Medio otoño y un
invierno con Dulcinea
19 –Paseando con
Tito
Nos despedimos
junto al coche en el que ya está sentada Marutxi, Vicente guarda el andador en
el maletero mientras los demás repartimos besos y abrazos. Nacho y María del
Fin nos invitan a cenar en su casa para celebrar todo lo bueno y lo malo que ha
sucedido hasta la fecha, quedamos en que nos avisaran y mi abuela se auto
invita, incluyendo en el lote a Vicente. Ellos se alejan caminando por el paseo
hacia la panadería y la farmacia y nosotros volvemos hacia mi apartamento. Me
da pena que se termine la tarde. En el coche huele raro; nos miramos unos a
otros, menos Marutxi que mira fijamente por la ventanilla.
En la puerta de
casa nos despedimos pero Marutxi les invita a un último café, “porque esta
nieta mía no tiene nada decente para beber más que café”.
-Abuela, yo tengo
que sacar a la perrita de paseo y ya es tarde, además tú tienes que ir al baño.
-Si ellos se quedan
iré al baño, si no, no.
-Yo te espero en la
terraza viendo el paisaje –dice Vicente.
-Yo te acompaño a
pasear a la perrita cuando termines de asear a Marutxi –dice Tito.
No me queda más
remedio que aceptar, pongo la cafetera, dejo encargado de su cuidado a Tito
mientras le digo en dónde guardo las tazas y el azúcar.
Marutxi está mojada
hasta las orejas, en el paquete no le cabe nada más. Hay de todo. Me tengo que
controlar para no decirle que por qué no me avisa cuando tiene ganas de hacer
algo y así poderla llevar al baño. No quiere ducharse pero le amenazo con echar
a Vicente y a Tito si no lo hace y entra en la bañera como si fuera al
patíbulo, la siento en el taburete de plástico, saco el andador y pongo un
palmo de agua caliente para que no se le enfríen los pies, luego la enjabono,
recojo el paquete, lo cierro bien y salgo para dejarlo en el cubo de la basura
que hay en la cocina. No he llegado a la puerta cuando la oigo gritar.
-¡Me abandonan!,
¡Me dejan solita!, ¡Socorro!, ¡Auxilio!
Los dos hombres,
alarmados, entran en el salón.
-No pasa nada, solo
he ido a tirar una cosa a la basura. No le gusta estar sola.
-El café casi está
–dice Tito- Lo he hecho descafeinado.
-Perfecto,
enseguida salimos.
Entro en la
habitación, cojo ropa limpia y entro en el baño en el momento en el que Marutxi
intenta salir sola de la bañera y cae sobre mí.
No sé de dónde saco
las fuerzas para sujetarla y volverla a sentar en el taburete. Le riño mientras
le aclaro el cuerpo y ella se pone a llorar.
-Abuela, por Dios,
te podías haber hecho mucho daño. Solo iba a por ropa limpia y a tirar el paquete
a la basura. Yo te quiero y te quiero cuidar todo lo que haga falta pero tienes
que tener un poco de paciencia.
-Tú lo que quieres
es hablar con “mi” Vicente.
- No digas
tonterías, anda, levanta el brazo, ahora el otro. Ven, agárrate al andador, levanta
una pierna, así, ahora la otra. Siéntate en el wáter y haz pis si tienes
mientras te seco los pies. Te voy a poner otro paquete.
-No. Ya meo, ¿ves?
-Ale, vestida,
arreglada y perfumada. ¿En dónde están los pastelitos que has traído? No están
en los bolsillos.
-Eran míos y me los
he comido.
-Abuela, no puedes
tomar tanto azúcar.
-Seguro que te los
querías comer tú.
-Si te vuelves a
hacer pis te pongo el paquete delante de Vicente. ¿Me oyes?
Enciendo la
chimenea y, tras tomar el café, dejamos a Vicente y Marutxi sentados frente al
fuego, charlando como dos adolescentes de las canciones que más les gustaban
cuando eran niños. Al cerrar la puerta les oímos cantar a coro.
La perrita está
feliz de salir a pasear sin correa, nos hemos metido por el bosque que hay
junto al paseo y el animalito salta y ladra a nuestro alrededor. Tito me habla
de cuando vivía con sus padres, de la enfermedad de su madre y del mal carácter
que se le puso a su padre cuando se quedó viudo. Me dice que es el pequeño de
seis hermanos y que se lleva casi treinta años con el mayor. Son una gran
familia que están dispersos por el mundo: Uno en Helsinki, otro en Méjico, una
en Madrid, otra en Valencia, otro en Cádiz, otro cerca de la casa familiar, en
el norte, y él, aquí, controlando los negocios que comenzó su padre hace años
como un entretenimiento de verano y que son los que mejor funcionan. Empieza a
anochecer y Tito me da la mano y ata a la perrita con la correa. Volvemos al
apartamento charlando como si nos conociéramos de toda la vida. Mi móvil sigue
vibrando de vez en cuando pero no le hago ni caso.
Al llegar a casa
encontramos a Marutxi y a Vicente dormidos frente a la chimenea, sentados en el
sofá, con las manos enlazadas y las cabezas apoyadas uno en el otro. Les
miramos con dulzura y la perrita se encarga de despertarles con sus ladridos.
P.D. Dedicado a
todos los que creen en el amor a primera vista. Muchas gracias por leerme.
Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren.