusta. Estás en los huesos chico,
si, toma, toma, eh!, no te subas que me pones perdido. Me llamo Key, te llamaré
“perro”, no tengo tiempo para pensar hoy. ¡Ah!, ¿te vas?, que te den, perro
tonto, tú te lo pierdes, con lo divertido que es ser ayudante de cámara. La
toma ha salido buena, sale hasta el perro. Te vas a hacer famoso vagabundo.
Adiós. Un poquito de coca cola, empieza a hacer calor aunque esas nubes no me
gustan nada. Y esos dos, ¿qué hacen ahí bajo el puente?, se la está tirando el
canijo ese, pero si es un crio, no creo que tenga ni diez y seis años, y ella,
es aún más joven. Tendrían que estar en el instituto y ahí están, bajo el
puente retozando como animalitos. “Perro” bebe en un charco, le va a dar una
diarrea monumental.
Quinto
disparo. Menos mal que he puesto la alarma en el móvil porque me ha pasado el
tiempo volando viendo a esos dos, que energía tienen. Me han puesto cachondo,
empezaba a meterme la mano justo cuando ha sonado la alarma. Buena toma, ahora
el tráfico es más denso pero hay menos gente y menos bicicletas, esas nubes
amenazan agua. Solo faltaría eso. ¿No me digas que se va a levantar el puente?,
el semáforo parpadeando, las sirenas sonando, el guardián de la torre con la
gorra puesta asomado a la ventana, ¿será un práctico del puente o un simple
portero de puentes levadizos?, no lo sé pero tiene una cara de amargado que la
flipa. Espero que el puente vuelva a su sitio antes de que me toque el
siguiente disparo. Le he tenido que dar un paquete de Winston al amargado para
que me dejara quedarme en el puente, esta parte no se abre y no pienso dejar la
cámara sola, parecía no entender mi trabajo, ha puesto cara de poker cuando le
he dicho que tenía que hacer una instantánea cada hora durante un día entero.
Cree que no le he oído cuando ha dicho entre dientes que estaba loco. Es
posible que no le falte razón. Pedazo barco que pasa, que pena no haber traído
la otra cámara, le haré unas cuantas fotos con el móvil.
Sexto
disparo. Es increíble, por un segundo pillo el puente sin cerrar en esta
instantánea, por si ha salido movida voy a repetirla, no creo que por un minuto
de más pase nada pero prefiero repetirla. ¡Me cago en todos los conejos!, está
lloviendo, no te jode la suerte que tengo. Hay que proteger la cámara, le
pondré la gorra y la bolsa de las galletas por encima, no la puedo mover. Hola
“perro”, ¿de dónde vienes tan mojado, traes la tormenta atada del rabo o es que
te has metido a nadar en el río?. Ahora que acababa de limpiar el objetivo,
vaya suerte la mía. Ven, vamos a resguardarnos en la escalera del amargado. No
saltes, no me pongas esas patas sucias encima. Vale, vale, eres un perro guapo,
tienes unos ojos preciosos y te hace falta un cambio de aceite, que mal hueles,
tío.
Séptimo
disparo. Sigue lloviendo, esta instantánea ha salido con muy poca luz, tenemos
un tormentón encima que como siga así vamos a terminar empapados, ¿verdad,
“perro”?. No me gusta que te tumbes encima de mi chaqueta, que asco, no me la
voy a poder poner hasta que la lleve al tinte. ¡Ostras!, menuda leche se han
pegado esos dos, si es que van como locos, parece que no hay heridos pero ya
tenemos todo el circo de sirenas en marcha. Policía, ambulancias y personas que
discuten bajo la lluvia mientras esperan que lleguen las grúas. No me puedo
creer lo que veo “perro”, ahí están de nuevo los jovencitos folladores, de
nuevo metiéndose mano y bajando hacia el río, se ve que bajo el puente tienen
su nidito de amor. Ya me aburre verlos.
Octavo
disparo. Ya no llueve, ha mejorado la luz, se ha recuperado el tráfico y me han
vuelto a preguntar por dónde se va a Cristianía para comprar marihuana, menos
mal que mi amigo el amargado me lo había explicado antes. Me estoy meando y
este hombre ha cerrado el chiringuito. Esta vez la imagen tiene más luz. La
madre que me parió, el bar está cerrado, voy a ir bajo el puente a mear. Aún
siguen ahí esos dos metiéndose mano, me han puesto cachondo, ya que estoy
aquí…me la voy a menear un poquito. Qué bien me he quedado pero no he traído cleenex
y tengo las manos un poco pegajosas, ven aquí, “perro”, deja que te acaricie.
Noveno
disparo. Esto sí que es suerte, justo en el momento de disparar ha pasado toda
la banda de música precedida por dos guardias montadas, a caballo, que bonito,
parece que lo hemos hecho a propósito. Soy la ostia. Sale tímidamente el sol,
se abre el cielo y la gente vuelve a inundar el puente. Tenemos hambre, ¿eh?,
ven, vamos a ver de qué es este bocadillo, siéntate ahí “perro”, muy bien,
perro listo. ¡Hum, jamón!, no sé si darte, estas delicatesen te pueden sentar
mal, estoy seguro que en la vida has comido algo tan exquisito, pero tío,
saboréalo, que lo tragas sin saber lo que comes. Así solo te daré migas de
galletas y pan. Ahora un poquito de coca-cola, no, para ti no hay, tu vete a
beber al charco.
Décimo
disparo. Esta ha salido chula con el pirado ese con la lata encima de la cabeza
y sin camiseta, no hace falta que diga de donde viene con esa sonrisa y
cantando. Anda la leche, ahora se me abraza y me pasa un canuto, que bueno
está, el “jodio” sabe pillar de lo bueno. Compartimos un bocata y me habla de
paz y amor, le cuento lo del amor interminable de los dos de debajo del puente
y dice que se va a ver la peli gratis bajando las escaleras que dan al río y
cantando. Ahí puede pasar de todo, “perro” también le sigue, igual no vuelve,
me daría pena, me estoy acostumbrando a su compañía aunque un poco más limpio
me gustaría más.
Undécimo
disparo. La calle se empieza a quedar vacía, va a ser una noche muy larga. Ha
salido muy bien de color, los coches justos, unos cuantos ciclistas y cuatro
parejas de turistas que se pelean intentando leer un plano de la ciudad, no
llegan a entender el nombre de la calle y a todos los que preguntan les pillan
flotando. Se han ido a parar en el peor sitio de toda la ciudad. A mí que no me
pregunten. Empiezo a tener frío, no me queda más remedio que ponerme la
chaqueta aunque esté sucia y huela a perro, “perro” no ha vuelto pero su olor
me abraza. Un poco más de coca cola y un cigarrito de esos que llevo intentando
dejar casi un año. No hay manera. Me duele la barriga.
Duodécimo
disparo. La cámara está demasiado húmeda a pesar de que le limpio la lente
continuamente, he encontrado un periódico para taparla mientras espero para que
no le entre la humedad y fastidie todo el mecanismo. Empiezo a tener frío. La
calle se ha quedado desierta, esta última instantánea parece la de una ciudad
abandonada. Tengo ganas de hacer de vientre y por aquí no hay nada abierto, los
retortijones me hacen doblarme, me escondo en las escaleras bajo el puente
solitario y allí suelto todo el lastre, que alivio. No tengo papel para
limpiarme, lo único que encuentro es el billete del tren, con solo ese trozo
tengo que hacer maravillas, no sé cómo se me ha podido olvidar todo el
periódico sobre la cámara, con que hubiese cogido una hoja ya hubiese bastado.
No me gusta nada hacer esto pero no me ha quedado más remedio. Las manos me
apestan. Bajo el puente veo a “perro” que viene hacia mí con algo en la boca.
Mueve el rabo al verme y gruñe enseñándome los dientes.
Tredécimo
disparo. Me huelen las manos fatal, tengo frío, estoy mojado de rodillas para
abajo y la chaqueta está tan sucia que parece la de un mendigo. La toma ha
salido muy bonita, la luz que hay ahora es muy cálida. Se ha parado el viento.
Me siento en el suelo y “perro” se tumba sobre mis piernas, me da calor
mientras me mira de reojo y roe un hueso, no quiero pensar de qué puede ser ni
de dónde ha salido. Le acaricio distraído y siento que la cabeza se me cae hacia
el pecho, me duermo sin poder evitarlo. Juego a quitarle el hueso y sin querer
me muerde con sus dientes afilados como agujas. Se asusta y me chupa la sangre
de la herida que me acaba de hacer. Se duerme tranquilo.
Décimo
cuarto disparo. Me ha costado un montón levantarme del suelo para confirmar que
el disparador ha funcionado bien, con tanta humedad no me fio. Vuelvo a limpiar
la óptica y dejo la cámara tapada con el periódico y la bolsa de galletas.
Recuerdo que el “colgao” me dio una pava de marihuana que dejó en el escalón,
ya no me da asco fumarme sus babas. Está bueno este resto, que bien me sienta.
Ven “perro”, vamos a bailar, que alto eres cuando te pones a dos patas. Ya no
me parece que huelas tan mal. A todo se acostumbra uno. Pienso en mis padres,
no me han llamado ni se han preocupado por mí, nadie me ha llamado en todo el
día, ni esos que dicen ser mis amigos, claro, como no queda “chic” eso de
trabajar ya me miran de otra manera. Panda de hipócritas.
Décimo
quinto disparo. La instantánea sale perfecta de luz y de todo, parece un
decorado, hace minutos que no pasa ni un coche ni una persona, a lo lejos se
oyen risas pero no se ve nada. He descubierto que en el otro lado del puente,
abajo, junto al rio y entre los matorrales hay una familia de cisnes, por lo
menos tienen tres recién nacidos. Tres bolitas de plumón gris que se sacuden de
vez en cuando, más allá una familia de patos duerme en los ojos del puente con
la cabeza escondida entre las plumas. Hay un bulto que duerme sobre un banco
tapado con una toalla roja, siento que es más afortunado que yo, ya no me
alegra el hecho de ser bueno en mi trabajo o el de alegrar a mis padres, me
siento una persona triste y abandonada, no me sirve de nada todo lo que tengo o
lo que pueda llegar a tener un día si no hay alguien que te llame, que te
abrace, que te pregunte cómo te encuentras. Me suena el teléfono, parece que me
han oído, es Pepita que se va a acostar y quiere saber cómo me van las cosas y
si quiero el desayuno mañana a alguna hora en concreto y algo en especial, le
digo que desayunaré fuera y que no se preocupe, cuelgo dándole las gracias
mientras dos gruesas lágrimas resbalan por mi rostro.
Décimo
sexto disparo. Las risas, instaladas durante un buen rato en la lejanía se han
acercado tanto que las oigo bajo el puente, beben, se abrazan, gimen y gritan
de placer mientras veo otra instantánea exacta a la anterior y el frio me cala
los huesos. Me asomo a la barandilla y empiezo a insultarlos, cada vez grito
más, presa de una gran agitación, “perro” gruñe a mi lado hasta que la pareja
medio desnuda salen corriendo por miedo a que alguien alerte a la policía.
Empieza a chispear a pesar de que el cielo se ve limpio de nubes. Me abrazo a
“perro” y nos dormimos unos minutos uno instalado en el calor del otro y
viceversa, sin él ya me habría ido a mi casa, con él empiezo a no tener ganas
de volver.
Décimo
séptimo disparo. Otra instantánea casi igual que las dos anteriores si no fuera
porque en esta ocasión ha pasado un coche de policía con las luces azules
encendidas, pararon a final del puente, miraron hacia abajo buscando algo, les
saludé de lejos haciendo como que limpiaba y colocaba de nuevo la cámara. Me
arreglé el pelo que me caía sobre la frente y subí las solapas de mi chaqueta,
al poco rato, sin acercarse, se marcharon. “Perro” seguía sentado a mi lado
mirando hacia ellos.
Décimo
octavo disparo. En esta instantánea han salido dos autobuses y las luces de una
lancha que pasaba por el río reflejada sobre el reflejo que la naviera regala
al río cada noche, sus luces, verde y roja sobre el agua negra como si fuera un
espejo. Algún animal nocturno grita en la noche. Me abrazo a “perro” pensando
en dormir, lo conseguimos los dos a la vez y, a la vez nos despertamos
sobresaltados por la alarma del teléfono.
Décimo
noveno disparo. En la instantánea cuatro personas paradas en el semáforo sobre
sus bicicletas charlan amigablemente, parecen trabajadores de alguna fábrica o
empresa de las que empiezan muy pronto a trabajar, quizás panaderos. La
perspectiva de terminar pronto me alegra y hace que tenga ganas de comer algo
más, el pan está seco y parece chicle pero a “perro” no le parece mal y se lo
come todo de un bocado, yo me quedo con el embutido de dentro. El penúltimo
cigarro me sabe a gloria con el último sorbo de café frio que ya no me parece
tan malo.
Vigésimo
disparo. Me sorprende la cantidad de gente que llega desde la estación en sus
bicicletas y que retrato en el semáforo en rojo poco después de sonar la
alarma. Dos lanchas pasan bajo el puente con un siseo suave que hace aletear a
los patos sorprendidos en mitad del sueño. “Perro” y yo nos buscamos para
abrazarnos y darnos calor, el pobre cachorro tiembla cuando no le abrazo con
las costillas tapadas tan solo por un poco de piel color canela.
Vigésimo
primero disparo. Esta instantánea ya tiene más vida, un autobús que va al
aeropuerto, una ambulancia con los rotores encendidos pero sin sirena, varios
coches y varias bicicletas paradas en el semáforo en rojo, últimamente coincide
la fotografía con el semáforo abierto para los peatones que a esas horas aún no
han salido de sus casas. La batería del teléfono está a punto de acabarse, me
arrepiento de haber hecho tantas fotos con él cuando se abrió el puente
levadizo pero ya no hay remedio. Tengo gases y hago un solo de trompeta en
mitad de la noche al que “perro” responde estornudando estrepitosamente varias
veces. Vuelvo a mear en la pared de la escalera ya sin ningún tipo de recato.
Mi amigo hace lo mismo levantando su pata larga y escuálida.
Vigésimo
segundo disparo. La ciudad empieza a despertarse, a oleadas se ven llegar
personas vomitadas por la gran estación central, caras de sueño y chaquetas con
las solapas levantadas para hacer frente a una mañana inusualmente fría en esa
época del año. La instantánea ya no tiene nada nuevo, empiezo a estar hasta los
cojones de la cámara, el trabajo y el puente y, encima, no puedo dar ni una
cabezadita más porque ya no hay batería en el teléfono y no puedo cagarla ahora
cuando ya está todo lo más difícil hecho, lo que tengo claro es que en la vida
vuelvo a hacer algo así, como mucho le pongo una cámara en el despacho del
director enfocando a su culo y que se dispare cada diez minutos pero esto no lo
vuelvo a hacer de ninguna de las maneras. No me mires así chucho porque no me
vas a convencer.
Vigésimo
tercero disparo. La ciudad empieza a despertarse, ejecutivos en bicicleta,
trabajadores y autobuses cargados de turistas que llegan a la ciudad para pasar
el día o que se van al aeropuerto para disfrutar de otros lugares más cálidos,
perros que pasean a amos dormidos flotando en un aura de café recién hecho,
coches con el motor frio que escupen a la atmósfera sus tubos de escape grises.
Gente frotándose las manos frías en el semáforo mientras esperan la eternidad
para que cambie de color. El día comienza.
Vigésimo
cuarto disparo, el último disparo parece que no llega nunca, es la foto con la
óptica más limpia, de alguna manera había que mantenerse despierto. Key se
siente distinto, ha cumplido con el reto que se había planteado como algo
imposible, algo dentro de él se ha transformado, la noche le ha hecho ver lo
triste de su vida burguesa y solitaria, ha quedado claro cuantos amigos tiene y
cómo se llaman, dos: Pepita y “Perro” y sabe que una vida feliz solo la puede
hacer él mismo, sin esperar nada de nadie, tiene claras muchas cosas, la
primera que hay que preguntar si en el tren se aceptan perros y la segunda que
no quiere vivir una vida falsa como la que ha llevado viviendo estos años. Sabe
que es fuerte y capaz y que nada se le va a poner por delante si él quiere conseguir
un sueño y lo quiere, quiere disfrutar de cada segundo de su vida con una vida
tranquila y serena al igual que ha sufrido cada minuto de aquella noche
interminable que le ha transformado totalmente.